Salgo de la estación de Cortlandt, en el distrito financiero de Nueva York, y me recibe un cielo decorado con gigantescas nubes blancas, recorriendo con prisa el azul profundo. No sé qué tan cerca estoy de los manifestantes que, desde hace semanas, ocupan Wall Street. A la salida de la estación me detengo en un mapa e intento encontrar la ruta más rápida para llegar al New York Stock Exchange. Frente a mí se levanta la luminosa estructura del nuevo edificio, One World Trade Center, construido cerca de las Torres Gemelas. Sobre la reja que divide la calle y el World Trade Center hay una malla, vestida con letreros que indican el camino para llegar al recién inaugurado monumento al 9/11 (dos fuentes cuadradas, en cuya periferia están grabados los nombres de todas las víctimas). Sigo las flechas y en menos de un minuto doy con una escueta plaza, ocupada por decenas de manifestantes.
Chicos de apariencia hippie salpican el interior de la plaza, descansando sobre lonas de plástico azul, durmiendo debajo de casas de campaña improvisadas. Una mujer, cuyo cabello corto combina con su blusa negra obsidiana, sostiene un cartel que pregunta “Where is Robin Hood?”. A su lado, un hombre, vestido con chamarra y pantalones de cuero, y portando una larga y desaliñada cola de caballo, lee un libro de Sófocles al lado de su perro. Camino por la periferia de la plaza, en el espacio asignado para peatones, y zigzagueo alrededor de puestos de hot dogs y vendedores de camisetas de los Yankees y “ILove NY”. Un policía calvo, que mide lo mismo a lo ancho que a lo largo, me pide que no me detenga. You gotta keep movin’, folks, gotta keep movin’. Sobre las piedras de cantera que delimitan el interior de la plaza, diversos manifestantes conceden entrevistas a medios televisivos y radiofónicos. CNN entrevista a un joven con una camiseta en la que se lee “I´m the 99%” y NBC a un viejo con una camiseta que dice “Occupy Wall Street”, mientras que, en una esquina del lugar, un grupo de negros organiza una ruidosa batucada. Por cada manifestante hay un turista curioso como yo, que no duda en participar en los cánticos y los gritos de protesta. Huele a comida rápida: a falafels, hamburguesas y hot dogs. Pasa un joven rubio, vestido con una gabardina militar, sosteniendo un pedazo de cartón: “We are in this for life”. Debajo de su padre, sentado en el suelo, un niño, de no más de seis años, sostiene otro pedazo de cartón: “I want a future that can´t be bought”. Los turistas nos acercamos a tomarle fotos y, como si hubiera sido entrenado de antemano, el niño mira hacia delante sin voltear a nuestros lentes y no sonríe en ningún momento.
Entro a la plaza y el olor a mota vence al olor agrio de comida rápida. Botas y tenis raídos se asoman desde las lonas de plástico, avisando que hay alguien durmiendo ahí abajo. Cuento una, dos, tres, cuatro pancartas con la leyenda “The beginning is near” y después cuento una, dos, tres, cuatro con la leyenda “Occupy Wall Street, not Afghanistan”. Un hombre de poco más de sesenta años descansa una guitarra sobre su abultada barriga mientras canta una canción que suena country, y un joven, con los ojos desorbitados y con un cigarrillo a punto de extinguirse entre los labios, se para de su asiento para bailar al ritmo de la música. Sacamos las cámaras y el joven deja de bailar; las guardamos y brinca y manotea. Atrás de mí, una chica de ojos verdes, muy linda, le pregunta a un manifestante con una voz tan aguda que parece caricaturesca: “How long is this going to go on for?”. Pero no escucho la respuesta, porque del otro lado de la plaza, un hombre, vestido con pantalones de lana y camisa de manga corta, se ha subido a una especie de pedestal con una biblia en la mano.
Camino hacia él y lo veo gesticular y mover los brazos como si fueran molinos de viento para llamar la atención de los peatones. Llego a la mitad de su discurso, justo cuando el hombre nos asegura que la crisis financiera es resultado de que Estados Unidos se ha alejado de Jesucristo. “¿Qué pueden esperar de un país que practica el aborto?”, exclama el hombre, quien físicamente da la impresión de ser un viejo miembro del elenco de Jersey Shore.
“Get off your pedestal”, le pide un joven, a un metro de distancia.
El hombre nos pide que nos acerquemos a Jesús, nos asegura que solo esto resolverá nuestros problemas.
“Get off your pedestal!”.
Aquí y allá, alrededor del joven, se establecen diversos grupos de gente discutiendo. Los lentes de las cámaras turistas, los iphones de los peatones y las grabadoras de los medios locales se entrometen en todas las conversaciones, mientras el resto de los manifestantes comienza a molestarse con el hombre y su retórica bíblica.
Junto a mí pasa una persona, con el rostro oculto detrás de la máscara del protagonista deV for Vendetta.
Atrás, un letrero nombra la calle: Liberty Street. Y, más allá, en diagonal, el hueco que dejaron las torres gemelas se apodera del horizonte, reemplazado por ese cielo azul que ahora parece acosado por esas nubes presurosas que, en solo una hora, se han multiplicado.