Cuando John Coltrane abandonó por primera vez el cuarteto de Miles Davis lo hizo por dos razones: la primera porque quería librarse de la adicción a la heroína, la segunda porque el trompetista, exasperado por la impávida actitud del saxofonista, decidió darle unas bofetadas y un golpe en el estómago antes de una actuación para hacerlo reaccionar. Thelonius Monk se acercó a Coltrane y le dijo: “No tienes por qué soportar eso, ¿por qué no vienes a trabajar para mí?” Eso hizo, aunque pronto regresó con Miles para una gira. Como seguía enganchado, el trompetista decidió expulsarlo. Coltrane dejó el hábito aplicando el método del cold turkey. La tercera vez que dijo adiós lo hizo para dirigir su propio grupo. Fue un duro golpe para el trompetista, al grado de que, en el último concierto que dieron juntos, Miles estuvo a punto de llorar. Se iba el contrapeso a su sonido y quien le ayudó a crear el disco más grande del jazz: Kind of blue.
Coltrane estaba dando los pasos para conseguir un sonido propio. Ya había hecho el primer avance en 1957, cuando trabajaba para Monk y decidió grabar su segundo álbum solista: Blue train, afianzado aún en el hardbop pero donde comenzaba a mostrar signos de que aquel viaje lo llevaría a otras altitudes.
Poco después de Kind of blue, Coltrane consiguió un atractivo contrato con Atlantic. Ahí grabó uno de sus discos fundamentales: Giant steps. Acompañado de una sólida sección rítmica y un casi mediocre Tommy Flanagan en el piano, la pieza que le da nombre a la obra es un cambio de dirección contrario al jazz modal de los últimos discos grabados con Davis. Tocando una compleja progresión de acordes; una serie de obstáculos armónicos que el pianista no logra salvar pero que Coltrane utiliza para impulsarse con seguridad hacia lo que el crítico de jazz Ira Gitler llamó “cortinas de sonido”: una cascada de notas que parecían chocar entre ellas pero que el saxofonista articulaba con claridad y exactitud.
Coltrane dirigía de nuevo el tren a las libertades del jazz modal y de ahí a la experimentación con una orquesta entera cuando en 1961 el sello Impulse! lo contrató convirtiéndose en el segundo mejor pagado músico de jazz, después de Miles. El primer disco que grabó para ellos fue Africa/Brass. El sello no escatimó esfuerzos y el saxofonista pudo contar hasta con diecisiete músicos. Con la contribución de Eric Dolphy en algunos arreglos y el constante trabajo de orquestación de McCoy Tyner, el disco se impuso como una obra que polarizaba la opinión de los críticos.
En noviembre del mismo año grabó su segundo disco para Impulse!: Live! at the Village Vanguard, que recoge originalmente tres piezas, aunque en la reedición de 1997 se incluyeron dos tracks más. La primera parte del lp parecía sencilla, el ingeniero de sonido Rudy Van Gelder capturó con habilidad el tema “Spiritual”, una pieza que tiene una introducción colectiva, casi free, pero que pronto deriva en un hardbop; y el standard “Softly, as in a morning sunrise”, en donde McCoy Tyner sobresale de forma bastante efectiva con su solo y un acompañamiento sólido. Pero el escarnio fue dirigido hacia el tercer tema del disco: “Chasin’ the Trane” fue rechazado en su momento pero reverenciado años después por las generaciones cercanas al free jazz. Es el sonido de la vanguardia, aquel que retoma la tradición, como es el bebop, y la une con destreza al free, un estilo libre de líneas divisorias y reglas estrictas. Era una vertiente del free jazz distinta a la que manejaba Ornette Coleman. Era citadina, con un discurso estructurado pero libre, Coltrane le estaba entregando al mundo el nuevo camino de la música. Ira Gitler en la Down Beat de abril de 1962 escribió: “Más bien es como esperar a que termine de pasar un tren, un tren de mercancías de cien vagones” y Pete Welding en el mismo número afirmó: “Petardeo sin una orientación clara.” Era comprensible. Un solo de quince minutos parecía demasiado para los sesenta. Y esto era apenas el principio.
