Luis Villoro (1922-2014)

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En 1948 el grupo filosófico Hiperión irrumpió en la cultura mexicana como un cometa: de manera brillante y efímera. Este grupo, formado por exalumnos de José Gaos, pretendía combinar la autonomía de pensamiento con el mayor rigor intelectual para crear una nueva filosofía mexicana comprometida y de altura. De todos los hiperiones, el único que logró realizar plenamente ese afán fue Luis Villoro. Pero su legado va más allá de su obra escrita: hasta el último de sus días, él fue nuestro mejor ejemplo de cómo vivir como un filósofo; tarea que requiere de virtudes poco comunes como la de no sucumbir a las tentaciones del poder o no abandonarse a las pequeñas miserias de la vida académica.

Su obra se nutrió de las corrientes filosóficas más importantes de la segunda mitad del siglo anterior: el existencialismo, la fenomenología, el marxismo, la analítica, el multiculturalismo. Pasó por todas ellas sin detenerse en ninguna, sin convertirse en cofrade de alguna capilla. En sus escritos se observan ciertas preocupaciones recurrentes: la comprensión de la alteridad, los límites de la razón, los vínculos entre el conocimiento y el poder, la reflexión sobre la injusticia, el respeto a las diferencias culturales, la comunión con la divinidad y la dimensión crítica del pensamiento filosófico.

Sus libros Los grandes momentos del indigenismo en México (1950) y El proceso ideológico de la revolución de independencia (1953) son trabajos magistrales de historia intelectual y de filosofía de la historia. En el primero de ellos realizó una crónica de las ideas sobre el indio y el papel que estas desempeñaron en la autoconciencia de los mestizos y criollos. En el segundo examinó el proceso ideológico de la independencia, pero también –y de manera sutil– el clima existencial que la impelió.

Entre las décadas de los cincuenta y los ochenta, Villoro trabajó en una serie de estudios cruzados de epistemología y filosofía política desde las coordenadas teóricas de la fenomenología, el marxismo y la analítica. Fue en esos años que adquirió prestigio como un profesor brillante y carismático, y también como uno de los intelectuales más serios de la izquierda. De esta época son sus libros La idea y el ente en la filosofía de Descartes (1965), Estudios sobre Husserl (1975) y El concepto de ideología y otros ensayos (1985). En este ultimo ofreció una defensa de la filosofía entendida como crítica de las creencias heredadas e impuestas. En contra de las posiciones más recalcitrantes, Villoro sostuvo que la filosofía no debía ser una ideología, sino un ejercicio de la razón autónoma. Para el filósofo, la razón tenía que ser liberadora, pero para que lo fuera tenía que ser rigurosa. En esos años en los que algunos grupos opositores dentro de las universidades se inclinaban peligrosamente hacia el dogmatismo y la violencia, la lucidez de Villoro propició otras posiciones, más cercanas a la democracia y la tolerancia.

En Creer, saber y conocer (1982), libro inscrito en la tradición analítica, ofreció una teoría epistemológica que elimina la cláusula de verdad de la definición de conocimiento con el fin de comprender la práctica epistémica en su dimensión histórica y política. Villoro analiza “saber que p” como “creer que p con razones objetivamente suficientes”. A su vez, una razón para creer que p es “objetivamente suficiente” si es “concluyente, completa y coherente”. Sin embargo, una misma razón puede ser objetivamente suficiente en una comunidad sin serlo en otra. De esto se sigue cierto relativismo que nos puede resultar incómodo, pero que fue aceptado por Villoro como la única manera de responder al desafío escéptico. Este libro –acaso el más original y ambicioso de su producción– todavía se lee con sumo interés y tendría que ser una lectura obligada en todos los cursos universitarios sobre epistemología.

El levantamiento neozapatista causó una profunda impresión en Villoro. Toda su obra, desde entonces, quedó marcada por este suceso. La lección que él extrajo de ese movimiento fue que el ejercicio del poder debe estar basado en la sensibilidad moral. En El poder y el valor. Fundamentos de una ética política (1997), Villoro sostuvo que se debe dar prioridad a aquellos valores que vinculan a los individuos con su comunidad, sin abandonar del todo los principios de la libertad y del orden social. Villoro abjuró de la democracia representativa liberal y defendió una democracia radical en la que el poder sea ejercido por los individuos en los sitios en donde habitan y laboran. Un modelo viable de esta sociedad igualitaria podía encontrarse, según él, en las comunidades indígenas de México.

A lo largo de más de seis décadas de labor intelectual, Villoro produjo una obra rica y extensa que debe recopilarse de manera cuidadosa. La edición de sus obras completas no puede limitarse a una mera reimpresión de sus libros. Hay que recuperar todos sus ensayos en revistas académicas, culturales y políticas, sus cuantiosos artículos en periódicos, así como su correspondencia y sus manuscritos más relevantes. Pero sobre todo hay que seguir leyendo y discutiendo sus obras en los salones de clase y fuera de ellos. Es decir, ocuparse de que su pensamiento siga estando vivo.

Luis Villoro no fue una estrella fugaz de la filosofía mexicana –como tantas otras que han surcado nuestro firmamento intelectual–; hoy por hoy es, yo diría, nuestra estrella polar. Estoy convencido de que el camino que él nos señaló es el que tendría que tomar nuestra filosofía académica para salir de su letargo y reencontrarse con su circunstancia. ~

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