Quise conocer mi rostro antes de nacer
y en el bolsillo del pantalón:
una semilla de naranja.
Era esa y todas las semillas por mi boca,
gestos tan amargos que se chupan
y danzan con el jugo hasta caer
en la palma de la mano: dulces,
grises, casi ordinarias.
No tuve que sembrar la tierra para ver
el sueño del árbol que llevo dentro.
Guardo la semilla en el tocador.
Frente al espejo
somos casi
la misma.