Ciudadanos

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Para vitaminar sus causas, grupos, individuos y medios gesticulan cada día más una colectividad imaginaria. No es infrecuente que un encabezado grite ACADÉMICOS COMPRUEBAN FRAUDE y que protagonicen la nota, si acaso, dos bisoños profesores. Especialistas, intelectuales y –últimamente- técnicos son como los peces y los panes: individuos disfrazados de tumulto.

El señor AMLO y su grey lo hacen compulsivamente con la palabra ciudadano. Monopolizan su pedigrí republicano, explotan su carga contestataria y la arrojan contra quien se les ponga enfrente (otros ciudadanos, pero espurios). En sus orígenes, el gabinete del Sr. AMLO se llamó “gabinete ciudadano”; las consultas a sí mismos son “consultas ciudadanas”; los ideologemas que segregan en sus discursos son “expresión ciudadana”; si cierran una carretera, “protesta ciudadana”; si una avenida, “bloqueo ciudadano”; las suyas son “marchas ciudadanas”; las iniciativas que presentan en la ALDF se llaman “legislación ciudadana” (sic); emanaron una “Ley de Participación Ciudadana” que reconoce como interlocutores del gobierno del DF a “Comités Ciudadanos” y “Consejos Ciudadanos”; su proyecto para PEMEX es, faltaba más, la “propuesta ciudadana”.

Los individuos y los grupos civiles que votan emplean la palabra para marcar su distancia del Estado; por ello la desvirtúan quienes la usan ostentando poder político (a menos que sean aristotélicos compulsivos). Un partido político que se proclama ciudadano es no sólo patéticamente redundante (pues un ciudadano, dice el DRAE, es “el sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país”), sino que, usurpando su persona, invade la ciudadanía de aquellos a quienes dice representar. Pues todo partido está formado de “ciudadanos”, desde luego, pero sólo de algunos; un partido es siempre parte de la ciudadanía, pero nunca toda (salvo en los casos de los partidos comunistas cubano o chino, o el PRI, que durante setenta años logró el milagro de un partido total).

Sí, ya sé que Marx lo justificaría diciendo que hay “momentos de la devoción más heroica” en que conceptos como ciudadano, persona y hombre entran en conflicto; momentos en los que “para salvar a la nación” se impone “el sacrificio de los intereses de la sociedad civil”; en los que “se impone castigar como un crimen los derechos del hombre egoísta”; en los que la “comunidad política” no debe servir para sostener “los así llamados derechos del hombre”; en que el “verdadero hombre” es el citoyen, no el homme, etcétera (Cfr. Sobre la cuestión judía, 1844).

Lo que le es incómodo al ciudadano vulgar que yo soy es que AMLO, ciudadano plenipotenciario, al redefinir para sus propósitos personales el concepto de ciudadanía, se esté reservando también la decisión de proclamar cuál es ese momento heroico. Lo mismo que definir como “ciudadanos libres” a quienes estén con él, y a los demás como “no libres”.

Todo individuo moderno puede, desde Whitman, si así lo desea, presumir que su yo es multitudinario. Pero que, al apropiarse de la palabra ciudadanía, lo hagan los partidos –lo mismo el FAP-PRD que ese partidito recién parido por expanistas en Guanajuato— me parece un despojo. Un despojo, precisamente, a los ciudadanos.

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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