Fotografía: Simone Sassen

Cees Nooteboom: Leyendo el libro del mundo

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Cees Nooteboom (La Haya, 1933), figura fundamental de la literatura contemporánea, intuye que “el origen de la existencia es el movimiento”. Su extensa obra, que constata su vocación nómada, es la exploración de una multitud de espacios, un itinerario poético fundado en la curiosidad. Nooteboom se ha dedicado a erigir una suerte de hotel literario –“ese inexistente edificio que solo existe en mi cabeza”–, depositario de sus entusiasmos e inquietudes.

“Quien viaja no solo descubre un entorno nuevo sino que aprende a conocerse de nuevo a sí mismo. Uno se convierte en otro”, escribió Rüdiger Safranski para caracterizar la capacidad de asombro del escritor neerlandés, cuyos poemas, relatos, novelas y ensayos discurren alrededor de múltiples travesías.

Recientemente, Nooteboom viajó a la ciudad de México, invitado por el Festival Internacional de Poesía y Prosa, para leer fragmentos de su obra. La presente conversación tuvo lugar en un salón del hotel La Casona, un día después de que Nooteboom leyera poemas dedicados a la memoria de su amigo el escritor Hugo Claus –quien padecía Alzheimer y decidió morir– y pasajes de Cartas a Poseidón y Autorretrato de otro.

 

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¿Cómo empezó su amistad con el filósofo alemán Rüdiger Safranski, quien editó un breviario de textos extraídos de sus relatos, novelas, poemas y ensayos–Tenía mil vidas y elegí una sola–, con motivo de sus 75 años?

En 1987, tras una lectura de Rituales en Berlín, la encargada de una librería me dijo: “Señor Nooteboom, elija un libro.” En la lejanía vi: Schopenhauer. Le dije que ese me interesaba, y ella rio. Le pregunté por qué reía, si era porque había elegido el libro más caro. Ella me respondió: “El autor está aquí.” Se trataba de Safranski y su libro Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía. Averigüé si el autor sería tan amable de dedicarme su libro. Safranski se acercó y le pedí que me lo firmara; me dijo: “Si usted me dedica este”, y sacó de su bolsillo Philip y los otros (1955), mi primera novela. “¿Cómo es posible que tenga usted este libro? Nadie lo tiene”, dije. “Pues yo sí lo tengo. Era mi libro preferido en la escuela cuando tenía diecisiete años. Y no solo eso: lo releo una vez al año y también cuando comienzo una relación con una mujer.” Nos hicimos amigos. ¡Un filósofo que lee mi obra de juventud! Tenía mil vidas y elegí una sola–el breviario de mi obra– es un muy buen libro. Safranski hizo la selección por temas. El primer fragmento que eligió, mi lema, pertenece a Autorretrato de otro: “La transmigración de las almas no tiene lugar después sino durante la vida.”

 

¿Cómo recuerda el día, a principios de los años cincuenta, en que emprendió el viaje iniciático por Europa del que surgiría su primera novela?

Si hubiese sabido que, cincuenta y tantos años más tarde, un joven en México me haría esa pregunta, habría sido un día diferente. Recuerdo que le dije a mi madre, con la mochila lista: “Me voy.” Nunca volví a casa. En la vida hay momentos en que las cosas son muy claras. Tomé la decisión sin la posibilidad de profetizar la vida que he tenido después. Mi padre murió en la guerra y después, en 1948, mi madre se casó con un señor muy católico, por lo que me inscribieron en escuelas-monasterios. Primero estudié con franciscanos en Venray, luego con agustinos en Eindhoven. Los frailes me expulsaron de los institutos. Posteriormente salí de casa y trabajé en un banco en Hilversum, en uno de los puestos más bajos. Luego partí, mochila al hombro, y comencé a escribir Philip y los otros, en 1954. Fue un éxito porque era diferente de la literatura neerlandesa realista de la época, que trataba la guerra. Philip y los otros es un libro soñador, casi un cuento de hadas, con una atmósfera poética; eso es justamente lo que atrajo a Safranski. Después, el mundo de ensueño de mi primera novela fue imposible.

 

¿A qué se debió esa imposibilidad?

Era el mundo de ensueño de alguien inmerso en su interior porque el exterior era muy difícil de sobrellevar. Esa fue mi primera novela. La gente me preguntaba: ¿siempre pensaste en ser escritor? Sobre pocas cosas mienten tanto los escritores como acerca del origen de su obra: afirman que siempre pensaron en escribir. No sé si siempre quise ser escritor. Solo me senté un día y escribí una novela.

 

¿Cómo percibe la época en que navegaba como marinero hacia Surinam en los años cincuenta?

