Foto: Timo Berger
“Si tenés algo para decir mejor decirlo bien”
Ezequiel Zaidenwerg (Buenos Aires, 1981) lleva una bitácora electrónica que se ha ido ganando un público fiel e interesado en todo el mundo de habla hispana. Este blog tiene diferentes secciones: por un lado, Zaidenwerg publica sus traducciones de poesía, que van de Shakespeare a Pound, de Safo a Raymond Carver. Tiene también una antología personal de poemas en español y una sección más de traducciones de canciones de pop y rock (de Michael Jackson, The Smiths y hasta de Megadeath). El año pasado publicó su primer libro, Doxa.
El lugar común de la poesía argentina reciente es que es coloquialista, arrabalera, antisolemne… Desmiéntelo.
No sé si podría desmentirlo. Lo cierto es que hay una idea de la poesía argentina que tiene que ver con la llamada generación del 90 que efectivamente parte de la desacralización de la lírica. De hecho hay un célebre aserto de un poeta que se llama Alejandro Rubio que dice que la lírica está muerta, y que existiendo la televisión por cable a quién le podría interesar hoy escuchar las penas de un joven dolido de amor. Ahora bien, la poesía de los 90 es más compleja que eso: hay una serie de autores que no se limitan al realismo sucio o a la cumbia y a la reivindicación de ese espacio que antes no había tenido un lugar en la literatura; no se podría decir que toda la poesía argentina de los 90 es antiacadémica, antisolemne, antirretórica. Sí hay una idea muy fuerte de repudio a la retórica, lo que pasa es que eso es fuertemente retórico también.
Lo que vos me decís es bastante apropiado y describe bien el grueso de la poesía argentina escrita durante los últimos diez o quince años, pero lo que veo en los autores que están escribiendo ahora es que hay un regreso a la lírica, aunque quizás no a la lírica entendida en términos tradicionales. Y bueno, técnicamente la poesía argentina da la espalda al metro, a la rima y a todo el arsenal retórico que estamos acostumbrados a ver en los poetas mexicanos; aunque no sé si también en los más jóvenes…
¿Tú te sientes parte de ese regreso a la lírica del que hablabas?
Yo no me siento parte de nada, yo sólo trato de hacer mis poemas. No sé, me parece que en realidad a nadie le importa nada de lo que uno hace. Hay que tratar de seguir haciendo. Todo eso de ser parte de un movimiento y de una generación es algo que construyen otras personas.
En tu poesía al menos sí advierto un interés en el metro y las formas fijas…
Sí, todos los versos están medidos. Quizás en ese libro que vos tenés en la mano [Doxa, ed. Vox, 2008] hay algunas pifias porque lo escribí a los 21 o 22 años y todavía estaba aprendiendo, pero yo no escribo ni traduzco nada sin metro; me parece importante. La poesía argentina suele ser muy sorda, no le presta atención a eso. No creo que un poema sea bueno por tener ritmo, pero ciertamente ayuda. Es muy difícil tener algo para decir, y si tenés algo para decir mejor decirlo bien, me parece.
Ahora al revés: ¿Cuál dirías que es el lugar común de la poesía mexicana, vista desde Argentina?
Bueno, la Argentina es un país bastante ciego al exterior. La poesía argentina joven, digamos, mira más al modernismo de Estados Unidos que a la poesía latinoamericana. El problema de los poetas argentinos –y acá voy a seguir rompiendo lanzas– es que no leen poesía, no tienen un interés particular por la tradición. Qué sé yo: no conocen a San Juan de la Cruz. Qué podemos esperar que conozcan de la poesía mexicana si no conocen a San Juan de la Cruz… Pero en general el lugar común sobre México es que hay una poesía muy retorizada y muy preocupada por el buen decir. Aunque los poetas jóvenes que yo he leído no me dan esa impresión. Hay poetas mexicanos que me fascinan, y yo no tengo miedo a la retórica, para nada. Me encanta el modernismo, me encantan los Contemporáneos, etc.
¿Qué tanto se refleja en tu poesía aquello que aprendes en el ejercicio de la traducción?
