En 1973, tras una infancia y una juventud azarosas y viajeras, Alejandro Rossi (Florencia, 1932-Ciudad de México, 2009) parecía razonablemente asentado. Se había radicado en México, donde se había casado y tenido hijos, tenía ya cuarenta años, era un respetable profesor universitario de filosofía –pionero en el mundo hispánico de la corriente analítica– que había fundado una revista especializada, Crítica, y publicado un único libro igualmente especializado, Lenguaje y significado (1969). Una biografía académica ejemplar y algo monótona que podría haberse prolongado sin sobresaltos durante años. Sin embargo, conjeturo, precisamente en esa época y a esa edad, una insatisfacción íntima, un malestar personal: no era un escritor. Porque Rossi había sido un adolescente que había jurado por Borges en Buenos Aires, donde había tenido el privilegio de descubrirlo en sus primeras ediciones, y que, sospecho, abrigaba desde entonces el secreto deseo de ser escritor. La filosofía era para él una profesión, no cabe duda, un interés intelectual legítimo y serio; la academia universitaria, su ámbito natural, al que siempre defendería, pero la vocación profunda era la literatura.
En un breve y hermoso texto recogido en Cartas credenciales, “Nacimiento de un libro”, Rossi rememora cómo fue invitado a colaborar con una columna en Plural en 1973: “Ya no recuerdo con exactitud qué estaba haciendo esa tarde. Me gustaría decir que heroicamente descifraba algún complicado libro o que, en plena euforia didáctica, preparaba una clase decisiva e inolvidable. La realidad, sin embargo, siempre es más modesta, y es probable, entonces, que esa tarde de agosto hace nueve años yo estuviera tirado en un sillón con los brazos caídos y la mirada errante. No lo sé con precisión, pero entre las dos posibilidades elijo –por cálculo de dramaturgo– la segunda. Así quiero recordarme cuando me llamaron por teléfono para invitarme a escribir una sección mensual en Plural. Ensayo libre, me dijeron, sobre lo que yo quisiera, un mínimo de cuatro cuartillas y un máximo de ocho. Sí, sí, lo que se me ocurriera, a partir de septiembre, claro, gracias, hasta luego. Comenzó el ‘Manual del distraído’.”
Vale la pena detenerse en estas líneas porque revelan rasgos característicos del mundo literario de Rossi. Primero, la tersura de la prosa: límpida, fluida, aparentemente fácil, casi conversacional. Segundo, la construcción del personaje, típicamente rossiano, al mismo tiempo narrador y protagonista: el hombre y la comedia de su consciencia, pensando distraídamente, divagando. Tercero, la elaboración de la atmósfera: la modesta épica de la vida cotidiana y casera, la única a nuestro alcance, hecha de pequeños grandes acontecimientos. Cuarto, la constatación de las posibilidades de la literatura, la mezcla de realidad y ficción de la que está hecha: las cosas fueron así o pudieron ser así, pero, en aras de lo literario, mejor digamos que fueron de esta otra. Una poética implícita en unos cuantos renglones.
En Presencia de Alejandro Rossi, librito escrito en colaboración con Juan Villoro y publicado por El Colegio Nacional en 2019 en conmemoración del décimo aniversario luctuoso del autor, me ocupé del Manual del distraído, el libro. Aquí quiero centrarme en el “Manual del distraído”, la columna, que no son exactamente lo mismo. Para empezar, la disposición de los textos en el libro cambió significativamente respecto al orden cronológico en que aparecieron en la revista. El primer texto de lo que sería el “Manual” apareció en el número 24 de Plural (septiembre de 1973) y se titulaba, escuetamente, “J. P.”, una semblanza de Jorge Portilla a diez años de su muerte (en el libro cambiaría el título a “In memoriam”). Forma parte de la sección “Letras Letrillas Letrones” y está ahí, en la página 62, arriba de un artículo sobre jazz y junto a una nota de cine de Emilio García Riera. En el siguiente número (25, octubre de 1973) aparece otro texto titulado precisamente “Manual del Distraído” sobre el golpe de Estado a Salvador Allende, recién ocurrido, en el que Rossi critica las argucias acomodaticias que de una manera u otra buscaran justificar o atenuar su gravedad. Este texto se transformaría en el libro en “Guía del hipócrita”, pero su título original serviría para bautizar a la columna (y al volumen futuro), que lo ostenta ya a partir del número 27, independizada de “Letras Letrillas Letrones”. Curioso origen político de un célebre título literario. Por lo demás, este es un buen ejemplo de cómo cambia la recepción de un texto según se lea en su publicación periódica original o recopilado después en libro, porque al lector del Manual del distraído, sobre todo al actual, podría sorprenderle de buenas a primeras un texto sobre un acontecimiento político en medio de artículos literarios, pero le sorprendería menos al verlo enmarcado en una revista, en una sección dedicada casi íntegramente a los hechos ocurridos en Chile. No deja de llamar la atención, por cierto, que la reflexión política esté entre las primeras preocupaciones históricas del “Manual” (el cuarto texto publicado es “El optimismo”, luego de “La doma del símbolo”, un ensayo sobre el optimismo de izquierda, que en la recopilación figuraría entre los artículos finales), lo que luego se diluiría en el Manual.
