El Museo de Cera es el único que deliberadamente rinde culto a la celebridad, que es la diferencia sustancial con los museos que exponen obras. Y ese es su encanto. El encanto de hojear una revista de nota rosa y tomar refresco. El encanto de lo inútil, el ocio de pasar el tiempo observando de cerca el bigote de Frida Kahlo, mientras alguien, en otro lugar, salva una vida. Pero es curioso que esas figuras inútiles como una vela gigante retraten la idea de utilidad. De ejemplos a seguir. De fama y fortuna.
Es interesante la narrativa en las salas, qué figuras hay, quién está al lado de quien, y cómo conviven entre sí, en el mismo campo semántico. Por ejemplo, en la entrada, está la más reciente adquisición del Museo de cera de la ciudad de México: Enrique Peña Nieto. Entre Miguel Bosé (quien mira con el rabillo de ojo a Peña), Lady Gaga (cuidando las espaldas a Peña), a un costado de Felipe Calderón (con los brazos en alto y la mirada perdida, quizás a punto de perseguir a una paloma). En esa misma sala, a unos pasos, está Octavio Paz al lado de Alejandro Fernández, que a su vez está al lado de una cantante mexicana que me niego a nombrar. La lógica es simple, en la primera sala hay una muestra representativa del paseo. Algo así como una introducción.
Las figuras de cera son retratos de la cumbre en dos sentidos: personajes célebres representados en un momento de gloria. No cotidiano, no crítico: un momento emblemático. Como Octavio Paz sentado, de pierna cruzada. Ese día Paz no tenía su respectivo letrero, así que una mujer, desconcertada, le preguntó a otra: ¿Y quién es ese señor tan grandote? Conforme descendía en los círculos del museo, la pregunta sobre qué hacía Octavio Paz en esa sala, empeoraba.
Sigue la sala de arte: Van Gogh, Picasso, Dalí (con los bigotes chuecos como una resbaladilla), Lautrec (olvidaba que era enano), Frida Kahlo, Diego Rivera. Un adolescente en esa sala le preguntó a su madre si esos eran artistas, a lo que respondió: Sí, hijo, son los artistas más importantes del mundo. Todos pintores. Incluyendo a Lautrec, una idea enana de que el arte es sinónimo de pintura. ¿Por qué la paleta de madera con pintura de colores sigue siendo el logotipo del arte?
De la sala taurina diré que Josefina Vicens haría un buen papel en las gradas al lado del periodista Jacobo Zabludovsky. Y que la mano mecánica de un cantante de ópera, moviéndose a diferencia del resto de las figuras estáticas, debió haber advertido el sótano dedicado al terror.
Las sala dedicada a la política mexicana es una monografía de papelería –de los presidentes de la república– elevada a la tercera dimensión. Con fechas y fichas. Y esta frase: “Episodio notable en su mandato”. En la de Carlos Salinas, por ejemplo: “La firma de tratado del libre comercio de Norteamérica.”
Hay una joya inesperada en la sala católica. Remeda una iglesia con bancas de madera y unos cuantos feligreses de cera (que hacen que uno confunda a algunos visitantes con figuras de cera). En el altar están Benedicto XVI y Juan Pablo II. Tres niños se hincaron ante el Juan Pablo II de cera, su madre los fotografiaba. Allí está la virgen de Guadalupe y Juan Diego. También Jesucristo. Y Sor Juana. Pero ¿qué hace Sor Juana allí? Tan esquinada, tan recatada, a un costado de Jesucristo.
Luego de Sor Juana en la sala católica, tiré la toalla. Como la tiro ahora. Hasta llegar al sótano: las salas dedicadas al terror. Los personajes de ficción que conocemos. No me esperaba que una figura se moviera al tiempo que se escucha un trueno fuerte, aunque por fortuna delante iba un niño que traía una chamarra de la que pude prenderme. Más adelante un Drácula que se levanta del féretro sin decir agua va. Sigue un laberinto de espejos. El recorrido está musicalizado con la banda sonora de Mario Bros, que alegremente iban tarareando mis acompañantes.
Al término del recorrido llegué a dos conclusiones: soy de la misma estatura que Carlos Salinas de Gortari y los únicos dos escritores son Octavio Paz y Sor Juana. Aunque Sor Juana está en un contexto religioso, en contra esquina de Teresa de Calcuta. ¿De tal modo que Octavio Paz es el único escritor actual? ¿El único y más grande escritor mexicano?
¿Por qué?
Es verdad que el culto a la celebridad, así como puede tener el encanto del morbo tiene una sombra larga, oscura, carente de crítica, y se cristaliza justamente con este personaje: el Octavio Paz, la figura de cera. Inofensivo en el Museo de cera (como puede apreciarse en la fotografía), el problema es cuando ese culto a la celebridad existe fuera del Museo de cera. Ahí su gravedad. Y quizás el culpable, no sólo de malos poemas que lo imitan sino del analfabetismo y la falta de curiosidad por la lectura, tan urgente de atender en nuestro país.
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La cocina tradicional de San Miguel de Allende en Guanajuato se deriva de una mezcla de sabores indígenas y europeos, incorporando ingredientes de todo el altiplano mexicano, incluyendo los estados de Querétaro, Jalisco, Michoacán y San Luis Potosí.