Javier Duarte: volar a ciegas

El prestigio del gobernador Duarte va cayendo envuelto en llamas. Lo peor es que con él, también se está llevando al suelo la esperanza de que las cosas cambien en Veracruz en el corto plazo.
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Volando a velocidades cercanas a la del sonido, un piloto de combate recorre cientos de metros en un segundo. En un enfrentamiento tiene que saber a qué velocidad y altitud viaja en ese instante y a qué velocidad y altura quedará una vez terminada la maniobra de ataque o defensa. Además tiene que sumar a su ecuación la posición del enemigo y su respuesta. La suma de entrenamiento, experiencia e instinto lo hacen tomar, en segundos, la decisión que definirá si gana la batalla y vive para contarlo.

Saber todo el tiempo dónde estás y exactamente qué está pasando a tu alrededor se conoce en la jerga de la aviación militar como “conciencia situacional” (situational awareness). Un piloto que pierde esa conciencia, así sea por un momento, no solo es presa fácil del enemigo sino que puede terminar convertido en una bola de fuego contra el piso (para un ejemplo, ver este video en especial a partir del minuto 8) al tratar de maniobrar para atacar o defenderse. Se dice fácil, pero adquirir situational awareness lleva años de entrenamiento, muchas horas de vuelo y una gran disciplina mental.

La política se parece en eso al combate aéreo. Un político experimentado, como un verdadero piloto Top Gun, tiene situational awareness permanente. Sabe dónde está y dónde están sus adversarios. Sabe lo que los demás piensan y dicen de él o de ella, bueno y malo. Sabe qué es lo que tiene que hacer y decir para no caer en situaciones de crisis. Sabe cómo reaccionar y cómo comunicar su mensaje una vez que la crisis se desata. Y sabe perfectamente dónde están sus limitaciones y fortalezas, y cómo usarlas para su propia ventaja. 

¿Qué pasa cuando un político carece completamente de situational awareness? Pregúntenle al gobernador de Veracruz, Javier Duarte.

Ante la enorme crisis desatada por la acumulación de casos de periodistas asesinados en su estado (11 en lo que va de su gestión) y ante una opinión pública que lo fustiga con acusaciones directas de represión, corrupción y negligencia, el gobernador Duarte tardó diez días en reaccionar. Una eternidad en una crisis. Al final, decidió salir a los medios a dar un discurso con la intención de dar su versión y aclararlo todo.

Pienso que el error más grave del discurso es que el gobernador parecía estar intentando representarse a sí mismo para convencer de su inocencia absoluta al juez en un juicio oral.  Lo malo es que, para que esto salga bien, quien lo dice debe tener credibilidad ante el “jurado”. Cuando no es así, cuando los argumentos del discurso serán rechazados a priori por detractores y críticos, hay que asumir un tono empático, que reconozca y valide las emociones de los demás, para de ahí pasar a exponer los puntos propios, con humildad y claridad, a fin de encontrar los puntos en común con la audiencia.

Yo hubiera recomendado dar un mensaje en el que el gobernador, como autoridad electa, compartiera el sentimiento colectivo de frustración y enojo ante los ataques del crimen organizado en Veracruz. Hubiera aprovechado esa oportunidad para explicar qué es lo que está pasando en el estado, cómo ha evolucionado la violencia, qué genera los ataques a la prensa, qué puede hacer y qué ha hecho el gobierno estatal. La sensación que tenía que transmitir a la audiencia era certidumbre de que el gobernador está haciendo su trabajo porque le importa el tema, le duelen los jóvenes muertos y sus deudos y le indigna que su estado sea visto como un cementerio de periodistas. En fin, algo que brinde la sensación de que al frente del gobierno hay una autoridad preocupada, ocupada y, sobre todo, responsable.

Pero en vez de tender puentes, el discurso pone un muro para detener a sus detractores, para demostrar que ellos, los que lo acusan, se equivocan y que él está en lo correcto. Que ha hecho todo lo que tenía que hacer para investigar los asesinatos de periodistas. Que lo que no ha hecho es porque no le toca: es problema de la PGR o de alguien más, porque los jóvenes asesinados en la colonia Narvarte “ya vivían desde hace tiempo en el D.F.”. La cereza en el pastel fue tratar de convencer a la opinión pública de que “lo sacaron de contexto”, cuando les dijo días atrás a los periodistas “pórtense bien” porque si los secuestran, extorsionan y matan es porque “andan en malos pasos”. En su discurso, Duarte no se hace responsable de lo que hace o deja de hacer. También elude la responsabilidad de lo que dijo en público y circula en video en redes sociales. Todo un caso de una absoluta falta de situational awareness.

Hoy, el prestigio del gobernador Duarte va cayendo envuelto en llamas, como avión recién derribado. Lo peor es que con él, también se está llevando al suelo la esperanza de que las cosas cambien en Veracruz en el corto plazo. Un triste ejemplo más de cómo a la política de nuestro país le urgen liderazgos éticos, que por lo menos sientan la necesidad humana de hacer algo ante la injusticia, la impunidad y el dolor ajeno.

 

 

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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