Algunos artistas oceánicos

CaixForum de Madrid acoge una exposición que muestra objetos de uso cotidiano y ceremonial de diferentes periodos y culturas del Pacífico.
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Entre la cantidad de piezas de toda clase que componen la exposición Voces del Pacífico, que se puede ver hasta mediados de septiembre en el CaixaForum de Madrid, resulta de lo más revelador un mapa de ese océano que ocupa toda una pared. De ese modo, casi nada más entrar, el visitante es capaz de asimilar de un vistazo la amplitud del territorio en cuestión y la disposición de los hábitats humanos en el mismo. No sé si debería decirse más bien maritorio, porque se trata de una enorme extensión azul en la que se distinguen aquí y allá, como puntos, islas y archipiélagos.

El Océano Pacífico ocupa un tercio de la superficie terrestre; si lo menciono me vienen a la mente nociones, lugares o personas tan dispersos como esas islas. La fosa de las Marianas, que hace estremecer y que sirve para hacer comparaciones entre cosas profundas; las Antípodas, que es tal vez el primer rudimento de geografía que recibimos de niños, y que hace pensar en Arquímedes, en Pitágoras y en Galileo y en escaparse de casa; el Capitán Cook, con su aire de pájaro concentrado y su aparición en un verso que ahora no consigo atribuir, por mucho que pruebe a canturrear mientras escribo; la misteriosa Rapa Nui o Isla de Pascua, con sus moáis haciéndole con los dedos de los pies cosquillas en el vientre a la esfinge de Guiza; Kiribati, un nombre que me encantaba repetir cuando de pequeña me regalaron un juego de las banderas de los países del mundo, cuyas reglas no comprendí jamás (¿del juego? ¿del mundo?); Paul Gauguin pintando a las mujeres tahitianas después de haber pintado a las mujeres bretonas; Pacifiction, de Albert Serra, y El intruso, de Claire Denis… No son muchas cosas, aunque algunas son magníficas, pero casi todas dependen de un punto de vista europeo. Muchas exposiciones actuales tratan de desarticular ese punto de vista. En CaixaForum se mezclan piezas anónimas y tradicionales de las islas del Pacífico, procedentes del Museo Británico, en colaboración con el cual se ha montado la exposición, con obras de artistas vivos de las distintas islas, e insisto en que la composición de lugar que facilita el mapa permite comprender que esas voces del Pacífico no se nos pueden presentar ni como homogéneas ni con afán exhaustivo.  

Pero como se explica en las abundantes cartelas, se trata de pueblos navegantes, que han mantenido relaciones constantes unos con otros y entre tanto se han influido mutuamente. Una heterogénea formación de figurillas de altura casi humana es lo primero que encontramos. Casi todas son de uso ritual y fabricadas entre mediados del siglo XIX y principios del XX. Vienen de las Islas Australes, de Tonga, de Papúa Nueva Guinea, de las Islas Cook o de Vanuatu. No se parecen mucho entre sí. Una de ellas, una especie de retrato o recuerdo de un muerto, está tallada en la madera del árbol que ha crecido encima de la calavera del hombre homenajeado. La más abstracta representa un espíritu, y su antropomorfismo reside en que es alargada, vertical, como las demás figuras: el motivo de medias lunas colocadas en serie unas encima de otras lo encuentro repetido al atravesar un par de salas, en otra escultura también relacionada con el mundo del más allá; esas medias lunas, esas especie de asas, son la representación icónica de lo espiritual, y me pregunto si es porque podrían tomarse como volutas de humo fosilizadas. Así juntas, las tallas se ven como curiosidades, son un primer contacto con esas culturas tan lejanas.

Más adelante veremos joyas, tocados votivos, muestras de tejidos como la característica tela de corteza, representaciones a escala de una embarcación a remos, de un delfín, escudos antiguos y recientes, trajes de guerreros hechos a partir de pescados o de plantas y cosas tan llamativas como redes fabricadas con pelo humano, y todas las piezas están distribuidas en grandes bloques como la navegación, la guerra, el baile. Las obras de los artistas contemporáneos se presentan como engarzadas en una tradición. Hay una pieza sonora de 2024 de Mario Amahiro Tuki, Andrés Pakarati y Sebastián Yancovic con Farokh Soltani que se llama En recuerdo del hogar: un paisaje sonoro a modo de ofrenda a los tesoros de Rapa Nui y que ha sido concebida como ofrenda sonora para “honrar los tao’a (tesoros) de Rapa Nui […] que alberga el British Museum”, y que resulta muy evocadora: incluye sonidos de gotas que caen, de pájaros que pían, de humanos que cantan… Me detengo en un par de piezas más, por ejemplo en El entierro de Osama bin Laden en el mar por parte del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, pintura del papú Simon Gende que efectivamente muestra lo que anticipa el título, con un estilo naïf y frontal. En la mitad superior del cuadro aparece un helicóptero estadounidense; la mitad inferior, con Bin Laden, los peces y los corales.

Por último quiero mencionar una instalación que prácticamente cierra la exposición y que me llamó la atención por varios motivos. Se titula Océano embotellado, 2125 y es de 2025, obra del neozelandés George Nuku. Ocupa una sala no muy grande en la que no es posible entrar, pero sí asomarse. Figura un fondo marino, con sus corales, anémonas, peces y criaturas. Todo está hecho con botellas de plástico y, a la vez que denuncia la guarrada que son los mares llenos de residuos, como avisa la cartela correspondiente, dedicada también a los retos ambientales a los que se enfrentan estas áreas, resulta de una enorme belleza, bajo una luz fantasmagórica: es como un palacio submarino hechizado. Como he dicho, está todo hecho a partir de botellas de plástico, pero sigue una técnica tradicional que ya deja admirado al visitante en un conjunto de figuras de canoa de la isla de Nueva Irlanda, talladas en madera a lo largo del siglo XIX, que se colocaban en las canoas durante los funerales. Estas piezas son muy graciosas, con una policromía muy limitada, en tonos negro, terracota y hueso. Tienen unos rasgos muy marcados y pelos alucinantes, pero lo que me hace asociarlos con el trabajo de Nuku es la manera en que están talladas, como consiguiendo vacíos y estructuras ligeras a partir de la única pieza maciza, que es lo que primero se advierte también en la instalación de las botellas de plástico. Y a pesar de que su trabajo está denunciando la suciedad de los mares, en una cartela George Nuku dice algo muy llamativo que quiero copiar aquí: “El plástico tiene cualidades divinas. Condensa luz y agua, las fuerzas mismas de la vida. Podríamos decir que el plástico es un ancestro. Procede del petróleo, que a su vez procede de los restos de antiguos bosques, de los huesos de dinosaurios, de millones de años de tierra comprimida. Así pues, en realidad el plástico es probablemente lo más antiguo que sostenemos a diario. […] ¿Cómo es posible que no tengamos una relación teológica, filosófica o cultural con un material así?…”

Al salir de la exposición pasé por delante de una droguería de barrio en cuyo escaparate se exponían unos botijos, entre las pastillas de jabón y las lacas. Había unos turistas sacándoles fotos, y sentí instintivamente que había una conexión con lo que acababa de ver.  

La exposición Voces del Pacífico puede visitarse en CaixaForm Madrid hasta el 14 de septiembre.


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