Tras dos años y medio en el gobierno, el sanchismo ha triunfado. No es una victoria estrictamente electoral o de conservación del poder. Es algo mucho más importante. El sanchismo ha creado una nueva normalidad, un nuevo sentido común. Aspira a la postpolítica, es decir, a la resignación. Ha conseguido promover una ideología de la inevitabilidad y de falta de alternativa.
Esta actitud ha tenido una respuesta en la derecha. Se ha escrito mucho sobre la relación especular entre el PSOE y Vox. El primero ha construido un espacio muy estrecho en el que cualquier desvío es considerado radical, populista, de ultraderecha. Al haberse apropiado del discurso de la modernidad y el progresismo en su sentido más amplio (Europa, la clase media profesional, la clerecía de la que habla Joel Kotkin), el PSOE ha convertido cualquier objeción al gobierno en algo que va contra el sentido común más básico. ¿Cómo puedes estar en contra del progreso, de la modernidad, de Europa? La construcción del concepto trifachito (PP, Cs y Vox) tenía menos que ver con la ideología que con la estrategia del PSOE de afianzar su hegemonía.
Vox, por su parte, ha recogido el guante, comprensiblemente. Pero lo que me interesa señalar no es cómo el PSOE ha inflado electoralmente a Vox, sino también cómo ha surgido un nuevo sujeto reaccionario, especialmente en redes. Es un sujeto radicalizado por el gobierno que tiene una relación de amor/odio con el sanchismo. Más que amor, es envidia. ¿Por qué la derecha no se atreve a ser así? El problema no es que, por ejemplo, Pedro Sánchez haya colocado a su ministra de justicia como Fiscal General del Estado; el verdadero problema es que la derecha no se haya atrevido nunca a hacer algo parecido. Hay mucho que aprender del nepotismo, corporativismo y dogmatismo del gobierno, piensan. Algunos reaccionarios en Twitter alaban a José Luis Ábalos, Adriana Lastra, Rafael Simancas por su cinismo y su capacidad de justificar lo que sea de los suyos. La derecha, según ellos, tiene más pudor en hacer esto. Y eso es algo malo.
Este nuevo sujeto es un leninista de derechas. Como dice un artículo (muy minoritario pero interesante como resumen de un zeitgeist) en la revista reaccionaria Ortodoxia, “a pesar de ser uno de los hombres más execrables de la Historia, [a Lenin] al menos le podemos ameritar el haber hecho que su movimiento acabase imponiéndose al resto, incluso sin ser una mayoría.” Para este nuevo reaccionario, no se puede ser tibio si tu adversario no lo está siendo. Preguntarse cosas significa perder; tu enemigo no tiene dudas. Bajo esa lógica, uno justifica y se autojustifica en base a lo que su adversario ha hecho o haría si pudiera: en la misma situación, tu enemigo no se parará a pensar, no se preguntará si está haciendo lo correcto, simplemente actuará siguiendo sus intereses más espurios. Un eslogan informal de algunos de estos reaccionarios en redes es “sigue tus prejuicios y acertarás”. Prejuicios, intuiciones, ataques ad hominem y, sobre todo, no te creas a los liberales que dicen que lo personal no es político; lo personal sí es político. La política es solo guerra cultural y las guerras culturales se ganan así. No importan las ideas, el carácter lo es todo: tanto el tuyo como el de los demás.
Este nuevo reaccionario, no hace falta decirlo, no cree en la democracia liberal. Desconozco si llegó a creer en ella o si siempre desconfió. En general, su crítica a la democracia liberal es banal, superficial e infantil. La democracia liberal es, para estos posliberales, un arreglo de las élites para justificar la ingeniería social. O una palabra vacía de liberalios y tibios que buscan conservar sus privilegios. Es una caricatura del liberalismo no muy distinta de la que hacen los posmodernos al criticar la Ilustración como un invento de hombres blancos. Es coger la caricatura para no tener que discutir las ideas.
Para estos reaccionarios, el liberalismo es la “burocracia nihilista” de la UE, la clerecía profesional con credenciales, los tecnócratas y oligarcas de las consultoras y el espacio que va del PP al PSOE pasando por Cs. Y con eso en la cabeza, autoconvencidos de que no hay nada más allá, desprecian no solo el liberalismo como etiqueta, sino también sus valores: la oposición al absolutismo, a la superstición, al autoritarismo, a la arbitrariedad y discrecionalidad del Estado, la defensa de los derechos civiles individuales, la libertad de expresión, la separación de poderes. Los liberales se cargaron estos valores, dicen, y los convirtieron en papel mojado. Pero en vez de recuperarlos, hay que enterrarlos.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).