El resto de los primeros textos de la columna son, sobre todo, ensayos en su sentido más clásico (“La lectura bárbara”, “El objeto falso”, “Plantas y animales”, “Confiar”, “Enseñar”, “Calles y casas”), con alguna excursión a la crítica literaria (“La defensa inútil”, sobre Solzhenitsyn, o “La página perfecta”, sobre Borges). Algunos de ellos tienen temas, digamos, filosóficos –la “falsedad” de ciertos objetos cotidianos o las posibilidades de un idealismo extremo–, pero tratados literariamente, en plan de divagación libre, con una esmerada atención a la prosa. Aquí Rossi comienza a hacer lo que obviamente no se permitía en sus rigurosos artículos académicos de filosofía analítica, que era lo que había publicado hasta entonces: el cultivo de la forma, la elaboración de una prosa artística. Este aspecto –la liberación de la voz ensayística, el desarrollo de un estilo personal– es el primer paso hacia el nacimiento del Alejandro Rossi escritor. El segundo ocurre hacia finales de 1974, cuando aparece “Puros huesos” (39, diciembre de 1974), crónica de una visita a la Iglesia del Gesù en Roma, el primero de una serie de textos en los que cuenta una experiencia personal, episodios sueltos de unas potenciales memorias. Es el surgimiento del Rossi narrador. Le seguirían, espaciados entre otros artículos donde vuelve al ensayo o la crítica, “Crónica americana”, “Robos” y, notablemente, “Relatos” (49, octubre de 1975). Este es un punto de inflexión porque muestra ya toda la complejidad narrativa del mundo rossiano: narraciones volcadas sobre sí mismas, metanarraciones, narradores que cuestionan el hecho mismo de narrar. En las últimas entregas del “Manual” en Plural, “Con Leibniz” y “Sin sujeto” (56 y 57, mayo y junio de 1976), se da lo que podríamos considerar el tercer paso con la aparición de Gorrondona, el maestro carnicero y crítico colérico que se convertirá en el inolvidable (anti)héroe de Un café con Gorrondona. Es ya el Rossi inventor de un mundo ficticio y creador de personajes.
Mi tesis, que se desprende lógicamente de lo dicho hasta ahora y que apenas hace falta enunciar, es simple: Plural hizo escritor a Alejandro Rossi. No porque lo sacara de la nada, por supuesto; el escritor estaba ahí, desde la adolescencia, pugnando por salir, pero no había encontrado el estímulo adecuado y el cauce para desarrollarse. Plural le ofreció ambas cosas. Diría, grandilocuentemente, que de no haberse cruzado con la revista, Rossi habría devenido escritor de cualquier modo, fatalmente. Creo que sí –o tal vez no, porque la vida también está hecha de talentos desperdiciados, vocaciones que se frustran y oportunidades que nunca se presentan–, pero de lo que estoy seguro es que habría tenido que ser de otra forma, quizá menos propicia, favorecedora y gradual de lo que representó la elaboración del “Manual”, que le permitió ir tanteando y explorando sus posibilidades.
El resto es historia conocida. El Manual del distraído –libro único, mestizo, sin género– apareció en 1978 y poco a poco se fue convirtiendo en un pequeño clásico. Rossi siguió perfeccionando su prosa de ficción, que lo conduciría a La fábula de las regiones, libro de cuentos perfecto, cima de su obra y de la narrativa en lengua española del siglo XX; Un café con Gorrondona, delirante sátira literaria, y finalmente Edén. Vida imaginada, la ansiada novela. En la rica historia de Plural, no será su menor mérito haber contribuido al nacimiento de Alejandro Rossi, escritor. ~
(Xalapa, 1976) es crítico literario.