Fotos: Cortesía Museo Franz Mayer

Fotoperiodismo en tiempos del smartphone

¿Por qué la gente sigue acudiendo a un museo para observar el trabajo del reportero gráfico o qué distingue a una imagen del fotoperiodismo de cualquier otro registro de la realidad?
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Cada año, la historia del mundo parece contarse en un álbum fotográfico que extiende sus hojas sobre los muros de varios museos. Desde 1955, la organización holandesa World Press Photo se dedica a premiar los mejores trabajos de fotoperiodismo a nivel internacional, mismos que son expuestos en diferentes lugares por medio de una exposición itinerante. El Museo Franz Mayer fue la sede mexicana que este año presentó la muestra World Press Photo 12, en la que se exhibieron las 159 fotografías ganadoras en las nueve categorías oficiales, que incluyen personajes de actualidad, noticias, deportes y naturaleza, entre otras. La fotografía ganadora, del español Samuel Arana, muestra a una madre con su hijo herido en brazos luego de participar en una de las manifestaciones en contra del régimen de Ali Abdullah Salehen Yemen, en 2011. De igual manera, se presentó la imagen mexicana ganadora del tercer premio en la categoría Temas contemporáneos, de Pedro Pardo, en la que el tema del enfrentamiento entre los cárteles de las drogas refleja una circunstancia cuya presencia no pasa desapercibida; en la fotografía de Pardo se observan los cuerpos de servidores públicos asesinados en Guerrero mientras son  examinados por responsables el Servicio Médico Forense.

La muestra anual cuenta con gran aceptación en la ciudad, mientras permanece expuesta (agosto-septiembre, en este año) son escasos los momentos de tranquilidad, los flujos constantes de gente y las largas filas durante los fines de semana demuestran la presencia que ha adquirido el evento en la agenda de los capitalinos. Una vez superada la espera en la entrada llega la recompensa: ver la imagen ganadora, leer la cédula y, como si se tratara de un acto fundamental, tomar una fotografía con el teléfono celular; frente a las aglomeraciones parece establecerse un orden muy particular en el que la propia multitud gestiona un breve periodo de tiempo para que la instantánea ganadora pueda ser el objeto central de una toma a través de la lente del teléfono o bien, para que el visitante pose junto a la imagen, como si se tratara de poseer un relato paralelo al de la fotografía original, en donde la certificación de la experiencia es rebasada y  se incluye al observador como  participante de un acontecimiento relevante. Este ejercicio revela al mismo tiempo el impacto que aún produce el fotoperiodismo en una realidad en la que predomina la imagen y la inmediatez de las redes de comunicación para su difusión. En un panorama en donde la fotografía es un ejercicio cotidiano, donde la democratización de la imagen hace posible que existan cientos de ciudadanos o “fotoperiodistas en potencia” dispuestos a captar el momento preciso con su teléfono celular, es natural preguntarse por qué la gente sigue acudiendo a un museo para observar el trabajo del reportero gráfico o qué distingue a una imagen del fotoperiodismo de cualquier otro registro de la realidad.

Lo primero que deberíamos considerar es que de alguna u otra manera, todas estas imágenes son sobrevivientes. Ellas han resistido los embates de las guerras, desastres naturales o diversos conflictos; la foto de Alex Majoil reproduce la intensidad de las  manifestaciones en contra de Mubarak, por ejemplo. Otras tantas han testificado la fuerza del paisaje, como la idílica postal de Jenny E. Ross que muestra a un oso polar sobre un acantilado en Rusia; o la destreza del hombre en acción, idea central de la impresión de Adam Pretty que muestra a clavadistas de Bielorrusia durante una competencia. El impacto de estas experiencias, esa esencia que hace particular a cada placa, adquiere una significación específica para el observador cuando además, el reportero gráfico matiza el momento con la palabra. También habría de darle valor al proceso previo a la captura del momento: el trayecto, la espera y el riesgo,  la investigación o la entrevista, por ejemplo. Estos elementos dan forma a una narrativa, de manera que, si la instantánea logra contar una historia, la mirada que contempla se vuelve visión reflexiva y la imagen trasciende, pues se hace objeto en la mente de quien observa.

De alguna manera, las instantáneas expuestas en World Press Photo evocan ese proceso, un tiempo previo al instante documentado en el que la presencia y el compromiso del fotoperiodista se hacen presentes. Para completar esta visión, debemos considerar que el impacto emocional de estas imágenes parece intensificarse en un espacio expositivo con una multitud atenta. Frente a postales tan literales parece inevitable que se establezcan relaciones directas entre la intención de comunicar  y la visión reflexiva.

Mientras que el debate sobre el rumbo del fotoperiodismo frente a las nuevas tecnologías sigue desarrollándose, muestras como World Press Photo amplían la perspectiva: la vigencia del género frente a las nuevas tecnologías recae en la capacidad humana para contar historias. Sea con un teléfono, como lo demostró el fotoperiodista Dan Chung al documentar para el diario The Guardian los juegos olímpicos con un smartphone, o con el equipo más especializado, sin la intención de contar historias y sin el ingrediente humano capaz de generar espacios de reflexión, el registro documental no logrará apelar a la memoria, su impacto será fugaz. Hasta ahora, las tomas captadas por cámaras de seguridad no revelan un nivel superior de conciencia o compromiso social, lo que hace que las imágenes del fotoperiodismo puedan ser valoradas desde diferentes perspectivas como la permanencia en el tiempo o la capacidad para  consolidar algún tipo de memoria.

 

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Maestra en historiografía e historiadora de la arquitectura.


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