Centroamérica al centro y en escena

Entre el teatro documental y la narrativa de intriga, “Centroamérica” busca acercarse a una región que es objeto de indiferencia en México, y poner a prueba la capacidad del arte para provocar cambios.
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En México no sabemos nada de Centroamérica, el istmo que une al continente americano. Siete países: Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, tan cerca de aquí que la distancia se alarga. No. Para los mexicanos el trecho que va de Tapachula, que divide a México de Guatemala, hasta el tapón del Darién, en los límites entre Panamá y Colombia, se llama indiferencia. “Una ignorancia que se parece mucho al desprecio”, dice la compañía Lagartijas Tiradas al Sol.

Una mujer da tumbos. Está descalza y no se sabe si es por el suelo, quizá resbaladizo, o sus pies agarrotados, ya incapaces de pisar el terreno, que dar un paso es jugarse la vida. Es la primera escena de Centroamérica, obra de teatro de la cuadrilla artística que forman Luisa Pardo y Lázaro G. Rodríguez, que se presenta en el Teatro Orientación Luisa Josefina Hernández. El proyecto de investigación consiste en dos instrumentos: el montaje escénico y un libro que recoge su investigación sobre el istmo.

Editado por la misma compañía, en el prólogo se anota que el volumen está dirigido a quienes no saben casi nada de América Central y no pueden diferenciar entre Nicaragua y Honduras. Se trata de un libro didáctico para adentrarse en la historia y la realidad de la región, laboratorio de experimentos radicales, entre otros, vender terrenos a empresas para que operen con legislación propia, abrir un canal en la tierra para juntar dos océanos, ser lugar de origen de las caravanas migrantes y de paraísos fiscales o, más recientemente, adoptar el bitcoin como moneda nacional.

Además de hacer un recorrido histórico por la región, que interroga sus orígenes y las tentativas de consolidar una federación centroamericana, el libro abre otros debates, por ejemplo el de la identidad de Chiapas (que, según el poeta Balam Rodrigo y el escritor Wilber Sánchez Ortiz, tiene más elementos en común con el sur, “por ello en Tuzantán decir vos como sinónimo de , es un acto de rebeldía”); el genocidio en Guatemala, que a partir de 1981 cobró la vida de entre 80 mil y 100 mil indígenas, y la manera en que Estados Unidos viene atizando la violencia e inestabilidad de toda la zona para su beneficio.    

El primer movimiento de la obra corresponde al teatro documental. Pardo y Rodríguez despliegan elementos enmarcados por un fondo paradisíaco, la imagen de un paraje con un río manso, al fondo una montaña y el cielo con nubes que se difuminan en el azul. La iluminación es cálida. El actor vacía unos sacos y extiende su contenido al frente del escenario, algunos espectadores estornudan, es la tierra y el polvo que se levanta. Son gestos que transportan y avivan la geografía del lugar. Ambos cuentan su experiencia en Centroamérica –su desconocimiento de la región motivó este trabajo–, todo lo que viajaron, leyeron, escucharon y preguntaron.

Los creadores hacen hincapié en poner a Centroamérica al centro, en cuestionar el comportamiento de México –que para los centroamericanos es el norte cruel que tienen que cruzar para llegar a Estados Unidos–como vecino racista y desconfiado (“no me hables con ese tono… de piel”, dice el meme). La obra sugiere el carácter prejuicioso, provinciano e ignorante de los mexicanos, que ven a quienes vienen de Centroamérica como ladrones en plena huida, gente que amenaza con robar algo que creen que solo a ellos les pertenece. El desajuste del mundo que paradójicamente se vacía y se desborda a la vez. 

Las personas huyen de las realidades de sus países, marcadas por las dictaduras, las guerras civiles, las desapariciones, el terror de las pandillas, la falta de libertades, el cambio climático. La excepción de Centroamérica es Costa Rica, llamada la Suiza de América, con una democracia consolidada que recibe a muchos inmigrantes nicaragüenses y que ahora sufre lo que el país llama la mexicanización de su cultura, es decir, la presencia de narcos, sicarios y ladrones.

