¡Viva leer!

Ida Vitale se suma a la colección Lector&s con ‘La ley de Heisenberg’, que reúne textos y conferencias que son evocación de escritores leídos y escenas vividas.
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Una de las colecciones de la editorial Ampersand, llamada Lector&s, está dedicada a breves ensayos sobre la lectura, desde el punto de vista subjetivo de distintos escritores. Llevan ya casi una veintena. Recuerdo el placer con el que leí el titulado Un resplandor inicial, precioso y preciso, de Daniel Guebel, que se publicó después de los escritos por José Emilio Burucúa, Sylvia Molloy, Margo Glantz, Alan Pauls, Tamara Kamenszain o María Moreno, entre otros. El más reciente es La ley de Heisenberg, de Ida Vitale, brillante y muy poblado de escritores de toda índole.

En La ley de Heisenberg se recoge una colección de textos de la poeta uruguaya publicados en distintos medios o escritos para ser dictados como conferencias. Algunos de ellos fueron publicados en esta misma revista, por ejemplo el que da título al volumen y que, comenzando con una mención a las bibliotecas universitarias y las joyas que pueden encontrarse en ellas, nos arroja a un saltarín repaso de algunas de las lecturas de la autora, donde van apareciendo escritores tan dispares como Wasserman, Remarque, Malraux o Cendrars, y donde podemos leer estas líneas sobre el oficio de la escritura, que me han parecido una observación muy vital y una estimulante concepción de la literatura: “mucho le debe el hombre, en cuanto especie, al escritor capaz de observar con comprensión, amor y real paciencia lo que del prójimo merece ser salvado, como el Jünger entomólogo a los insectos, desde el otro campo del mismo desastre”. 

Aunque no fuera concebido en origen como un conjunto, todo el libro es así, una evocación de escritores leídos y escenas vividas −que muchas veces no se pueden separar, puesto que nuestras lecturas están irremediablemente asociadas a nuestras circunstancias vitales− que provoca en la autora la reflexión no solamente sobre la literatura, sino sobre la relación que establecemos con el mundo, por lo mucho que tienen que ver una y otra. El rigor se manifiesta en el entusiasmo: Vitale nos habla de los libros amados, pero también de los que no le acaban de apasionar, como si el recuerdo de uno solo trajese consigo el de otros tantos. Lo mismo pasa cuando contemplamos nuestra vida e imágenes, intuiciones y recuerdos afloran en superposición y simultaneidad, y la manera más efectiva de comunicarlos es empezar por donde se pueda e ir hilando con la guía de la emoción. Algunos de los capítulos se centran en escritores como César Aira, Flaubert o Beckett, por ejemplo. Vitale aborda el tema las más de las veces desde una perspectiva íntima. A Flaubert le encuentra como pareja Stendhal (al que ella prefiere), del mismo modo que van juntas, a elegir, otras parejas como Venecia y Florencia o como Tolstói o Dostoievski. Es también desde nuestra intimidad con la lectura, desde la simpatía al fin y al cabo, como podemos seguir con mayor gusto las páginas de La ley de Heisenberg. La escritura sobre los distintos colegas le inspira a la autora máximas sobre la literatura en general, o sobre la sociedad o la psicología humanas que trascienden el tema (“Como el ser humano tiene necesidad primordial de preservar la buena opinión que se merece a sí mismo, lo que está por encima de su comprensión lo ofende”).

Los capítulos del principio son determinantes, pues sitúan a la autora, como tal y como lectora. Es preciso comenzar por el “Origen” −así se titula el primer texto, donde se nos cuenta la historia de la familia, llegada de Sicilia−. Algo asombroso de este breve texto, y que pronto veremos cómo se repite a lo largo de los siguientes, es cómo se nos exponen a la vez los hechos y la impresión que causaban en la niña Ida. Vitale consigue superponer al menos dos puntos de vista, combinando lo objetivo y lo subjetivo, y así nos presenta la manera en que se acercaba a los libros y cómo eso le permitía ingresar a la vez en la vida. La pieza siguiente es una conferencia impartida en la Residencia de Estudiantes en el año 2008, y lleva el título, ya de por sí colmado de promesas, de “Lo que el mundo me ofreció cuando empecé a escribir”: en estas pocas palabras encontramos otra vez la idea estimulante, la noción de que el mundo está atento y bien dispuesto hacia nosotros. Este capítulo nos acerca también a la historia de Uruguay, a través de la historia de su literatura, y nos da algunos nombres dignos de rescate, entre ellos los de algunas mujeres como Susana Soca, María Eugenia Vaz Ferreira o Esther de Cáceres. En el breve texto siguiente, “Lectura”, aparece una anécdota valiosa, por lo que tiene de defensa de la ingenuidad inmediata contra el cinismo resabiado, o algo parecido que no sé ahora cómo decir mejor, sobre Salvador Elizondo, que llamó enfurecido a un programa de radio donde se había despachado con displicencia Corazón, el libro de Edmondo de Amicis (“una violenta declaración de fidelidad al escritor italiano por parte de un colega al que yo le suponía las más sofisticadas devociones […] No sé si su lectura había sido revisada o si, como la mía, se remontaba a sus años juveniles y sacralizadores. Igual me encantó su arrebato”). 

Como relato de formación, como evocación de los tiempos que se han ido, como alegre conversación sobre las lecturas que nos han impresionado y conformado, La ley de Heisenberg resulta un libro de lo más estimulante, culto y divertido, y tiene al final, como imantado apéndice, una lista de las obras mencionadas. Van ordenadas, y creo que esto es significativo, no por autores sino por títulos, contando artículos. Diré algunos, por si ayuda a hacerse una idea de cómo son Ida Vitale y La ley de Heisenberg y por puro gusto de acercarme a ellos copiando sus nombres: Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, o Cuentos de mi madre la Oca, de Charles Perrault, o Detritus, de Samuel Beckett, o El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, o La mujer desnuda, de Armonía Sommers, o La isla de los pingüinos, de Anatole France… Es como un capítulo más. Cualquiera a quien le encante leer encuentra en las listas de libros un placer que no se parece a ningún otro. Y comprende que, aunque esas listas nunca estén completas, contienen a la vez todos los libros. 

La ley de Heisenberg
Ida Vitale
Ampersand, 2025
196 páginas


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