Lo último que estoy haciendo tiene mucho que ver con la traducción, y tiene que ver con una liberación, con ser menos ambicioso, escribir más y divertirme más. Me tomo a mí mismo menos en serio, y creo que el blog es un lugar en el que puedo soltar la mano: trabajo muy rápido y lo hago para divertirme. Digo, me importa hacerlo bien, pero no es que yo esté obsesionado con una palabra durante diez días. Un poema me siento y lo traduzco en diez minutos, no pasa de eso. La traducción es como una convivencia amistosa, no hay una lucha. Es como sentarse a tocar el piano: vos tenés la partitura delante y sale solo. Con un poema propio no, porque bueno, uno tiene que hacer la partitura y eso es más difícil.
¿El formato del blog y las sugerencias que te hacen los lectores modifican en algo tus traducciones?
A veces sí, a veces me equivoco y me dicen “mirá, esto es ripioso, mirá, esta palabra no me parece”, y varias veces cambio cosas, por supuesto. El formato blog es muy bueno porque permite, sin una inversión de dinero, llegar a otra gente. La verdad es que estoy muy agradecido, porque yo estoy acá por eso. Fui invitado por una universidad estadounidense por el blog, y después me dieron una especie de beca para ir allá y después estoy aquí en México.
¿Todo gracias al blog?
Sí, jamás publiqué un libro de traducciones. Publiqué traducciones en varias revistas, pero la verdad es que el blog fue una gran inversión, y es algo que a mí me pone muy contento y me motiva a hacer. Me gusta traducir: siempre me fascinaron las distintas versiones de la misma cosa, como escuchar covers del mismo tema.
¿Con qué autor de los que has traducido sientes que has entablado una relación más intensa?
Mirá, no me interesa mucho la idea de autor a la hora de traducir. Traduzco poemas que me gustan y me relaciono mucho más con un poema que me diga algo que con un autor. Creo que tendría un problema si tuviera que traducir un libro entero de un mismo autor. Si bien por supuesto no todos los poemas que están traducidos en el blog me gustan; hay unos que de hecho me parecen malísimos, pero los pongo por muchos motivos: como una broma o porque sé que a ciertos lectores les puede interesar y quiero ver qué comentan.
¿Y las canciones pop que traduces de pronto?
Las canciones pop son en principio una cosa mercadotécnica, como para tratar de atraer un público que no tenga que ver con la poesía. Y funcionó. Por supuesto sería necio pensar que lo hago solamente para que me lean: me gusta mucho el rock y me gusta darle una dignidad a esas canciones que, despojadas de la música, realmente se caen a pedazos. De alguna manera utilizo la traducción como una especie de prótesis rítmica… Y por otra parte también lo hago como un gesto político: está toda esa poesía cuya misión sería algo así como “destruir” la poesía… yo trato de hacer lo contrario: en vez meter la poesía a los filtros de la cultura pop, trato de someter el pop a los filtros de la poesía más tradicional.
¿Están también en metros clásicos esas traducciones?
Todo, sí; no hago nada que no esté con metro. Incluso a veces forzando: traduje un poema de Levertov y un amigo me criticaba que hubiera hecho en endecasílabos un poema que está todo en verso libre… pero bueno, yo me imagino la traducción de poesía como si hubiera una suerte de cielo platónico de los poemas donde éstos existieran como formas puras, desencarnadas de su actualización lingüística. El trabajo del traductor de poesía sería ver esas formas y adaptarlas a las condiciones de producción de la lengua, por decirlo así, y del contexto en el cual se hace la traducción. En general creo que esa es la única idea que me rige para traducir: pensar que esos poemas son una forma pura en un cielo poético más allá de nuestra percepción inmediata… Pero bueno, tengo una idea bastante religiosa de la poesía, y de la vida en general [risas].
En México la validación del Estado tiene un papel importante en la “consolidación social del poeta”, gracias a las becas, los premios, el arropamiento en general. ¿Cómo funciona en Argentina?
La soledad del poeta es absoluta. No hay ningún tipo de estímulo, los poetas tienen que trabajar en otras cosas… y no sé hasta qué punto eso no es enriquecedor también. De todas maneras a mí me encantaría tener apoyos, poder levantarme en la mañana y que me digan: “tenés tanta plata para traducir poemas”. Pero bueno, también estar en una situación de crisis permanente es productivo para la escritura en algún punto. Al final uno está solo con el poema y tampoco importa mucho lo que piensen los otros.
– Daniel Saldaña París
(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).