La actriz y el actor se tienden al sol, se preparan una cuba con Coca-Cola, leen, platican, discuten, se pelean por diagnosticar la realidad centroamericana. Juegan a ser los artistas que turistean en shorts y con gafas de sol.  

Inesperado, el segundo movimiento de Centroamérica pasa del enfoque documental a una especie de thriller o narrativa de intriga que finca sus reflexiones en los límites entre la vida y el arte. Es esta vuelta de tuerca la que hace de la obra una pieza inusual que pone en escena el conflicto de la intercesión que puede hacer el teatro –y en realidad cualquier expresión artística– para transformar la realidad.

Ya que surge de un proceso, de su disposición a transformarse, el proyecto de Lagartijas Tiradas al Sol cambió cuando conocieron en su recorrido a una mujer a la que “por motivos de seguridad” decidieron llamar María, que aparece disfrazada en varias entrevistas que se proyectan en escena. María les pide un favor dentro de su país de origen, al que no puede volver, que compromete a los creadores, especialmente a Luisa Pardo. Pronto la obra se centra en la relación entre la actriz y la mujer, que establecen una simetría.   

En escena, Pardo confiesa no ser una gran actriz, aunque sí lo es, y también que su deseo de hacer teatro es más grande que su vanidad de artista, amén de si es buena, mala, regular, mediocre, famosa o desconocida. Lagartijas Tiradas al Sol entiende el teatro como toma de conciencia, agente de cambio que podría transformar la realidad. Así que el favor que pide María es la oportunidad de Luisa de llevar sus ideas hasta las últimas consecuencias, de intervenir la realidad y participar para ayudar a la mujer a cumplir una promesa y cerrar un ciclo doloroso en su vida.  

A pesar de los riesgos que implica, Luisa acepta el encargo. El primer obstáculo es entrar a Nicaragua, cuyo gobierno ejerce un control violento sobre la población, y justificar su estancia. Un video que se proyecta en escena presenta a una joven que expone que está prohibido participar en protestas y reuniones políticas, motivo de detención o encarcelamiento; también se persigue a quienes critican al gobierno de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, que comparten la presidencia.

Mientras Luisa se la juega intentando lo que le pidió María, Lázaro, a quien no dejan entrar a Nicaragua, se truena los dedos junto con los espectadores para que todo salga bien. Cuando las cosas se complican, intenta convencer a su compañera de que regrese cuanto antes, incluso sin cumplir la misión.    

¿Hasta dónde puede llegar el actor no solo como intérprete sino como sujeto cuyo compromiso trasvasa lo personal? El teatro como involucramiento, que implica al creador con la materia real con que trabaja, puede ser una bomba que le estalle en las manos. La materia real –María, en este caso– es muy frágil, está viva.

Además de poner sobre la mesa o en escena la vida del istmo, con Centroamérica Lagartijas Tiradas al Sol discute la brecha que hay entre la realidad y la ficción. A partir de una narrativa inventada –la correspondencia fabricada entre María y Luisa–, la compañía intenta actuar en la turbia realidad burocrática de Nicaragua. Se trata de un acto poético para nada exento de riesgos. Ya sea por temor a defraudar a María o a defraudarse a sí misma, Luisa sigue adelante con la encomienda, a pesar de todo. La resolución es una insospechada confidencia en escena por parte de Luisa, y de la compañía, en tanto actriz y creadora y sobre todo como persona que desvela sus ideas, ideales, señas y creencias; sus límites y frustraciones, también su coraje como valor y como furia ante el desengaño, el chasco de la realidad.

De Centroamérica, uno sale sintiendo un poco menos de vergüenza por la ignorancia y el desdén. Con ganas de leer y ver todo sobre ella y de echarse la mochila al hombro para conocerla, a pesar de todo. ~

Centroamérica se presenta hasta el 14 de septiembre en el Teatro Orientación Luisa Josefina Hernández, en la Ciudad de México.   


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