El mes pasado, un viejo amigo al que llamaré Manuel, profesor universitario de mediana edad, encontró en su bandeja de Facebook el mensaje de una guapa joven que le tiraba descaradamente los canes: “Admiro tu inteligencia, he asistido a tus conferencias y me pareces un hombre muy atractivo. ¿Podríamos arreglar una cita para conocernos mejor?” Henchido de orgullo viril, Manuel le pidió el teléfono. Creía haber hecho el ligue de su vida, pero al volver a casa después de una dura jornada, encontró en la sala un par de maletas hechas. “¡Lo sabía, eres un cerdo, no puedo confiar en ti! –le soltó a quemarropa su esposa, a quien llamaremos Matilde–. ¡Vete a buscar putas por internet y déjame en paz!” Atónito, Manuel comprendió que Matilde le había puesto un cuatro: ella era la autora del mensaje, que había acompañado con la foto de una hermosa modelo, tras haber abierto una cuenta apócrifa en Facebook. “¿Estás loca? –reaccionó mi amigo–. ¿Cómo puedes ponerme esas trampas imbéciles? Cualquier hombre hubiera caído en la tentación.” “¡Cínico de mierda, y encima te defiendes! –tronó Matilde, iracunda–. Con razón te pasabas las horas encandilado con la pinche laptop. Apuesto que ni siquiera te pones condón cuando te coges a tus alumnas. ¡Qué asco me das! ¡Agarra tus cosas y lárgate!”
Manuel me contó la historia en un bar, entre suspiros lastimeros, pues amaba de verdad a su esposa, como milesde hombres y mujeres que necesitan el equilibrio emocional dela monogamia pero buscan aventuras para soportar sus rigores. Coincidí con él en que Matilde tenía serios problemas psicológicos, porque solo puede poner ese tipo de trampas una saboteadora enfermiza, que busca por doquier motivos para reñir, y en el fondo conspira contra su propia felicidad. Pero después he sabido por otras fuentes que ese tipo de conductas no es tan insólito como yo creía. Milesde maridos y esposas están realizando los mismos controles deconfianza, que han provocado ya infinidad de divorcios. Se comprueba con esto que las redes sociales, como el teléfono celular, benefician más a las fuerzas policiacas del orden conyugal que a los infieles alebrestados por la aparente multiplicación de oportunidades para ligar. En la era del ciberespacio, don Juan Tenorio solo habría podido hacer dos o tres conquistas, porque las doncellas seducidas y abandonadas se habrían puesto de acuerdo para denunciarlo en su propio muro de Facebook.
Los fiscales de la intimidad siempre han existido, sobre todo en los pequeños pueblos, pero los nuevos avances tecnológicos les han dado una deplorable injerencia en la vida privada del prójimo. El Facebook es una especie de plaza pública con pequeños reductos de privacidad, en la que los amores y los amoríos son muy difíciles de ocultar. Para estar seguras de que un hombre se quiere comprometer seriamente con ellas, las desconfiadas muchachas de hoy le exigen una declaración de amor en el muro al que tienen acceso todos sus amigos y conocidos, pues no se fían de los cortejos en privado. Esto coloca al galán en un difícil predicamento: si no acepta la exigencia pierde a la muchacha, pero si la complace puede hacer enojar a otras amantes, o peor aún, exponerse a que, por despecho, lo delaten con su nueva conquista. Ventilar intimidades en el muro es una indiscreción de mal gusto, pero como va de por medio la credibilidad del amante, muchos hombres y mujeres no tienen más remedio que exponerse al ridículo. Ha renacido así la vieja costumbre de “correr amonestaciones”, anunciando los futuros matrimonios en las puertas de las iglesias, para que los parroquianos denuncien los pecados ocultos de las parejas comprometidas.
Nunca fue tan fácil como ahora montar un sistema de espionaje para invadir la vida secreta de los extraños. En una vieja película de Hitchcock, La ventana indiscreta, James Stewart sucumbía a la morbosa comezón de observar a sus vecinos con binoculares, oculto en la oscuridad de su departamento, y una noche le tocaba ser testigo de un crimen. El Facebook satisface un morbo semejante, porque nos coloca en un mirador privilegiado para hurgar entre las sábanas del prójimo. Pero lo más adictivo de este juguete hipnótico es su poder de sumergirnos en un mundo alterno, en el que los actos y las palabras registrados en la pantalla nos importan y nos emocionan más que las vivencias de la realidad tridimensional. Me temo que hoy en día el Facebook, más que un medio de comunicación, es la principal fuente de penas y alegrías para millones de seres. La irrealidad de un ligue que solo existió en el limbo puede dar al traste con veinticinco años de matrimonio. Muchos de los galanteos que a diario se producen en el ciberespacio nunca llegan a los hechos y se quedan confinados en el mundo virtual. Pero las rupturas y el dolor que provocan sí son de a de veras. ~
(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio.