Siempre ha habido caminos y viajeros, pero después de que Jack Kerouac escribió On the road (1957) las autopistas quedaron ligadas a la búsqueda existencial por parte de la juventud estadounidense. “La carretera es la vida”, diría Sal Paradise, álter ego de Kerouac. Sólo a través de ella, se disfruta la vida con intensidad.
Influido, no por Kerouac, pero sí por los escritores Jack London y Henry David Thoreau, un joven egresado de antropología, decide emprender el éxodo. Son los años noventa, pero al igual que décadas atrás, el impulso inicial del viajero es el autoconocimiento, el sueño de total libertad y la protesta —quizá silenciosa, pero testaruda— ante un mundo banal e insípido.
A diferencia de On the road, que próximamente será llevada al cine por Walter Salles, en Into the wild (2007) no hay humo de cigarros, ni bares. Tampoco grandes ciudades, ni músicos del jazz. El camino más que una carretera es un sendero agreste que acerca a su protagonista Chris McCandless (Emile Hirsch) a la naturaleza, pero aún así esta película dirigida por Sean Penn cumple con todos los elementos del clásico road movie: un viaje, una transformación del personaje, un sueño que se funde con un destino, una atractiva banda sonora y escenarios que contextualizan el vaivén de su protagonista.
Narrada a través del flashback por su hermana Carine (Jena Malone), quien relata las contrariedades de la burguesía norteamericana, y por el mismo Chris, Into the wild plasma los excesos del idealismo. Una familia adinerada no le basta a un espíritu ávido de atragantarse el mundo, por lo que Chris abandona la hipócrita comodidad del hogar en busca de nuevas sensaciones. En el camino, como un acto simbólico ante todo indicio de superficialidad, renuncia a sus tarjetas de crédito, a su carnet, a su nombre. Finalmente, un nuevo ser, apodado por él mismo como “Alexander Supertramp”, se aleja de la civilización y se refugia en la naturaleza para recrear, como Thoreau hace más de un siglo, la experiencia del héroe solitario que se enfrenta a lo verdaderamente esencial: la supervivencia.
California, Oregón, Dakota del Sur. A medida que Chris avanza hacia Alaska, su destino, opta por viajar cada vez más ligero: sin maletas, ni teléfonos. Sin autos o tickets de autobús que faciliten el viaje. Únicamente, la libertad a sus espaldas y la compañía de un libro sobre plantas comestibles.
De la seguridad del automóvil al autostop, del trabajo temporal a la lucha por conseguir el alimento y del rito iniciático a la transformación, Into the wild es una historia que salta de la vida real para adentrarse en la pantalla grande y dar origen a una historia conmovedora que no busca más que narrar los ideales de un joven soñador y los obstáculos que tiene que sortear por soñar despierto.
Al igual que su impecable actuación en Milk (2008), que lo llevó por segunda vez consecutiva al Oscar, Sean Penn es un director de gustos refinados. Su estilo es elegante y preciso, sin abusos visuales o narrativos, que sofoquen la belleza del paisaje o la profundidad de la trama; cuadros en movimiento que, desde el Gran Cañón y el lago Mead en Arizona hasta la nieve eterna y solitaria de Alaska, están acompañados de la voz cálida y rasposa de Eddie Vedder, el vocalista de Pearl Jam. De Into the wild se desprende la serenidad, el goce que sólo otorgan las huidas a la floresta, la tranquilidad que da origen a la introspección, el goce de las eventualidades: el amor, la risa y quizá, la fatalidad.
– Eunice Hernández
Es escritora, historiadora y gestora cultural. Colabora en diversas revistas literarias y próximamente publicará la novela Mundo Espiral.