No es sangre real, es un bote de kétchup

Las críticas a Tarantino por la violencia en sus películas (especialmente contra las mujeres) asumen que sus personajes femeninos son solo jarrones chinos, y olvidan el componente satírico y caricaturesco de su cine.
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Cuando uno acude a ver una película de Quentin Tarantino ya sabe que, como mínimo, se va a encontrar con una buena dosis de golpes, amputaciones, balazos y sangre a borbotones, aunque muchas veces esta sangre parezca tomate frito desparramado. Porque lo que tiene la violencia tarantiniana, como bien saben sus espectadores desde hace casi treinta años, es que es hilarante, caricaturesca y que, además, no suele dejar en muy buen lugar al que la ejecuta. El director y guionista propone personajes e historias que muestran que podemos ser unos verdaderos patanes. Que hay mafiosos y criminales, también. Pero a la vez bastante absurdos. Uno de los personajes más atroces de la historia de la Humanidad es Hitler. Pero su naturaleza monstruosa también podía ser objeto de ridículo. Charles Chaplin, otro as de la comedia, lo vio muy bien en El gran dictador.

Pero para apreciar esto, obviamente, hay que haber visto sus películas. Estos días, un columnista de The Guardian escribió que ya era hora de que terminara nuestro affair con Tarantino y había llegado el momento de vetarle. Demasiada violencia. Y, además, contra las mujeres. Qué mal acaba Jennifer Jason Leigh en Los odiosos ocho; qué mal lo pasa Uma Thurman en Kill Bill. Cómo la maltrató en Kill Bill 2 donde la obligó a conducir un coche que se acabó empotrando y del que la actriz salió con heridas. En unos años en los que, además, el director también sabía que Thurman había sido acosada por Harvey Weinstein, el distribuidor de sus películas.

Esto último le puso en el disparadero en 2018 en pleno movimiento #metoo y todas las acusaciones contra Weinstein. Tarantino salió al paso afirmando que había pedido hace tiempo perdón a Thurman y además confesó que “siempre la había creído a ella, no a él”. La actriz a su vez recalcó en su cuenta de Instagram que no tenía un conflicto con Tarantino y que el verdadero culpable de aquel rodaje fue Weinstein.

Pero todo esto no importa cuando el relato ya te lo han dado hecho y solo hay que subirse en él y surfearlo. Es más, ni siquiera hace falta haber visto las películas. Para qué. Un breve vistazo a los personajes femeninos tarantinianos muestra que son todo menos un jarrón chino. Ahí está Mia Wallace (Thurman en Pulp Fiction), astuta e inteligente; Jackie Brown (Pam Grier, en Jackie Brown), una mujer que se harta de ser buena y decide vengarse; O-Ren Ishii (Lucy Liu, en Kill Bill); la líder de la mafia japonesa, que no es poco techo de cristal; Beatrix Kiddo (Thurman en Kill Bill), una mujer también vengativa cuando le han quitado a su hijo; Zoë Bell, Abernathy (Rosario Dawson) y Kim (Tracie Thoms), las tres en Death proof, que se cargan a golpes al machista Mike (Kurt Russell); o Shosanna (Mélanie Laurent, en Malditos bastardos), una judía que mete a todos los gerifaltes nazis, incluido Hitler, en un cine, lo quema, mueren todos y así acaba la Segunda Guerra Mundial. La propia Jason Leigh dijo en una entrevista: “Son mujeres valientes, atrevidas, locas, fabulosas. Nadie escribe personajes femeninos como él”. Y es verdad, las mujeres sufren, son maniatadas, golpeadas y torturadas en ocasiones. Pero también Samuel L. Jackson se lleva un disparo en los genitales en Los odiosos ocho y nadie se ha quejado. Ni siquiera este columnista de The Guardian.

Parece dudoso que este hombre, cuyo artículo ha sido muy compartido, conozca bien la filmografía de Tarantino. Como tampoco está muy claro que la haya visto la reportera de The New York Times que en el Festival de Cannes le preguntó al director por qué no le había dado más líneas de diálogo a Margot Robbie, actriz que interpreta a Sharon Tate en su última película Érase una vez en Hollywood, donde una de las tramas son los crímenes de Charles Mason. Tarantino y la actriz se quedaron ojipláticos y cualquiera que estuviera presente debería haberse quedado así.

¿Cómo? ¿Hay que dictar cómo se debe escribir un guion, una novela, una canción? Robbie intentó salir al paso como pudo. Tarantino puso cara de haber escuchado la mayor tontería de su vida (y fue criticado por ello). Pero ¿alguien se imagina que a Hitchcock le hubieran preguntado por qué mata en una ducha a Janet Leigh en Psicosis? ¿Qué hacemos con Taxi driver, cuando el personaje de Robert De Niro invita al de Cybill Shepherd a ver una película porno en su primera cita? ¿O con Harvey Keitel, el proxeneta de Jodie Foster, que entonces era una menor?

Vetar películas, criticar guiones –Spike Lee también le leyó la cartilla a Tarantino por utilizar demasiado, según él, el término despectivo nigger para referirse a los negros: los hay que se erigen en representantes de los grupos identitarios de todo el planeta–, aunque lo más interesante es que está sucediendo sobre todo con la comedia. Tarantino no es un comediante en sentido estricto, pero quien no vea humor en su cine es que no anda muy bien en términos de comprensión lectora o audiovisual. No le va a entender nunca. Como tampoco lo hará con Woody Allen.

Esto ha ocurrido también con otra película culmen de la humorada de los ochenta: Aterriza como puedas. Otro artículo señalaba estos días que sus chistes no hacían gracia por considerarlos racistas, homófobos, machistas y en algunos casos una exaltación de la pederastia. Ay, los guardianes de las esencias que exigen que les expliquen el chiste para poder entenderlo.

El día que la comedia se vuelva literal habrá muerto. Un mal día para dejar de esnifar pegamento. Y para que se entere el columnista de The Guardian: no es sangre real, es un bote de kétchup.

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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