En la entrada del Teatro Galileo de Madrid hay un par de personas con bufandas de color magenta y una furgoneta con el logo de UPyD. Al entrar a la sala, una mujer nos señala (“tú, y tú también”) y nos pide que vayamos con ella. Busca a gente joven para colocarla en las gradas tras el estrado y frente a las cámaras, como ocurre en todos los mítines políticos. Mike, un amigo al que he convencido de que me acompañe a presenciar la desaparición en directo de un partido con representación parlamentaria, me mira y decidimos hacernos los tontos o los extranjeros. Más tarde, ya empezado el mitin, Julio Lleonart, autoproclamado hipster del partido, reivindica su pureza frente al hipster falso del PP. Por un momento, pienso que va a descubrir nuestras gafas de pasta y sacarnos al escenario. Me siento como en un show donde piden la colaboración del público: “que no me saquen, que no me saquen”.
Las gradas de jóvenes, junto a una bandera de España y un cartel que pide “Más España” (una reivindicación, espero, sentimental y no territorial) se quedan finalmente sin suficientes jóvenes. La mujer que nos pidió que la siguiéramos acaba sentada en ellas, junto a otros militantes de mediana edad. A UPyD le falta más España, que se le hace pequeña, más jóvenes, especialmente hipsters, y sobre todo muchos más votantes. Ya ni siquiera aparece en las encuestas. El partido culpa a los encuestadores, pero Metroscopia se defiende diciendo que no cuenta a los partidos que no llegan al 1% del voto.
A pesar de la casi completa desaparición del partido, Andrés Herzog, su candidato a la presidencia, tiene un discurso ganador. Es una opción arriesgada que garantiza la derrota moral y el resentimiento. Sus votantes son de centro. Carecen del idealismo de la izquierda extraparlamentaria o minoritaria, que se consuela con una oposición moral y la dignidad de la derrota. UPyD es un partido reformista y, aunque nacido al calor de las movilizaciones contra ETA del movimiento ¡Basta Ya!, no parece conformarse con la presencia en las calles y los movimientos sociales. Le queda su faceta de bufete de abogados que lucha contra la corrupción. Se ha tomado tan en serio ese papel que ha necesitado recaudar fondos para llevar a Pujol o Rato a los tribunales. A mediados de 2015, sin embargo, la falta de recursos le obligó a retirarse de casi todos los procedimientos judiciales por corrupción.
El bufete se presenta a las elecciones. Herzog dice que va a ganar. La derrota solo podrá achacarse a fuerzas abstractas como el Ibex o el establishment: en el Teatro Galileo compara a UPyD con el propio Galileo y a los enemigos del partido con la Inquisición (“Lo mismo que no pudieron con Galileo, no van a poder con nosotros”), y denuncia el “auto de fe” contra Rosa Díez. Admite incluso que la noche anterior consultó la entrada de Galileo en Wikipedia para documentarse. Si siempre fue un partido que acusó a los grandes de ningunearles (en el parlamento, en la ley electoral), ahora que tienen menos votos que nunca piensan que les boicotean por ser demasiado peligrosos. Lo que realmente descubrió Galileo es que la Tierra gira alrededor de UPyD.
El establishment es Ciudadanos. Es otra casta. Las críticas de Herzog a los naranjas las recibe el público con cautela: si se descuida, les pisa el programa.Acusa a Rivera de tener dinero, y el silencio en la sala es elocuente. Una corresponsal de TVE comienza su crónica en mitad de la intervención de Herzog, y se la oye casi más que al candidato. Varios presentes se dan la vuelta en sus asientos, molestos, pero antes de rechistar se percatan de que se trata de la prensa. Les han fastidiado la conspiración mediática. También es de mala educación interrumpir una obra de teatro.