Me ayudó a alejarme del mundo de ensueño. Trabajar en un barco limpiando escusados no es un sueño. La llegada a Sudamérica me abrió los ojos. Hoy en día, ustedes los jóvenes han visto el mundo a través de la televisión, pero en la época de la que hablo no era posible tal cosa. Me alegra que en ese entonces no hubiera empezado la televisión, porque fui capaz de descubrir muchas cosas por mí mismo. La curiosidad ha sido la guía de mi vida, en la literatura y en el mundo. Me ha permitido entender. Antes de emprender el viaje hacia Surinam, me dirigí a la revista Elsevier, les conté de la travesía en barco que realizaría y les propuse el envío de artículos sobre el viaje. No tenía credenciales. Nunca había estudiado periodismo, no había cursado la universidad. Y por alguna razón aceptaron. Me entregaron dos mil florines neerlandeses –que en esa época era mucho dinero– y pude viajar por la Guayana francesa, la Guayana británica, Curazao, Estados Unidos. Inicié la escritura de mis primeras piezas de viaje. Después comencé a reflexionar sobre lo que significa ser escritor y concebí la novela El caballero ha muerto, que ha sido importante en mi vida. De joven no sabía mucho de literatura. Había leído a escritores neerlandeses, un poco a Jean-Paul Sartre, creí que había leído a William Faulkner. Me he dado cuenta de que no tenía el equipaje para escribir libros verdaderos, no tenía connaissance du monde. Muchos escritores tienen doctorados o profesiones. Yo no los tenía. Salí al mundo para obtener experiencia. Viajé y escribí poesía y libros de viaje. Con ellos aprendí a escribir. Tenía la intuición de que vendrían otros libros. Uno de ellos fue Rituales. Mientras tanto, leí a Jorge Luis Borges, Italo Calvino, Fernando Pessoa, Vladimir Nabokov. Me gusta jugar, que la imaginación siga su camino. Cuando conocí a Safranski me impresionó su amplio conocimiento –lo ha leído todo–. Le pregunté: “¿Cuándo leíste todo eso?” Y me contestó: “Mientras tú leías el libro del mundo.”

 

En El enigma de la luz revela sus recorridos por diversos museos del mundo para aproximarse al misterio de ciertas obras de arte. La misma inquietud lo condujo al Museo de Antropología de la ciudad de México. Después de escribir en 1988 “El sabor del destino”, texto sobre México publicado en Hotel nómada, ¿se ha modificado su percepción de los calendarios de basalto –“que designaban formas de tiempo tan diferentes a las mías” –, de las piedras talladas?

No se ha modificado mi percepción. Tiempo después de haber escrito “El sabor del destino” estuve en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara –ese tipo de encuentros son motivos ideales para desplazarme–. Tras la feria, mi mujer y yo viajamos a Yucatán. Nos aproximamos a misterios en los calendarios mayas. La pregunta es la misma: ¿cómo es posible que con datos biológicos similares, con la misma materia gris, se puedan engendrar sistemas de pensamiento completamente diferentes? La aproximación a un sistema de pensamiento diferente pone en duda el nuestro. Espero regresar pronto al Museo de Antropología de la ciudad de México.

 

Cuando visitó el Père Lachaise el Día de Muertos de 1977 –absorto en el destino de Albertine y Charlus, de la duquesa de Guermantes y de Norpois, de Bloch y de Elstir– y se dirigió a la tumba de Marcel Proust, comenzó un itinerario en torno a la muerte. ¿Cómo fue el proceso de escritura de las ceremonias fúnebres incluidas en Tumbas de poetas y pensadores, a partir de aquella visita al Père Lachaise?

Soy proustiano. Proust es el ideal. Su tumba es muy impresionante. Ahí nació la idea de visitar las tumbas de poetas y pensadores. El proceso fue arbitrario. Cuando Simone Sassen, mi mujer, que capturó las imágenes, y yo tuvimos más de ochenta textos y series fotográficas, el editor alemán nos dijo que nos detuviéramos porque, de no hacerlo, el libro sería difícil de vender. Queríamos incluir más. Hay una anécdota. Cuando nos dirigimos a Ginebra, solicité a mi editor inglés que me indicara quién podría traducir la inscripción en la tumba de Borges. “Solo puede hacerlo Alberto Manguel”, dijo. Manguel me envió una carta con la traducción. En la parte frontal puede leerse “and ne forhtedon ná”, frase procedente de The Battle of Maldon; significa “y no temas”. En la parte posterior de la lápida está escrita una frase de la saga de los Völsung: “Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert”, “tomó la espada Gram y colocó el hierro desnudo entre ellos”. Hace dos años regresamos a Kioto y visitamos la tumba de Jun’ichirōTanizaki. Mi mujer tomó fotografías. Pero no existe la posibilidad de crear un segundo volumen. Como dices, son ceremonias fúnebres. Cuando visito, por ejemplo, la tumba de Elias Canetti y se aproxima otra persona, tenemos en común la lectura de la obra del escritor. El aura de la obra está alrededor de las tumbas.

