In memoriam Humberto Murrieta
Tengo tantas razones para suponer que Florence Cassez es culpable de los crímenes que la condenaron como para suponerla inocente. El interés en que se haga justicia va acompañado, en México, por un instintivo escepticismo. Entre nosotros la justicia es ciega, en efecto, pero clínicamente, no como laudable alegoría de su objetividad. Y aun de lograr ser “ciega”, nunca sería sorda.
Entre la alharaca del affaire Cassez reparo en una frase dicha por Jean-Luc Romero, presidente del Comité de Apoyo a Florence Cassez en Francia: “No olvidemos que esta francesa se encuentra a 10 mil kilómetros de nosotros y tiene mucho miedo”. Que su retórica enfatice la distancia en kilometraje, como si estuviéramos en tiempos de las carabelas, y además con una cifra tan oprobiosamente redonda, explica muchas cosas: la Sra. Cassez es una “cautiva”.
El tema de “la mujer cautiva” está profundamente cargado de deudas emocionales, que se convierten en sociales, y luego en políticas y (a veces) en militares. Un tópico de hondo arraigo en las imaginaciones tribales y religiosas que, desde luego, pervive en las naciones y culturas modernas. Supone que una mujer de la tribu ha caído en las garras de una tribu enemiga, agravio que se multiplica si la mujer es, además, joven, hermosa y virginal; es decir, si refleja en su apariencia la representación que la tribu ha fabricado de sí misma. (Los otros miles de franceses en cárceles de todo el mundo son “presos”, no “cautivos”.)
El tema pulula en el folklore y en los registros literarios. La Iliada tiene como excusa el cautiverio de Helena de Troya, cuya liberación incluye una guerra de diez años y el arrasamiento de un imperio. El indio Ramayana se basa en la lucha de Rama y su mono Hanuman por liberar a la cautiva Sita. La mujer encerrada en una torre abunda en los cantares de gesta y hay decenas de novelas que se tratan de liberar europeas cautivas en manos herejes, desde Cervantes hasta Indiana Jones. El rapto en el serrallo de Mozart canta el rescate de la bella Konstanze de las manos herejes del lúbrico Pashá Selim, algo parecido a La italiana en Argel de Rossini.
En Francia, país que presume una relación especial con la Libertad, la idea de la tiranía se empareja con el tema de la cautiva: Victor Hugo pone en boca de “La cautiva” unos versos que, quizás, Cassez repetiría: “De no encontrarme cautiva / podría amar a este país, / con sus mares lastimeros / y sus campos de maíz…” O quizás Cassez preferiría los versos que André Chénier pone en boca de la cautiva prisionera del Terror revolucionario: “Los muros de la cárcel pesan en vano sobre mí./ Tengo las alas de la esperanza…” Aunque, bien mirado, hay un viejo texto popular francés que quizás venga más a mano, “Barba Azul”, el cuento sobre el espantoso criminal que le prohibe a su esposa enterarse de lo que ocurre en su ranchito…
No es azaroso, pues, que cierta Francia hospede a Florence Cassez en esa fantasía. La ciudad de Orléans la ha declarado su hija y bañado, por contagio, con el fulgor de Juana de Arco. El presidente Sarkozy se convirtió, de nuevo, en el Caballero de la Hiperquinética Figura y retó a desigual combate al hediondo gigante Judicialambro que, en un reino remoto y opaco, gobernado por la oscuridad, raptó a una inocente flamenca. Digo de nuevo, porque ese Caballero ya trató antes de rescatar a Ingrid Betancourt, cautiva de las FARC, con las que ahora se identifica al Estado mexicano, y quien no ha tenido empacho de referirse a Florence Cassez como “mi hermana”, pues obviamente olvidó ya lo que es un secuestro…
(Publicado previamente en El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.