Rebelión a bordo

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Empezó siendo una moda y ha terminado por convertirse en una terrible plaga. Hablo de las presentaciones de libros en público. En Barcelona y Madrid muchos escritores están dejando de escribir para poder dedicarse a preparar las presentaciones de libros de sus amigos. Por otra parte, como cada día hay más escritores —en España nunca como hasta ahora había tenido tanto prestigio social la profesión, ya no queda ni rastro de aquellos escritores de los años cincuenta que  gorroneaban cafelitos y pedían prestado el periódico porque no tenían dinero para comprarlo—, puede perfectamente afirmarse que casi todo el mundo anda buscando presentador de su libro. Medio país busca al otro medio para que le presenten el libro. Y es tal la locura que ya nadie parece preguntarse si realmente es posible presentar un libro.
     Hasta el más impresentable de los  libros tiene presentador. Y la plaga se extiende cada día con mayor fiereza. A veces están tan ocupados todos los escritores preparando las presentaciones de los libros de sus amigos que no ha habido más remedio que recurrir a monjas, toreros, actrices o futbolistas para que oficiaran la ceremonia de la confusión que se esconde detrás de cualquier presentación de un libro. Naturalmente,  esto ha provocado que muchas monjas, toreros, futbolistas o actrices apenas  dispongan de tiempo para dedicarse a su verdadero oficio. Además, por si esto no fuera poco, hay futbolistas que escriben libros y buscan actrices que se los presenten, y hay actrices que buscan monjas, y hay monjas que buscan…
     En fin, una verdadera locura. ¡Y pensar que hace un año escribí un artículo sugiriendo lo magnífico que sería que todo el mundo escribiera! No quiero ni pensar que sea yo el culpable de la  extraña situación actual. En todo caso, tanto si soy culpable o no, da igual. Lo cierto es que la gente se ha puesto a escribir novelas. Sonetos, por ejemplo, no. Supongo que porque les parece más difícil, hay que aprender a rimar y a contar las sílabas. Con las novelas, en cambio, basta con sentarse a una mesa y escribir nuestra vida, que es tan interesante.
     Y dentro de esta locura, un dato francamente a tener en cuenta, un dato alarmante: se presentan tantos libros que empieza a faltar público. Y aunque  parezca una perogrullada, está claro que sin público ningún libro puede ser presentado en público. Y ahí viene otro de los problemas, pues hay tanta gente que actualmente escribe libros que cada vez son menos los que están dispuestos a ser público en las presentaciones. Esto está produciendo un fenómeno nuevo de consecuencias imprevisibles si no se ataja a tiempo, pues últimamente es fácil observar cierto malestar entre los que ejercen de público en las presentaciones. Este malestar se hace evidente de dos maneras distintas. 1. Cuando se abre el turno de preguntas, todo el mundo pone cara de fastidio y, en medio de un clima general de brazos cruzados y protesta silenciosa, nadie pregunta nada. 2. Agresividad creciente del público.
     A esto quería llegar: a la agresividad que se va abriendo paso entre el público malhumorado de las presentaciones de libros. Hasta ahora —que yo sepa— preguntar siempre fue desear saber una cosa. Sin embargo, últimamente las preguntas que siguen a la presentación de un libro no son en modo alguno la exposición de una carencia, sino la aserción de una plenitud. Con el pretexto de preguntar, se monta una agresión al autor o al presentador del libro; entonces preguntar toma de nuevo su sentido  policiaco. Sin embargo, aquel que es  interrogado debe aparentar responder al pie de la letra a la pregunta, no a su intención. Si con cierto tono preguntan: "¿Para qué sirve su libro?", significando con ello que el libro no sirve para nada, el interpelado debe aparentar que  responde ingenuamente: "Mi libro sirve para tal cosa o para tal otra".
     Hace poco, presencié un caso masivo de agresividad por parte del público, hasta el punto de que el presentador (que como todos los presentadores  había dicho que el libro era muy bueno, imprescindible) acabó preguntando al público preguntón: "¿De dónde procede el hecho de que ustedes me ataquen?" Ya sólo faltó que el público le contestara: "Porque ya no tenemos tiempo para ir a las presentaciones".
     Ni Monterroso a su paso por Barcelona se salvó de la creciente fiereza del público. Supo resolver con su habitual humor la incomodidad de la pregunta de un señor que, sin venir a cuento, le dijo: "¿Sabe usted decir no?" Monterroso respondió: "No".
     No hace mucho, un señor del público me acusó reiteradamente de no ser un escritor portátil. Tuve que pararle los pies preguntándole si ya le habían dado permiso su mujer y sus hijos para salir de casa.
     En Valencia presenté el libro de un joven minimalista catalán, autor de una breve novela sin excesivas pretensiones. Alguien del público tomó la palabra y le dijo al pobre chico: "Esta última semana me he leído el Ulises de Joyce, la Recherche de Proust, todo Faulkner, todo Borges y todo Kafka. Y la verdad, al  lado de estos libros, el suyo deja mucho que desear…"
     En fin, hay un nerviosismo general que creo yo que merece ser meditado. –

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