Sentirse (como) en casa
A veces París esconde su cosmopolitismo y puede vivirse como un barrio. Anoche supe que una amiga volaría hoy a París, y no entendí el carácter premonitorio de esa casualidad. No es imposible que nos topemos en el aeropuerto, pensé. Pero nada. En cambio, sí coincidí con la novia de un conocido. París empieza a parecerme más chica que nunca. Pienso en eso, cuando leo “Bienvenue a Paris”. Y a continuación: “México, invité d’honneur”.
Cuando llego a la Rue de Reilly, llamo a una amiga que me hospedará para preguntarle por las llaves del departamento. “¿Ah, sí? ¿ves la panadería de al lado? Pídele las llaves a la señora, ella las tiene”. No esperaba tal camaradería en la capital francesa. Y ya el sentimiento de estar en un ambiente local y familiar se desborda cuando, en el metro, husmeo en la lectura de mi vecina de asiento, una asiática a la que nada le importa mi curiosidad, primero, y mi sorpresa, después, que se traduce en sacar la cámara para que quede constancia de que una presunta coreana lee en los subterráneos parisinos a Cristina Rivera Garza. “Es como ir en el Pejebus, excepto por la coreana”, fantaseo.
Los rostros conocidos se multiplican poco a poco cuando estoy ya a las puertas del Centro de Exposiciones de la Porte de Versailles, al surponiente de la ciudad. Todo quiere elogiar (o remedar) a México: los colores chillones de la decoración, el rosa mexicano de las mascadas, bufandas y corbatas de los voluntarios, e incluso el rosa mexicanizante de los pasillos. Hasta el Popo en su albo esplendor y la pirámide de Cholula figuran en la portada del programa. Todo es México, y uno se siente (como) en casa.
Incluso cuando escucho a algunos de los invitados. Ay, ahí también todo me es familiar: la literatura del desierto, el crack contra el boom, la diatriba contra el realismo mágico, la poca presencia de literaturas extranjeras en nuestro meridiano… Esperaba una chispa que me sorprendiera, pero creo que este Salon du Livre está realmente pensado para los franceses. Porque uno, como mexicano, se siente, mal que bien, (como) en la zona internacional del Aeropuerto de la Ciudad de México, con un toque de exotismo, acentos extranjeros, lo “Mexican curious” bien capitalizado, y una cantinela de opiniones conocidas.
Veamos mañana qué opinan los franceses.
Contrapuntos
1
El sábado, el Salón está a reventar. Día de autógrafos. Los lectores-admiradores buscan la editorial de su autor favorito, forman una columna frente al retrato correspondiente, y aguardan su llegada. Podría apostar a que las estadísticas de firmas y dedicatorias, de fotos y otras minucias serían abrumadoras. Es ineludible pensar en el capitalismo y en Duchamp, Midas que lo convierten todo en lucro y arte mediante la apropiación. El escritor es tocado por el mercado, se vuelve “exitoso” y a cambio debe pasar una, dos o tres horas sonriendo a sus lectores, violentando los párpados ante los inminentes flashazos y garabateando nombres y firmas a diestra y siniestra. ¿Quién se ha apropiado de quién? El autor ha ganado para sí el entusiasmo de sus lectores pero el mercado a su vez le organiza la agenda a través de su agente. También esta masificación, como todas las demás, tiene algo de repulsivo. No hay gran diferencia entre el letrero en el supermercado que recuerda el “Martes de tomates” y el anuncio en el Salón “Dédicaces aujourd’hui”. Sea como sea –vendiendo tomates o dedicando libros– hay que buscarse la vida.
Contrapunto: Pienso en Thomas Pynchon y en Gabriel Zaid. Si todos los escritores fueran conocidos sólo por sus obras, la industria moderna del libro perdería quizá la mitad de su fuerza.
2
Entro a la multitud para observar a las escritoras. Las hay jóvenes y mayores, con el pelo al natural o rojo, con botas y con ballerinas. Por ahí veo alguna que quiero que se parezca a Carla Bruni. Al doblar una esquina me sorprende una darkie subyugada por lo bizarro de su sombrero y la dureza de sus facciones: Amélie Nothomb. Qué lejana me parece esta espèce d’ Lily Munster de aquella otra niñita dulce y simpática que jugaba con escobas imaginando que eran caballos de alta velocidad.
Contrapunto: Descubro por fin a la autora más hermosa. Nadie le pide autógrafos y se entretiene conversando con una colega, igualmente desocupada. Se llama Marine Baron, y es autora de Lieutenante, un librito sobre su experiencia como mujer en el Ejército Francés.
3
El año pasado Israel estuvo como invitado de honor en el Salon du Livre. De pronto, todo el mundo debió poner pies en polvorosa por una amenaza de bomba.
Contrapunto: Acá, ahora, todo es mucho más tranquilo. Incluso pasa desapercibido el puñado de franceses embroncados porque en México “l’Etat, la police et la justice répriment le mouvement social”. De poco les valió imprimir panfletos, o el conato de bronca frente al Pabellón México, o que hicieran volar sus papelitos. Pocos se dan cuenta, y un par de trabajadores con identificaciones de Conaculta se aprestan a levantar los volantes difamatorios.
4
Esta tarde hay tres mesas redondas en la “Sala Octavio Paz”: una sobre el exilio, la segunda con escritores del norte, y la última discute el tema de la frontera. Es notorio el entusiasmo del público francés. Los asistentes están deleitados con el perfecto francés de Alberto Ruy-Sánchez, con el cosmopolitismo de Jorge Volpi, con el uso sagaz que hace Jordi Soler del internet, y ríen a carcajadas por la historia amorosa de un refrigerador (Ximena Escalante) y la de un bibliotecario en Icamole (David Toscana). Pregunto entre los franceses si el interés es genuinamente literario o si se debe al carácter de exótico que tiene México en estas latitudes. Genuinamente literario, aseguran. Se quejan de que su literatura esté en un bache, y la contrastan con la viveza de la nuestra.
Contrapunto: El Instituto Cervantes parisino arropa desde hace años un Taller de Escritura. Se ha formado un grupo entusiasta y animoso de estudiantes que saben trabajar y divertirse. Los autores también charlan con estos talleristas, quienes reparten panfletos literarios para presentar su Voix du Mexique, una antología bilingüe de autores nuestros.
– Enrique G de la G
Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.