De qué hablamos cuando hablamos de posverdad

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Mientras escribo esto y mientras lo lees, y seguro que de aquí a millones de años en el futuro, habrá un maniquí llamado Starman en un Tesla rojo viajando por el espacio exterior, mientras reproduce en bucle “Space oddity” de David Bowie. Este logro del cohete de SpaceX “Falcon Heavy” tiene múltiples significados, pero uno de ellos, que mostraron de manera entusiasta usuarios de Twitter, es que las imágenes de streaming online de Starman alrededor de la Tierra acabarían con las teorías de la Tierra plana, cuyos defensores a menudo citan como prueba la ausencia de una curva claramente distinguible en las fotografías de la Tierra.

Por su parte, los creyentes en la teoría de la Tierra plana, como los antivacunas, los conspiranoicos del Pizzagate

((El Pizzagate fue una teoría de la conspiración que implicaba a Hillary Clinton en una trama de abuso de menores en un local de pizza. [n. del t.]
))

 y demás cruzados de nuestro mundo de posverdad, permanecieron impasibles. Avisaron tanto a los conspiranoicos como a los que creen que la Tierra es redonda de que no se fiaran de toda la información compartida en internet a través de páginas web de fake news, y exigieron a la gente que ejercitara un mayor juicio crítico respecto a las fuentes del contenido online, en este caso una compañía privada guiada por su búsqueda de beneficio, no de la verdad. Afirmaban que usar un “buen anuncio de coche” para establecer un tema tan crucial como la curvatura de la Tierra es simplemente un “argumento pobre”. Confiados en ver nuestro planeta como un círculo flotante bidimensional, apelaron precisamente a la objetividad, el juicio crítico y la búsqueda de la verdad.

Los antivacunas que rechazan vacunar a sus hijos por miedo al autismo tienden a preocuparse mucho más por los riesgos que pueden tener las vacunas que, digamos, un científico sin hijos. Muy pocos (si los hubo) progresistas condujeron cinco horas hasta Washington para comprobar los hechos objetivos del Pizzagate, al contrario que Edgar Maddison Welch, que en 2016 disparó al restaurante que supuestamente estaba en el centro del grupo pederasta liderado por el jefe de campaña de Hillary Clinton. Los hechos objetivos y los procedimientos de verificación sólidos no son lo que deploran los grupos de la posverdad sino, específicamente, lo que motiva su desacuerdo. Lo que deploran los grupos de la posverdad son los hechos establecidos y las verdades acordadas. El tema tiene que ver con la confianza, no con la verificación.

