No puedo decir otra cosa: el domingo 11 de julio de 2021, el día más gratificante que hemos tenido los cubanos desde hace décadas, me agarró en el Sojo Spa Club de New Jersey, con las vistas más bonitas que yo pudiera observar de Manhattan, con piscinas de piedras calientes y saunas y baños terapéuticos, un día que mis amigas me regalaron por mi cumpleaños 31.
A otro amigo, también de 31 años, le agarró el 11 de julio paseando en una góndola en Venecia. Y a otro, cerca de un volcán en Costa Rica. Y a una amiga, de compras en la tienda Zara de la Gran Vía de Madrid. Todos nos hemos ido de Cuba en los últimos, digamos, cinco años. Y todos nos preguntamos por qué el acontecimiento nacional más espontáneo e importante nos agarró tan lejos. Uno de esos amigos bromeó conmigo con algo como esto: “Todavía se cae el régimen cubano y tú metida en un spa”. Tenía razón.
No es que el régimen se cayó el 11 de julio, es que el edifico de concreto se resintió y va a colapsar. O eso esperamos. Todos los cubanos que nos hemos exiliado sabíamos que así podía pasar. Así lo saben los que se exiliaron a la fuerza cuando los sucesos del Mariel, los que se exiliaron por hambre, los que se exiliaron cuando no pudieron soportar el Periodo Especial, los que se exiliaron porque molestaban, los que se exiliaron por aburrimiento.
Las causas por las que miles de personas se lanzaron a las calles en más de 40 municipios de toda Cuba son, básicamente, las causas por las que a muchos de nosotros esta fecha nos agarró afuera. El hambre, la represión, la molestia y el aburrimiento.
¿Por qué ahora y no antes? Nadie lo predijo. Ciertamente, el coronavirus ha llegado a Cuba como catalizador de los problemas que ya existían. Aumentó la represión política y la escasez. Sin turistas que lleguen en masa a los aeropuertos, Cuba se ha empobrecido aún más. La salud, carta bajo la manga que el gobierno siempre ha sacado en momentos de crisis, se ha resentido como nunca antes. Los números oficiales de contagios del virus que reporta el Ministerio de Salud Pública van en ascenso, cada mañana se suman más de 6 mil nuevos casos. Los hospitales están completamente colapsados. No hay camas para ingresos, la crisis de medicamentos se ha hecho visible, y la gente está muriendo.
Lo que sucede en el país, que quizás no sucedía hace unos años, es que ahora mismo casi ningún cubano tiene nada que perder, ya sea los que administraban negocios particulares, los que se beneficiaban del turismo o los que creían que al menos la salud estaba garantizada. Todos han sido dañados, de manera directa o indirecta, a través de un familiar o un amigo. A todos nos ha tocado el hambre o la enfermedad. Llegado este punto, cuando nada tienes ya, tampoco tienes miedo.
Hace unos días se difundió en redes sociales un video bastante previsor: una mujer, con una calma de espanto, mostró el cuerpo de su hermano muerto, tendido en la sala de la casa. Luego de que comenzara con síntomas del virus, las autoridades médicas de Ciego de Ávila le dijeron a la familia que era preferible dejarlo en casa, pues no había capacidad en los hospitales. El hermano, de acaso poco más de 40 años, comenzó a empeorar y falleció. En el momento del video la mujer esperaba una ambulancia desde hacía varias horas para cremar el cadáver, y no tenía confirmación de la prueba PCR realizada una semana antes. Con esas imágenes supe que ya nada era lo mismo. Cuando llegas a establecer ese tipo de relación con la muerte, y no con cualquier muerte, sino con la muerte de un hermano, ¿qué te queda?, ¿qué tienes para perder? La tranquilidad de la mujer atemorizaba. Es la tranquilidad que traen consigo la tristeza y la resignación y lo inevitable. Su hermano, muerto y vestido en la sala de la casa, como si realmente no hubiese muerto y estuviera esperando una ambulancia para otros asuntos. Me pareció un país en estado de guerra. Con el dolor y el silencio y el desastre que van dejando las guerras tras su paso.
La primera manifestación ocurrió en San Antonio de los Baños, al suroeste de Cuba, y luego se expandieron por casi toda la isla. A pesar de que en varios lugares se reportaron actos represivos, disparos, golpes por parte de la policía y los militares, esta es probablemente la fiesta nacional que más hayan disfrutado los cubanos como pueblo. Se ve en las imágenes. Parecen molestos y cansados, pero también contentos y eufóricos. El pueblo haciendo lo que nunca le han dejado hacer, saliendo a las calles, ensayando en los barrios las consignas que nos mostraron en las escuelas. El pueblo diciendo que “el pueblo unido jamás será vencido”, un lema que aprendimos para ir a la plaza y no para tomar las calles. Pero en eso consisten las rebeliones: en la indisciplina, en no hacer caso, en revertir los símbolos y en apropiarse de ellos.
Otros de estos símbolos el pueblo los ha ido obteniendo desde hace meses, a través de los artistas, los activistas, los periodistas y parte de la sociedad civil. Han visto que hay personas que salen a la calle a reclamar la libertad de sus amigos detenidos, y que luego van presos, y que hay otros amigos que siguen reclamando, que van a huelgas de hambre o que viven con patrullas policiales fuera de sus casas. La canción “Patria y vida” sirvió este domingo como himno y música de fondo. El terreno está listo. Tenemos casi todo lo que se necesita para sublevarse: personas con cierto liderazgo, una canción, un póster, un lema.
He pasado horas viendo imágenes del 11 de julio. Personas que lloran y gritan de felicidad; una anciana de unos 90 años que sale a la acera con un caldero y dice que está aburrida de pasar trabajo; patrullas de la policía volcadas en alguna calle de Cárdenas; un hombre ensangrentado en la zona abdominal por un disparo de la policía; mujeres que gritan “¡Libertad!” frente al Capitolio de la Habana; gente que desfila por las calles de Galiano y San Lázaro; grupos reunidos con carteles en un parque municipal; policías cargando con artistas y cineastas congregados frente al Instituto de Radio y Televisión; otros que saquean las tiendas en dólares en las que seguramente no pueden comprar porque no les alcanza el dinero.
ETECSA, el monopolio de las telecomunicaciones, ha cortado el servicio de Internet en el país para que la gente no denuncie lo que sucede. El gobernante Miguel Díaz-Canel culpa al embargo de Estados Unidos por las protestas, y da luz verde para que la policía enfrente y reprima a los manifestantes. Afuera, J Balvin, Karol G, Residente, Marc Antony y la actriz porno Mía Khalifa se solidarizan con Cuba.
Desde esa noche he mandado a mi padre en Cuba varios videos de mi cumpleaños. Primero en el spa, y luego junto a decenas de cubanos que se reunieron en Nueva York también en forma de protesta. No los ha recibido porque, como en el resto del país, en mi pueblo casi todos están incomunicados. Yo bromeaba con que todo lo bueno que había pasado el 11 de julio era mi nacimiento y el de Oscar de León. Pero Cuba me secuestró la fecha. No hay vuelta atrás. La gente probó lo que era exigir y salir a la calle. Lo que era, por un rato, el civismo. Cuando ese sabor se siente en la boca, ¿quién lo apaga? ¿quién lo quita? ¿cómo se vuelve al punto anterior?