Es un teatro pequeño, con un aforo de 350 personas, en concordancia con su apoyo popular. En 2011, en la campaña de las elecciones generales, UPyD llenó el Palacio de Vistalegre de Madrid, en un barrio obrero y feudo del PSOE. El partido atrajo a 6.000 personas y a varios cartones de color magenta con silueta de personas que se colocaron en los asientos vacíos. Rosa Díez se dio un baño de masas. La gente gritaba “torera, torera” y Pombo gritó su famoso “¡UPyD!”, convertido en un meme antes de la existencia de los memes. Había muchas banderas de España. La bandera y el himno son lo único que todavía cohesiona el partido: los verdaderos aplausos en Galileo fueron tras el himno.
Quien llena el palacio de Vistalegre ahora, un día después del mitin de UPyD, es Ciudadanos. Es el gran acto de campaña. Las colas son eternas. La cara de Rivera está en los autobuses, y la gente lleva gorros de navidad naranjas. Antes de resignarme ante la cola, un conocido del partido de Murcia me salva del bullicio y me acoplo en su agrupación. Intentamos acceder por la entrada de los diputados y concejales. Por un momento pienso que para entrar por ahí tengo que ponerme una de las sudaderas del partido que cargan en una caja. Finalmente nos dicen que hay que volver a la cola y me salvo de vestir la sudadera color butano.
Me junto con los jóvenes, que se ríen de la propaganda electoral de UPyD, pegada de mala manera en una pared a medio derruir junto al estadio. Algunos vienen de UPyD, y reconocen que la estructura nacional y autonómica de los magentas ha ayudado a Ciudadanos a consolidarse. “Lo mejor que le ha pasado a Ciudadanos es la compra de UPyD”. Fue una OPA hostil. El trasvase de UPyD a Ciudadanos fue tan radical en algunas comunidades que solo hizo falta cambiar el nombre del partido. En Asturias ni siquiera se cambió al candidato, Ignacio Prendes.
En las elecciones generales de 2011, tras el baño de masas de Rosa Díez en Vistalegre, UPyD obtiene casi 1.200.000 votos y se consolida como tercer partido. Ciudadanos, incapaz de presentarse a nivel nacional, pide a sus electores y simpatizantes que voten a los magentas. Díez no lo quiere y cree no necesitarlo, a pesar de que su partido es irrelevante en Cataluña. La relación entre Ciudadanos y UPyD es tan hostil como inexplicable. Se remonta a los inicios de Ciudadanos, entre 2005 y 2006, cuando Rosa Díez aún militaba en el PSOE. En Alternativa naranja, un documentado repaso por la historia de Ciudadanos, José María Albert de Paco e Iñaki Ellakuría exponen sus innumerables desencuentros. En 2007, poco antes de que Rosa Díez deje el PSOE, recibe una llamada de Rivera, que le comenta su proyecto de expansión nacional:
Animado, le comunica que tiene una ejecutiva plenamente a su lado y que ahora dispone de la fuerza para plantearse nuevos proyectos y quizá la expansión por el conjunto de España. Al otro lado del teléfono, Díez rompe su largo silencio con un lacónico: “Ah, bueno. Felicidades”. A Rivera no se le ha olvidado aquella respuesta.
Díez desconfía de la indefinición ideológica de Rivera, a pesar de que un principio critica la deriva izquierdista de Ciudadanos. Rivera se vende como un hombre de consenso. Su llegada a la presidencia de Ciudadanos, en 2006, es motivada por su negativa a posicionarse en el debate entre liberales e izquierdistas que divide el partido.
En Vistalegre, Rivera también vende consenso. Defiende la España de Suárez, González, Aznar. Zapatero no. En sus vídeos electorales, mini documentales sobre la democracia española, el progreso termina en 2004 y la guerra civil surge de forma espontánea entre hermanos. No hay un golpe de Estado a una democracia legítima. Cosas del consenso. Rivera no es un intelectual en un partido de intelectuales (Espada, Ovejero, Carreras, Boadella) que ya no existe, pero cita a Pascal, a Victor Hugo, a Roosevelt. En citascelebres.com hay muchas más citas.