En The web of belief (1970), W. V. Quine y J. S. Ullian afirman que lo que hace una afirmación científica verdadera no es su correspondencia fiable con hechos externos, sino su coherencia interna y el relato persuasivo que forman conjuntamente. Nuestras creencias se enfrentan al tribunal de la experiencia no de una en una, y cada una combinada con hechos que directamente la confirman o desmienten, sino como un cuerpo o red de múltiples capas que interactúa con hechos observables solo en sus márgenes. Cuando un hecho contradice una de nuestras creencias, estamos tentados de restaurar la consistencia revisando alguna de las creencias de nuestra red. Pero al elegir lo que revisar, ya no nos guiamos solo por los hechos. Empezando por la evidencia anómala, miramos la creencia cuestionada y las justificaciones que la apoyan, y evaluamos cómo la consistencia puede, de manera parsimoniosa, recuperarse a la luz de la red completa de nuestras creencias. Podemos acabar revisándolo todo, desde la propia duda sobre la observación de la evidencia en primer lugar, hasta los principios de la lógica y las matemáticas que yacen en el centro de nuestra red. Según la campaña de crowdfunding “Show BoB The Curve”, una fotografía de una ciudad que se mantiene visible desde una gran distancia, en vez de ocultarse debajo del horizonte, contradice la creencia de que la Tierra es redonda. Para resolver esta tensión podríamos o bien descartar esta observación por ser irrelevante dadas nuestras firmes creencias establecidas en la astronomía y la geología, o en su lugar cuestionar el consenso científico, basado en imágenes de satélite y el testimonio de astronautas. La primera opción es menos disruptiva en nuestra red de creencias, pero exige que desechemos una observación empírica directa. La segunda opción –escogida por los que creen en que la Tierra es plana–, reivindica la observación directa pero requiere que se rechace toda teoría, experimento y observación que señala que la Tierra es redonda. La diferencia está en las autoridades epistemológicas en las que uno confía, no en la relevancia de los hechos a la hora de establecer la verdad. Esta centralidad de la verdad se mantiene, además, para los científicos mismos, cuyas observaciones dependen y se basan en la confianza de las teorías y experimentos de otros compañeros e investigadores anteriores: se fían del equipo técnico y de medición propio, de los libros de texto y materiales de lectura de donde han aprendido los fundamentos de su disciplina, etc. Incluso las llamadas observaciones directas, escribe el británico Harry Collins, un sociólogo de la ciencia, en Gravity’s shadow (2004), no son sino “corchos diminutos que oscilan de arriba abajo en un gran mar de confianza”. Para los que creen en una Tierra plana, desconfiar del consenso científico conlleva refutar la evidencia que ha estado a disposición de la humanidad desde el siglo XVII, esperando que a través de globos meteorológicos puedan encontrar la respuesta contraria. Este tipo de revisionismo a gran escala hace hincapié en el impacto social y político de la posverdad, así como en las falsas simetrías que se crean al asegurar que tus detractores son culpables de cada cosa de la que te acusan. En el modelo de Quine y Ullian, estas contradicciones desafían las creencias aceptadas a través de nuestra red, y nos exigen elegir en qué autoridad debemos confiar para restablecer la consistencia. En el caso del público en los actos de inauguración de Donald Trump, creer las declaraciones oficiales sobre las cifras de asistencia significó desconfiar de las evidencias fotográficas reproducidas en los “medios progresistas”. La incredulidad no estaba aislada a la observación periférica de un solo fotógrafo, sino que circuló a través de toda la red de creencias, desafiando toda la información de esta fuente contaminada. Cualquiera que sea el juego político, el resultado es una escalada en el compromiso epistemológico en diferentes divisiones sociales, lo que crea la impresión de que la otra parte no solo posee una autoridad falsa, sino que vive en una realidad paralela.

Confiar en una autoridad para que establezca verdades no es nada nuevo. Pero en la medida en que la posverdad es una nueva realidad en vez de una antigua pero más visible, su originalidad reside en desconfiar de los garantes establecidos de la verdad, en parte simplemente porque están establecidos, a la vez que se fía de observaciones primarias y rechaza la venerable construcción de la ciencia. Aunque parece un enfoque subjetivo, está guiado, paradójicamente, por la búsqueda de la objetividad. Por esta razón, el fact-checking no puede combatir la posverdad, ya que se basa en la confusión fundamental de que los que tienen la espúrea autoridad epistemológica raramente comparten las mismas creencias que nosotros. Necesitamos reconocer el hecho de que cuando las autoridades cambian, el mundo cambia, y las diferencias ya no son hechos aislados que se pueden fácilmente eliminar. Invocar imágenes de Starman para refutar la teoría sobre una Tierra plana actúa como si el conocimiento llegara sin problemas desde los informes observacionales hasta la teoría. En vez de eso, tal y como Collins sostiene en Gravity’s shadow, “la secuencia causal es justo al contrario: no desde las estrellas hasta la comprensión humana, sino desde el acuerdo humano hasta las estrellas”. ~

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Traducción del inglés de Ricardo Dudda.

Publicado originalmente en Aeon.

Creative Commons.

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es profesora de filosofía moral y política en la London School of Economics y en la Blavatnik School of Government de Oxford.


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