 

Ha viajado alrededor del mundo con Simone Sassen, su compañera, usted escribiendo y ella fotografiando. ¿De qué manera comenzó la travesía?

Simone y yo viajamos juntos desde que nos conocemos. Ella toma fotografías de una calidad especial. Así ha sido nuestra vida. Antes viajaba con Eddy Posthuma de Boer, un viejo amigo y fotógrafo. Con él hice Atlas Nooteboom.

 

Usted intuye que “el origen de la existencia es el movimiento”, en palabras de Ibn ‘Arabi, en el Libro de la revelación y los efectos del viaje. ¿En qué momento se manifestó esa intuición, plasmada en Hotel nómada tras la lectura de la obra del sabio árabe del siglo XII?

Se manifestó desde temprano. Esa intuición está en uno mismo. Era cuestión de atreverse. No siempre ha sido fácil una vida dedicada al movimiento. Para mí es algo natural. En Simone encontré a alguien dispuesto a participar. Encontramos una legitimación de lo que hemos hecho. En retrospectiva hay una línea que atraviesa toda mi vida. “Tenía mil vidas y elegí una sola”, es la lógica a posteriori. Hoy en día Simone y yo pasamos algunos meses en la isla de Menorca, luego viajamos y después pasamos una temporada en el sur de Alemania, en un lugar aislado donde podemos trabajar. Estamos preparando un nuevo libro, sobre el peregrinaje a templos en Japón.

 

“Recorrer la tierra para practicar la meditación y acercarse al misterio”, afirma en Hotel nómada partiendo del vocablo árabe siyâha, peregrinación, relacionado con su fascinación por Santiago de Compostela, que lo llevó a escribir El desvío a Santiago. ¿Dónde se inició la mirada que proyecta sobre el escenario español?

Hay una especie de nostalgia del norte hacia el sur: el mejor ejemplo es Goethe y el gran viaje a Italia que cambió su vida. El carácter español corresponde a algo que hay en mí; España es mi segundo hogar. Me apasiona la lengua castellana.

 

En Una canción del ser y la apariencia escribió que Fernando Pessoa “sacrificó su vida en el matadero de la literatura… Su suprema creación fue su vida, pero antes debía acabar con ella”. Uno de los personajes de esta novela breve afirma que lo único de lo que pudo disfrutar Pessoa, mientras escribía, fue de la perspectiva. ¿De qué manera ha influido la perspectiva de Pessoa –el desdoblamiento a través de la heteronimia– en su escritura?

Al escribir se descubren nuevas posibilidades. La grandeza de Pessoa reside en que dio libertad a sus instintos, les dio nombres y les permitió tener la vida que él no tuvo. Poseyó una increíble disciplina para ser muchos poetas. Su grandeza literaria se relaciona con algunas formas de locura. Creo que no hubiera logrado desdoblarse, crear una obra múltiple, si hubiese sido el padre de tres hijos. Pessoa no era capaz de llevar una vida normal, él vivía con sus heterónimos. Su caso me parece fantástico, como el de Borges.

 

¿Qué lo condujo a explorar Berlín en la novela finisecular El día de todas las almas?

Me invitaron a Berlín e hice muy buenos amigos. Me impresionó el alto nivel del periodismo alemán, su seriedad. Y soy susceptible a la idea de la historia. Pensé en todo lo que Alemania vivió a lo largo del siglo XX.

 

¿Cuáles son los ejes temáticos de Los zorros vienen de noche?

El luto y la memoria. En Los zorros vienen de nocheplanteo acontecimientos de mi vida, pero mezclados con ficción. No todo en el libro es autobiográfico. Los relatos más cortos son solo fantasías. Los largos tratan sobre cosas que me han ocurrido y que le han pasado a gente que he conocido.

 

Péter Esterházy cuestionó, en el prólogo a Una canción del ser y la apariencia, si existe realmente Cees Nooteboom. ¿Cómo percibe los límites de la identidad?

Es una muy buena pregunta. Si tomaras a una persona y la trasladaras a otro contexto algo podría ocurrir. Ese pensamiento me hace reflexionar sobre la identidad. Por ejemplo, me pregunto qué tipo de persona sería yo si no hubiera estudiado en escuelas religiosas, ya que los frailes me enseñaron griego y latín. Pudo ser distinto, pero no fue así. Esa es la identidad. Uno es parte de sus circunstancias. ~

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(Ciudad de México, 1984) es ensayista, editor, periodista cultural y traductor. Es autor de El origen eléctrico de todas las lluvias. Entrevistas con escritores, artistas y pensadores (Taurus, 2020).


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