Las urnas del aburrimiento

Contrario a las ocasiones previas, en estos nuevos comicios griegos el estado de ánimo que resalta es la desgana. 
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A días de las elecciones no se respira en Atenas ni un ápice de la pasión que en los anteriores comicios. Apatía ante el cruce de espadas en el discurso político que transformó lo que una vez se quiso llamar la ‘primavera’ de la política griega en otoño. El llamado a las urnas de septiembre desprende una resonancia a ‘eterno retorno’ dentro del panorama público heleno: dos partidos con opciones de gobernar incapaces de despegarse del círculo vicioso de una economía inoperante y de levantar la carga de la crisis de las clases más desfavorecidas. En 2008 eran Pasok (socialista) y Nueva Democracia (conservadores) los protagonistas de este ‘bipartidismo’. Ahora son Syriza y Nueva Democracia.

Es la tercera vez que los griegos van a las urnas este 2015; tercera vez que hay campaña electoral y tercera vez que los líderes políticos repiten sus promesas. Solamente Syriza ha vivido un giro copernicano, pero ni siquiera hay rabia contra ellos por haber aceptado el tercer rescate, solo decepción. La firma del memorándum con los acreedores ha generado solamente una chispa: una escisión de la izquierda radical que porta la antorcha de la ‘verdadera anti-austeridad’. Será un partido llamado Unidad Popular (UP), en referencia al de Salvador Allende, junto al Partido Comunista y a la extrema derecha, los únicos que defenderán la salida del euro.

En tiempo real apenas han pasado tres cuartos de año, pero en tiempo político parece que haya pasado una década… o que no haya pasado nada. De la euforia de enero, de las banderolas de Syriza, de la imposibilidad de encontrar a alguien que no hubiera votado o apoyado a la izquierda radical al hastío o la indiferencia de septiembre. De la victoria esperanzadora para la izquierda europea y de su programa anti-austeridad al principio del año a unos comicios de finales de verano en los que gran parte de ese capital simbólico ha desaparecido merced a la firma de Tsipras del tercer memorándum de entendimiento con los acreedores.

Hagamos una recapitulación rápida: la victoria clara de la izquierda radical en los comicios de enero lleva a meses de negociaciones, de tiras y afloja y de mucha palabrería entre los acreedores, que sabían que el tiempo corría de su parte, y Atenas. Las instituciones sabían que tarde o temprano –a muchos les sorprendió lo ‘tarde’ que se precipitó la evidencia– la caja griega se quedaría vacía con tantos pagos previstos a lo largo del año y la falta de ingresos, por lo que al final habría rendición. El único empuje en la negociación de Atenas se reducía a un amplio apoyo popular y a la amenaza de un impago de la deuda. Una victoria sin duda pírrica: hubiera acarreado una salida del euro, lo que hacía de la boutade imposible de cumplir: la moneda única es algo a lo que el pueblo heleno no está dispuesto a renunciar. El Gobierno echó mano incluso de un referéndum para mostrar a los acreedores que Grecia les respaldaba a pesar de que ya entonces se había instaurado un corralito y el cierre de los bancos. Todo fue inútil en tanto en cuanto los acreedores desdeñaron el gesto y lo vieron como un signo de que a Atenas se le acababa el líquido. Tsipras no pudo mantener más el farol. Había esperado hasta el último momento para tirar de la anilla y abrir el paracaídas y lo hizo en el último momento cambiando de ministro de Finanzas: el carismático Varufakis –detestado por el resto de sus homólogos en la UE– salía por la puerta de atrás dejando el mando a Euclides Tsakalotos, que llegaba a un acuerdo en pocas fechas. Tres votaciones maratónicas en el Parlamento después, Syriza dejaba de ser de facto esa izquierda radical anti-austeridad para convertirse en una clásica socialdemocracia. A cambio: un tercer rescate de 86.000 millones de euros y de ‘salvar’ las finanzas de Grecia de la bancarrota.

En este remolino de promesas los griegos tienen la certeza de dos cosas: de que el futuro de su país pasa por alguno de los dos partidos mayoritarios y de que ninguno tiene una idea clara de cómo sacar a Grecia del estancamiento. El país funciona a duras penas por los estímulos de la industria turística, única que crece a pesar de todo. Y algunos griegos dicen, cínicamente, que es porque el sol y el mar no están gobernados por políticos.

 

 

 

 

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(1984) es escritor y periodista. Reside Atenas, donde colabora de forma habitual con medios europeos y latinoamericanos


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