Alexis Tsipras, el primer ministro griego, ha ganado con el referéndum del domingo un particular plebiscito colocándose el país sobre los hombros. Era una apuesta personal fuerte que ganó sin paliativos: 60% de los griegos votaron ese ‘no’ al que él llamaba; había amagado con dimitir si no era ese el resultado. Ahora tiene margen de maniobra para continuar tratando de sacar a Grecia del atolladero.
Apenas disfrutadas las mieles de una victoria que sus seguidores celebraron como un mundial de fútbol en la plaza Syntagma, Tsipras actuó rápidamente. Empezó fulminando al ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, que anunció su dimisión a la mañana siguiente al referéndum: académico brillante, ingenioso generador de titulares y hábil para hacer enemigos entre el Eurogrupo, al que Grecia debe ir precisamente a pedir el dinero que necesita. Su sustitución por el también profesor Euclides Tsakalotos, un griego de Londres, es tender una mano de diálogo a Bruselas. Tsakalotos es tímido, reservado y más tendente al acuerdo que su predecesor, aunque ideológicamente sea más radical, enmarcado en el marxismo progresista. La UE va a ver en él, sin duda, un contrapunto a Varoufakis sobre todo en actitud, y esto engrasará la maquinaria para alcanzar el ansiado tercer rescate.
Poco después Tsipras llamó a los líderes de la oposición –menos al de la extrema derecha de Amanecer Dorado, cuya cúpula está en juicio por asociación criminal y múltiples asesinatos racistas– para poner sobre la mesa el ‘claro mandato del pueblo’ y pedirles su respaldo. Solamente el Partido Comunista (KKE), que en Grecia está estancado en el tono político de los sesenta y al que el europeísmo le produce urticaria, dijo ‘no’. El resto, los conservadores de Nueva Democracia, los liberales de To Potami (El Río), los socialdemócratas del Pasok, firmaron el comunicado conjunto en el que el primer ministro obtenía su beneplácito para ir a Bruselas con el apoyo del arco parlamentario.
Con todo, ese apoyo masivo en Atenas no le basta a Tsipras si abrimos el foco para abarcar el viejo continente, donde el primer ministro está más solo que nunca. Tendrá que empezar casi de cero. Han sido seis meses (desde que Syriza ganara las elecciones) de desencuentros y discusiones con las que Tsipras ha pasado de ser un invitado extravagante y hasta simpático para la socialdemocracia –un gobierno de izquierda radical en una Europa de ejecutivos conservadores– a un personaje ciertamente molesto. En este punto la relación entre las partes es de conveniencia: lo único que mantiene a los contendientes en la negociación es la monstruosa deuda helena (el 170% de su PIB) que ata a ambos a encontrar una solución. Pues un impago de Grecia dejaría grandes agujeros en economías como la de Alemania o Francia y podría resquebrajar la incipiente recuperación en Portugal o España, además de aumentar el riesgo de contagio. Pero si bien esto es suficiente para no romper relaciones, no es en absoluto bastante para hablar en confianza e implementar más ayudas.
Y en esto el primer ministro heleno es quien debe mover sus fichas para reconstruir los puentes de diálogo con sus socios; ahí entra de nuevo la dimisión de Varoufakis. En particular porque el reloj corre para Grecia, pues el 20 de julio podría llegar a un impago que le colocaría en el abismo irreversiblemente. Seguramente Tsipras pueda usar el apoyo popular del referéndum en casa para ‘conceder’ en Europa cosas que de otro modo no podría, como recortes en lugares sensibles, véase las pensiones. Sin embargo, el Gobierno heleno deberá andar en esto con pies de plomo porque el resultado del referéndum es un arma de doble filo. La pregunta –intrincada y muy técnica– cimentó que cada griego votara hermenéuticamente: por lo que “para él o ella” quería decir la pregunta. Los votantes del ‘no’ aseguraban que estaban rechazando la austeridad. Los del ‘sí’ contaban que su papeleta respondía a la permanencia del país en la Unión Europea. Si finalmente hay que ‘recortar’ para poder salvar un acuerdo con los acreedores, no serán pocos los que le recuerden al primer ministro que ese 60% era un ‘no’ rotundo a la austeridad, sin matices, y que lo que creyó ganado no lo estaba tanto.
(1984) es escritor y periodista. Reside Atenas, donde colabora de forma habitual con medios europeos y latinoamericanos