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Fuente: Pixabay

Ruleta rusa petrolera

El coronavirus desató una ruleta rusa petrolera que implica a México aunque este no quiera. Y no está preparado.
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En lugar de promover la colaboración internacional, el coronavirus ha provocado un dramático rompimiento en las relaciones petroleras. La historia empieza a quedar más o menos clara: al enfrentar una menor demanda por el freno en la actividad económica mundial, los saudíes propusieron recortar la oferta global de crudo para que subieran los precios. Los rusos, que colaboraban estrechamente con la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) que lidera Arabia Saudita, se rehusaron. Eliminadas las posibilidades de un acuerdo estabilizador, los saudíes decidieron imponer medidas correctivas que perfeccionaron desde los años 80: inundaron y desestabilizaron el mercado.

Es una decisión sumamente tóxica y controversial. Como dijo Fatih Birol, director ejecutivo de la Agencia Internacional de Energía, al Financial Times: “En un momento de incertidumbre y potencial vulnerabilidad para la economía mundial, jugar ruleta rusa con el mercado petrolero puede tener consecuencias graves”.

Siguiendo la metáfora, no necesariamente es una acción suicida. Podría, de hecho, eliminar a algunos rivales. Desde hace tiempo rusos y saudíes –cuya producción petrolera depende de empresas controladas por el Estado o satélites oficialistas– han querido aumentar la presión a las compañías de shale de Estados Unidos que llevaron a ese país al liderazgo global en la producción petrolera, pero cuyos costos de producción siguen siendo relativamente altos.

Dado que esas compañías han requerido enormes inversiones de capital para sostener el crecimiento productivo que han alcanzado, cargan deudas cada vez más pesadas. A pesar de sus estrategias para contratar coberturas que aseguren el precio de venta de su petróleo, son empresas que están perdiendo rango de maniobra. Sus acciones han caído y las posibilidades de refinanciamiento son cada vez más bajas. Muchas están en camino a la quiebra; otras se han vuelto blancos de adquisiciones por otros grupos.

Pero sí es una estrategia extraordinariamente riesgosa. Ni Rusia ni Arabia Saudita son inmunes a la pérdida en ingresos petroleros que el derrumbe en precios está provocando. Aunque a la larga puedan desplazar a algunos competidores que tienen mayores costos de producción, sería absurdo argumentar que los sectores petroleros y las finanzas públicas de ambos países no van a sufrir profundamente. Aducir, además, que todo esto va a eliminar a la competencia de sectores enteros de la industria de forma selectiva no es más que retórica. En realidad, se deben reconocer daños profundos y generalizados en todo el mundo.

México no es la excepción. Es cierto que hoy dista mucho de estar en posiciones de liderazgo petrolero global; no es un protagonista de esta historia. Pero a su empresa más importante, Pemex, la está impactando una bala perdida de la ruleta rusa. Dado que cuenta con el respaldo entero del Estado mexicano y su capacidad financiera, no parece ser un impacto mortal. Pero sí agudiza su condición, ya de por sí crítica.

Si la deuda de las empresas de shale es pesada, la de Pemex es casi inmanejable. Hoy por hoy, tiene el deshonroso reconocimiento de ser la petrolera más endeudada del mundo y, aún antes de la caída en precios, enfrentaba expectativas cada vez más pesimistas entre sus tenedores de bonos. Pronto Pemex podría perder el grado de inversión ante una segunda calificadora internacional y, con eso, ver a sus bonos degradarse a chatarra. Si eso pasa, financiarse le resultaría progresivamente caro, al grado de costarle muchos cientos de millones de dólares tan sólo para mantener el mismo nivel de deuda.

En su posición, cualquier petrolera buscaría enfocarse en lo prioritario y vender, o al menos suspender, la inversión en proyectos que ni son estratégicos ni le generan ganancias. Pero Pemex lleva 70 años sin realmente pensar en su portafolio de activos de forma estratégica. Apenas con la reforma energética obtuvo herramientas adicionales para seleccionar lo más valioso y estratégico y desentenderse del resto. Pero, aún bajo administraciones cuya ideología no se los impedía, hay contadísimos casos de venta exitosa de activos o de formación de asociaciones estratégicas. Lo más inexplicable es la adquisición de activos podridos, que hoy enfrentan investigaciones judiciales.

Con proyectos faraónicos anclados sobre su balance general, plantas chatarra en su haber, una deuda sin precedentes, y sin coberturas petroleras que apliquen directamente a Pemex, la perspectiva de nuestra petrolera parece peor que las del shale estadounidense, que los rusos y saudíes consideran débiles. Es claro que, como país, el mundo nos ha agarrado muy mal parados. Que el gobierno no lo haya reconocido –lanzando, por ejemplo, un plan de mitigación de emergencia– es preocupante. Que los días pasen sin que articule una posición, es por demás irresponsable.

Es claro que Pemex no inició la ruleta rusa. Es claro, también, que habrá otros heridos. Pero desentenderse porque la tragedia es generalizada no es más que un consuelo de tontos. Es imperdonable apuntar al contexto amplio para justificar la irresponsabilidad. Mejor preparemos la sala de urgencias. Es un hecho que necesitaremos recursos especializados, cirujanos experimentados y una buena cantidad de transfusiones.

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Es Managing Director de FTI Consulting en México y columnista en El Economista en temas de energía y asuntos públicos.


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