La sencillez de Alamar de Pedro González-Rubio es su principal atracción. La cinta cuenta con una trama delgada y pocos elementos. Natan pasa un tiempo con su padre en la cosa caribeña antes de volar a Italia a vivir con su madre. Ella no quiere llevar la vida de un pescador y Jorge no está dispuesto a acompañarla de regreso a Europa, a la gran ciudad. Padre e hijo se despiden. La película transcurre en una casa de madera sobre el mar, sostenida por pilares, en un arrecife de coral llamado Banco Chinchorro, al sur de Playa del Carmen.
Los atributos de Alamar son sutiles; están en el retrato de la intimidad, en las aguas que rodean a los tres personajes, en el vínculo entre ellos y el reflejo del sol. Además de Natan y Jorge está Matraca, el abuelo.
Lejos de parámetros industriales, de la gran producción, Alamar está construida de una forma artesanal. Se grabó con una cámara digital de alta definición, una máquina portátil que pasa desapercibida en comparación con una cámara de 16 o 35 milímetros y el equipo de fotografía que la acompaña. Así, González-Rubio se pudo dar el lujo de grabar con solo dos personas: el sonidista y él, y en algunos casos ni siquiera necesitó del sonidista. Él como operador de cámara de manera tan discreta que hasta una garza participó en el rodaje. Se podría decir que Blanquita, la garza, es el quinto personaje, pues tiene más tiempo en pantalla que Roberta, la madre de Natan. Y en el espectador queda una duda: ¿es ficción o documental? El método de rodaje y la entrañable relación entre los personajes le dan un halo de verdad que hace que la ficción se confunda con el documental y que la realidad se mezcle con la fantasía; sin embargo, que no haya un guión como tal y que gran parte de la película sea improvisada no le quita la invención, el artificio detrás de la historia. Es una ficción que utiliza métodos propios del documental como herramienta.
Pero a fin de cuentas eso no importa. Ante la disyuntiva, González-Rubio dice: "es una película". Una película con un éxito asombroso. Le ha dado la vuelta al mundo de festival en festival, y ahora, dos años después de terminada, abrió en la ciudad de México con treinta copias, una zancada amplia para una cinta hecha con tan poco. Alamar confirma que para ser universales es necesario partir del ámbito local, hablar de lo que sabes.
La relación con el mundo animal es inseparable de los personajes, y en ese sentido está emparentada con Toro negro, su primera cinta: un documental sobre Fernando Pacheco "el suicida", un torero temerario que vive a flor de piel. El torero depende del toro como el pescador de la vida acuática. Ambos son verdugos de los animales que aman. A la pesca de langostas, pargos y barracudas le sigue el proceso de limpieza para venderlos, y Natan aprende el oficio familiar de primera mano. Pintan la casa y lijan el fondo de madera del bote que los lleva a pescar con los utensilios más rudimentarios, sin una red que atrape demasiados peces.
A la mitad de Segundo siglo de Jorge Bolado, las narradoras se burlan de su propia suerte:
—En esta película no pasa nada.
—¿Cómo no?, pasan las nubes.
En la pantalla, algunas nubes desfilan al fondo del cuadro, frente a una montaña.
Alamar comparte el espíritu de Segundo siglo, hecha de una manera similar, ambas conscientes de que la acción a la que nos ha acostumbrado el cine en general es superficial, se queda en lo trivial y deja de lado el espíritu, el mundo interior. En Alamar podemos ver con cierta profundidad la interacción entre los personajes, como si viéramos a través del ojo de la cerradura: la naturalidad de Natan frente a la cámara, la enseñanza y el amor de Jorge y las ocurrencias de Matraca, el viejo risueño que se siente joven. Más tarde, la despedida, el camino de Natán que se aleja de su padre al igual que Blanquita, un día cualquiera, se alejó de ellos volando hacia la nada.
Pedro González-Rubio tiene la facultad de hacer que la realización de una película parezca fácil, como si contar con una cámara digital fuera suficiente para hacer una obra como la suya. Lo mismo sucede con los trazos de un pintor o las formas de una escultura. Por lo general, cuando parece fácil, pocas veces lo es, aunque no hay que olvidar una de las grandes enseñanzas del film: no es necesario tanto alboroto para hacer cine. Una cámara, un micrófono y un programa de edición por computadora.
Cuando Godard habla del pedazo de audiencia que le corresponde dice: "Es como ir al museo. La gente se forma durante tres horas bajo la lluvia para ver una exhibición, por el sentido de la imagen, por una mirada —saben que es algo que no se puede ver todos los días, y lo necesitan. Saben en donde está el tesoro. Puedes ir a ver Titanic, pero de cuando en cuando, vas a ver el tesoro." Alamar es uno de esos tesoros. La opción de ver otra cinta de suspenso, de explosiones o de romance siempre está ahí al encender el televisor, pero el mundo de Alamar solo está en esa pantalla y en esos 73 minutos. Es una experiencia única.
(ciudad de México, 1979) Escritor y cineasta