Una carta abierta pide a la Sociedad Lingüística de Estados Unidos que elimine a Steven Pinker de su lista de distinguished fellows. Acusa al catedrático de Harvard de utilizar sobreentendidos racistas, racismo científico y en general de oponerse a los objetivos de la justicia social. Las acusaciones de la carta han sido ampliamente rebatidas y rechazadas por gente como Nicholas Christakis, Michael Shermer, John McWhorter y Noam Chomsky, entre otros. El intento de cancelar a Steven Pinker ha fracasado en forma de unos espectaculares fuegos artificiales.
Pero no hay que distraerse con las explosiones: la carta no hablaba en realidad de Pinker. De hecho, tiene una función muy específica: disuadir a profesores universitarios menos conocidos y estudiantes de que cuestionen el consenso ideológico. La carta dice, en menos palabras: “No importa que seas el puto Steven Pinker. Si no estás de acuerdo con nuestras prescripciones ideológicas, este no es tu sitio.”
La carta en realidad se dirige a ti: el profesor desconocido, el joven lingüista, el estudiante de doctorado. Y en este objetivo particular de disuadir el disenso, no hay duda de que tendrá éxito. Aunque la carta se ha criticado mucho, no eres Steven Pinker, y seguramente Noam Chomsky y otros no van a salir en tu defensa cuando te sancionen por expresar la opinión equivocada. No porque no crean en la libertad de expresión, sino porque no serán siquiera conscientes de tu caso. No habrá respuestas y críticas a los canceladores. Tu cancelación será un parpadeo en el radar y el mundo académico seguirá adelante sin ti.
Quizá los lectores de la carta lo sepan de forma consciente, pero quizá no. Está claro, sin embargo, que en realidad no les importa Pinker: es una causa perdida, después de todo. Solo quieren asegurarse de que la siguiente generación de lingüistas no le siga.
Los actos de denuncia pública como este solo son efectivos cuando los denunciantes son un contingente significativo del grupo más amplio. Una persona que te dice que no va a trabajar contigo no es el fin del mundo. Diez personas es un gran problema. Que todo el mundo te denuncie es el fin de tu vida tal como la conoces. Por eso esa carta y los firmantes son públicos. Hay 575 personas que se oponen a Pinker por sus opiniones, y en el pequeño mundo de la academia eso señala un coste extraordinariamente alto para el disenso.
Afortunadamente para Pinker, con su enorme base de seguidores, no se le puede cancelar. Todos los profesores de Norteamérica podrían denunciarlo y su carrera solo sufriría de forma marginal. Pero ¿qué pasa con los demás? ¿Qué debemos hacer?
En primer lugar, debemos dejar de firmar peticiones sin pensar. La gente firma peticiones porque tiene un coste despreciable y una recompensa moderada: treinta segundos de leer y teclear por la satisfacción psicológica de hacer algo. Te da la oportunidad de señalar a otros tu virtud moral y la oportunidad de apartar la masa de ti mismo. No seas un peón de la jugada ideológica de otra persona.
En segundo lugar, los profesores y los estudiantes deben apoyar abiertamente los valores de la libertad académica y la diversidad de puntos de vista. Eso no significa que la gente deba asumir opiniones que se desvíen del statu quo, sino que debemos reconocer que el desacuerdo es fundamentalmente bueno. La diversidad de puntos de vista no solo hace que todos seamos mejores estudiosos a través de la desconfirmación institucionalizada de sesgos prevalentes; por su propia naturaleza, socava la capacidad de los ideólogos para sancionar la disensión.
La turba es aterradora. Un grupo de casi seiscientos pares sin duda tiene mucha fuerza sobre la forma en que un estudiante joven piensa y actúa. Pero la próxima generación de profesores no puede permanecer ociosa. Quizá hablando y pensando de forma independiente, amando el desacuerdo, podamos restaurar la integridad y honestidad de las universidades estadounidenses. ~
Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Publicado originalmente en Spiked.
es estudiante de posgrado en la Universidad de Chicago. Escribe en Young Voices