El público a mi alrededor está moderadamente entregado. Una animadora de la organización del evento, con un megáfono, arenga a un público que no quiere distracciones. Rivera manda callar para que su discurso tenga más efecto. Da la vuelta a las críticas que recibe el partido. No tienen experiencia: “Es verdad, no tenemos experiencia en crear aeropuertos vacíos. No tenemos experiencia en falsear los presupuestos para enviar a Bruselas. No tenemos experiencia en ser corruptos”. El miedo: “Tenemos miedo. Tenemos miedo de quienes quieren que todo siga igual. Pero no tenemos miedo a gobernar”.
Los murcianos que me acompañan no parecen muy eufóricos, pero el formato del mitin no lo exige. Muchos de ellos son alcaldes y concejales de pequeños pueblos. Han salido de Murcia a las 4 de la mañana. Uno de ellos tuitea con el hashtag del evento, pero pide constantemente ayuda para ello. “¿El texto se escribe antes o después [del hashtag]”? La brecha digital es enorme: Toni Cantó, que dirige el show, pide un aplauso por ser trending topic global, y el hombre del hashtag aplaude convencido de que es algo bueno.
Antonio, que se sienta a mi lado, es muy joven pero se dedica a administrar las pedanías. Está en contacto con gente que se parece poco a Rivera y Arrimadas. Le pregunto qué ocurre con la campaña en Murcia mientras todos ellos están en Madrid. Me dice que cree que está suspendida, pero su padre ha organizado una “migada” solidaria en un pequeño pueblo. Me habla de “fontaneros”, miembros que rascan votos, construyen alianzas, conspiran. Tras las elecciones seguramente habrá purgas. Rivera obligó a todas las agrupaciones a que dejaran aparcados los problemas regionales e internos para dejarle vía libre hacia la Moncloa. Tras el 20D, los gulags estarán permitidos.
En Alternativa naranja, Albert de Paco y Ellakuría repasan todas las conspiraciones, luchas internas, amenazas y alianzas dentro del partido. Desde las disputas intelectuales entre los fundadores, que debaten si la democracia es plenamente liberal o, en cambio, una conquista social de la izquierda, hasta peleas entre los tres diputados en el Parlament de Catalunya en 2006, que dejan el partido al borde de la desaparición. También hay amenazas de muerte y agresiones por parte de independentistas.
En más de una ocasión, Rivera ha estado a punto de tirar la toalla. En 2009, decide presentar a Ciudadanos a las elecciones europeas con la coalición euroescéptica y de ultraderecha Libertas. Es un error tremendo que provoca la estampida de muchos militantes del partido. Tras las elecciones, el partido se limpia de disidentes y permite a Rivera un control más férreo y autoritario. Cambia su estrategia electoral, se dedica a ganar presencia en debates televisivos y comienza a moldear su proyecto personalista. La aparición de Podemos y la certeza de que la coalición con UPyD no va a cuajar apuntalan ese proyecto. Él es el proyecto. En las elecciones autonómicas de 2015, pocos conocen a su candidato regional: la cara de Rivera está en todos lados.
En 2012, el escritor Juan Carlos Girauta, posteriormente eurodiputado del partido, le hace una pregunta a Rivera en un taxi de Madrid. “‘¿Tú sabes que algún día serás el presidente del Gobierno?’ A lo que Rivera responde: ‘Sí’. El taxista […] comparte en ese momento cara de asombro con Girauta, quien sabe que una de las características de Rivera, una cualidad que según el momento se torna en defecto, es que suele creer en lo que dice; máxime si lo dice en público.”
Herzog tiene razón. Rivera tiene el dinero, el apoyo del establishment y el momentum. Pero como explica Pablo Simón, editor de Politikon, las expectativas de los nuevos partidos son siempre tan altas que hasta los resultados relativamente positivos pueden ser vistos como un fracaso. En peores se ha visto Rivera. “Llevo nueve años. Tengo una herida, pero ya cicatrizada”, comenta en su mitin en Vistalegre. Se ve ya presidente, aunque quizá todavía tenga que esperar su turno.
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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).