Tres años después, Coltrane y su cuarteto (más dos invitados) grabaron en dos días la siguiente obra maestra del saxofonista: A love supreme, una oración musical que buscaba satisfacer las inquietudes religiosas de Coltrane. Concebida mientras él estaba en la marina, la idea cuajó durante cinco febriles días del verano de 1964. Originalmente planeada para un noneto, Coltrane solo invitó al saxo tenor Archie Shepp y al contrabajista Art Davis para que participaran en una pieza, lo demás lo dejó en las manos de su grupo.
Este disco es la síntesis del jazz modal refundado por Miles y el free jazz explorado previamente por Coleman. Pero es todavía más: aquí Coltrane toca con desbordada pasión religiosa. Sus cortinas de sonido se despliegan sin titubeos. Es un sonido lírico pero racional que primero busca alojarse en las tripas del oyente antes de llegar a la cabeza. Coltrane atrapa el viejo sonido del hot jazz y lo explota por dentro lanzándonos a un remolino de experimentación free más intenso que el de otros músicos contemporáneos. Si se quiere entender el futuro viraje del saxofonista es fundamental escuchar con atención la primera pieza del disco: “Acknowledgement”.
Finalmente llegamos a Ascension, el disco que inauguraría el nuevo camino que Coltrane estaba por tomar. Tenía 38 años y según el canon del jazz a esa edad debería tener un estilo establecido, un timbre fácil de distinguir. Pero no fue el caso de Coltrane. El free jazz lo esperaba con toda su complicación y un pequeño público fiel, listo para apreciar esos sonidos que requieren de un escucha atento y con mente dispuesta. Pero el disco logró ir más allá de ese pequeño público, en lugar de eso se convirtió en un clásico del jazz aunque al principio los mismos críticos y seguidores del saxofonista no entendían muy bien qué sucedía.
Para grabar Ascension, Coltrane juntó a su cuarteto habitual: McCoy Tyner en piano, Jimmy Garrison en el contrabajo y Elvin Jones en la batería; además consiguió a “Pharoah” Sanders, Archie Shepp, John Tchicai y Marion Brown en los saxofones; los trompetistas Freddie Hubbard y Dewey Johnson y al contrabajista Art Davis. Una pequeña orquesta que recibió unas cuantas instrucciones: apenas el orden de los solos y seguir una serie de acordes cuando los músicos tocaran en conjunto, “pero los acordes eran opcionales”, recordó Shepp tiempo después. “En esos acordes descendentes había un centro tonal definido, por ejemplo si bemol menor. Pero había diferentes modos de llegar a ese centro.” Lo demás fue grabar una intensa sesión de cuarenta minutos de improvisación libre, que repitió para no dejar ninguna duda de hasta dónde podía llegar. Esto ya lo había explorado Ornette Coleman años atrás, pero la libertad musical de Coltrane parecía enorme, como un tren que arrolla todo a su paso. Es el disco que puso a prueba a todos: a los escuchas, a los ejecutivos de Impulse!, a los críticos, e incluso a los músicos que participaron en esa sesión. Cuando terminaron esos primeros minutos de grabación, Coltrane volteó a ver a su agotado baterista y le pidió repetir el esfuerzo, quería tener una segunda opción. Elvin Jones aceptó sin estar muy convencido, pero cuando terminó la segunda toma, aventó una parte de la batería contra la pared y salió del estudio. Ni Jones ni Tyner continuarían en el grupo de Coltrane, de modo que el nuevo camino que tomaría el saxofonista tendría la complicidad de su propia esposa Alice Coltrane en el piano, “Pharoah” Sanders en el saxofón tenor y Rashied Ali en la batería. Todavía vendrían un par de discos en vivo y Meditations, en donde la perspectiva religiosa y espiritual de Coltrane sería más poderosa que en los discos anteriores.
Coltrane murió cuando estaba por completar ese giro en su música que comenzó con A love supreme. Ahora su andar musical era fuerte, pero su salud estaba mermada después de toda aquella intensidad y energía entregadas en cada concierto y en cada disco. Su música era un himno de libertad y amor y este himno lo dejó vacío; Coltrane nunca fue tibio, se entregó por completo. Probablemente esa forma de tocar fuera una de las causas del cáncer de hígado que acabó con él en el verano de 1967. ~
(Torreón 1978) es escritor, profesor y periodista. Es autor de Con las piernas ligeramente separadas (Instituto Coahuilense de Cultura, 2005) y Polvo Rojo (Ficticia 2009)