Karina Sainz Borgo
La hija de la española
Barcelona, Lumen, 2019, 224 pp.
Cada año surge un fenómeno literario en el mercado editorial. Es una necesidad. Las novedades atraen clientes a las librerías y a partir de ahí el dinero empieza a circular para mover una industria que lucha contra otras formas menos exigentes de entretenimiento. Hace seis años el fenómeno fue Intemperie de Jesús Carrasco, una novela que se vendió como un mix entre Delibes y Cormac McCarthy, una fórmula de venta muy acertada. Vale la mención porque se trataba del debut de un escritor y La hija de la española también es la primera novela de Karina Sainz Borgo, periodista venezolana que ha sabido crear interés por la sección de Cultura en el diario digital donde trabaja. Vendida a una serie de editoriales importantes, la novela pretende ser un retrato de la decadencia moral del país más mencionado por los políticos españoles durante los últimos años, un caballito de batalla del que no se llega a saber lo suficiente y que por fin se ofrece en formato de ficción cruda.
La protagonista es Adelaida, una mujer que trabaja para varias editoriales extranjeras desde Caracas. Se queda sola cuando su madre fallece tras una enfermedad que consume sus ahorros. Tiene dos tías, pero están enfermas y viven en Ocumare de la Costa, “al que separan de Caracas carreteras intransitables que se caían a pedazos”. El escenario de violencia y de miseria presente se revela desde las primeras páginas, y se genera un contraste con los recuerdos de una infancia amable y que sirve de pretexto para mostrar el color de un país y sus sabores. Es un inicio prometedor lleno de recuerdos de aquellos días de libertad en la pensión que administran las tías en Ocumare de la Costa, junto con sus primeros descubrimientos literarios y la descripción del trabajo de la madre, una maestra que necesitaba dar clases particulares fuera del horario regular para que Adelaida pudiera ir a un colegio privado, una realidad común en varios países de Latinoamérica, donde gran parte de los maestros en colegios públicos deben multiplicar sus labores para sanear la economía familiar.
La miseria moral de la sociedad es tan abrumadora que Adelaida sabe con certeza que una vez enterrado, el ataúd de su madre será abierto por los rateros, que despojarán al cadáver de sus gafas y zapatos. Estos momentos son narrados de forma sobria, con una prosa aséptica que consigue diseccionar el horror que ha invadido lo cotidiano, transformando los trámites en odiseas. El tono elegido parece ser el más adecuado, aunque hay algunos problemas de estilo que llaman la atención. Sin embargo, esto es una cuestión menor comparada con el maniqueísmo que lastra.
Sainz Borgo plantea la lucha de la Cultura contra la Barbarie en Venezuela. Adelaida es una mujer culta que trabaja para editoriales extranjeras. Los bárbaros reclutados por el Gobierno, asalariados por comida, son brutos en todos los aspectos. Los Hijos de la Revolución y los Motorizados de la Patria son los encargados de controlar el orden de ese desorden de país y de captar a los milicianos civiles que, lejos de actuar por una motivación política, se entiende que actúan por necesidad, para no morir del lado opositor, aunque en la escena de la ocupación de la casa de Adelaida aflora el resentimiento de la Mariscala, una mujer caricaturizada como analfabeta. Esta escena es clave porque supone la expulsión de Adelaida del único refugio que le queda y la empuja a vivir la única aventura que puede salvarla. Así llega al piso de Aurora Peralta, la vecina conocida como la hija de la española, y la encuentra muerta en el suelo. En una mesa hay tres cartas y en una de ellas le comunican a la fallecida que le han concedido el pasaporte español. A partir de esta revelación Adelaida piensa cómo suplantar a Aurora, que además es víctima del atentado contra Carrero Blanco pues a su padre “lo mató el coletazo de la bomba con la que eta asesinó al político designado por Franco para ocupar el despacho de la nación”. También hay una mención a Gil de Biedma, cuando Adelaida le recuerda a un periodista aguerrido que si lo hubiera leído habría “comprendido la importancia de la precisión”.
Lo que resta de la novela es un relato de aventuras, a ratos un policial con carga ideológica que no llega a levantar vuelo porque es un enfrentamiento verbal entre una ilustrada y los bárbaros, que además se expresan de forma atropellada y con dejo, mientras que ella no sufre ningún vicio en su lenguaje. En cuanto al uso de las metáforas y otros aspectos formales no hay nada que se eche en falta. La construcción de la novela es precisa si el lector accede a entrar en el juego de los malos contra los buenos sin preguntarse de dónde nace ese Mal que dispara balas a todas horas y en cualquier dirección. ¿Cómo puede un país tan rico en todos los sentidos llegar a hundirse en la miseria que se relata aquí? No es esta la exigencia de una respuesta sino la pregunta natural que debe hacerse un lector atento. Como bestseller La hija de la española cumple. Pero las imágenes del horror no bastan para desentrañar la complejidad de un conflicto como el de Venezuela. Quien haya leído y escuchado todo lo que está a su alcance sobre este Gobierno (como se le llama en el libro), echará en falta una novela que alcance mayor profundidad. ~