La Reforma protestante tambiƩn fue musical

El 31 de octubre de 1517, MartĆ­n Lutero publicĆ³ sus 95 Tesis. Las repercusiones de la Reforma protestante no solo fueron teolĆ³gicas. La Reforma, sin santos, sin altares coloridos ni pintura, austera como si fuera pobre, tiene una importante vida sonora.
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En su inauguration day del 9 de marzo de 1513, Giovanni di Lorenzo de Medici, el nuevo papa LeĆ³n X, hizo un desfile fastuoso y dispendioso. Cuenta Will Durant que entre trapos coloridos y ruidos populares, podĆ­a verse una tela que anunciaba: ā€œAntaƱo imperĆ³ Venus, luego Marte, ahora empuƱa el cetro Palas Ateneaā€. El letrero alude a los antecesores: Alejandro VI, el lujurioso papa Borgia, Julio II, Giuliano della Rovere un violento guerrero y, desde luego, suponĆ­a que un Medici tendrĆ­a que ser la sabidurĆ­a y el recto juicio. Roma se habĆ­a convertido en un Estado guerrero, corrupto, mal administrado y ruinoso que requerĆ­a grandes cantidades de dinero para su funcionamiento. A LeĆ³n X, Medici al fin, no le espantaban los asuntos econĆ³micos y dispuso un plan de financiamiento que incluĆ­a, entre muchos negocios, la utilizaciĆ³n de las indulgencias como si fueran recursos bursĆ”tiles.

Por supuesto, un sacerdote agustino, alemĆ”n, que habĆ­a aprendido griego y latĆ­n clĆ”sico, no el latĆ­n mortecino del Medievo sino el de CicerĆ³n, con Johannes Reuchlin y Philipp Melanchton, y habĆ­a sido formado como teĆ³logo, mĆŗsico y hombre de leyes, reventĆ³. El 31 de octubre de 1517, MartĆ­n Lutero publicĆ³ sus 95 Tesis, con el tĆ­tulo de Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum. Comienza la Reforma protestante, con un curita de provincias, de una zona prĆ³spera, pero modesta. La leyenda cuenta que Lutero clavĆ³ las tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg. Muchos historiadores creen que, en realidad, las tesis fueron enviadas a Roma, por correo.

ĀæQuĆ© podĆ­a preocuparle a la fastuosa Roma? Que las tesis se hubieran publicado. No sĆ³lo que fueran pĆŗblicas sino que estuvieran impresas, como libro, en una imprenta de Nuremberg, con tipos mĆ³viles. Por supuesto, LeĆ³n X sabĆ­a de la importancia de esta tecnologĆ­a: su abuelo y su padre fueron socios de Aldo Manuzio: ellos inventaron los libros en octavo, los pocket books, pensados para que el lector pueda adquirirlos y transportarlos sin dificultad. A esos libritos debemos el Renacimiento.

No sĆ³lo estaba en disputa un asunto de orden teolĆ³gico (que le quemaba las entraƱas a Lutero, pero bien pudo importarle un cuerno al Papa) sino un cambio tecnolĆ³gico. El mundo habĆ­a cambiado. Desde luego, Max Weber se ocupa de este momento y sus consecuencias en La Ć©tica protestante, pero queda pendiente una cala en otro orden.

El papado no sĆ³lo es fastuoso y poderoso, tambiĆ©n cuenta con el Imperio de Carlos V, uno de cuyos sĆŗbditos es MartĆ­n Lutero. Una estructura de poder sin comparaciĆ³n posible en el mundo. Lutero era una mosca, y habĆ­a que cazarla. Y en el denuedo de la caza, el Imperio se volviĆ³ sordo y decadente.

Dos cosas no supieron entender ni en Roma ni en EspaƱa: que habƭa una nueva idea de la riqueza y que la fe podrƭa no ser un invento para campesinos.

El cambio en la concepciĆ³n econĆ³mica puede intuirse desde un punto sencillo: para los viejos poderes, la riqueza es algo que se tiene; para los nuevos dinamismos sociales y culturales, por lo general pobres, la intuiciĆ³n es otra: riqueza es lo que hago. La dinĆ”mica del capitalismo es mĆ”s una dinĆ”mica que un capital; el movimiento, la empresa, hacen al capital. SucediĆ³ asĆ­ como cuenta Weber, y sucediĆ³ igual un poco despuĆ©s, cuando la pobretona de Isabel I, que no tenĆ­a dinero para fabricar una armada, se asociĆ³ con privados para enfrentar y derrotar a la flota mĆ”s poderosa del mundo, propiedad toda del Emperador Felipe II. Al mundo catĆ³lico, en particular al orbe del espaƱol, ser rico le impidiĆ³ hacerse rico. Pero la quiebra espaƱola no sĆ³lo fue econĆ³mica sino, principalmente, cultural e ideolĆ³gica. Con la Reforma, la cultura de lengua espaƱola inicia un declive, que tendrĆ­a su cresta dorada todavĆ­a, en la literatura, pero ya no en la mĆŗsica, por ejemplo. DespuĆ©s de TomĆ”s Luis de Victoria (1548-1611), no hay mĆŗsicos que puedan compararse con el resto de la producciĆ³n musical europea.

Parece un dato incidental, pero habrĆ­a que ver el asunto mĆ”s detenidamente. EspaƱa nunca vio interrumpida su enorme calidad de pintura. Pero se volviĆ³ sorda, primero a la mĆŗsica, despuĆ©s a la literatura y las ideas. No es raro que la pintura sea el arte mĆ”s alto y constante. Hereda la tradiciĆ³n catĆ³lica de catequizar con imĆ”genes, contar la historia sagrada, ejemplificar virtudes y pecados, admirar santos con representaciones pictĆ³ricas. Es un mundo dado a la vista y a las tentaciones del ornato.

Lutero es culto, pero no supone saber cosas: estudia, estĆ” en proceso de saber; es un crĆ­tico que no conoce la sede de la autoridad incuestionable porque, como resuena constantemente en sus escritos, tiene una idea distinta del conocimiento. Idea que le viene de su patrono AgustĆ­n: la pasiĆ³n por la mĆŗsica, que lleva a cabo con entusiasmo infantil. ā€œSi alguno dejara de cantar y hablar acerca de lo que Cristo hizo por nosotros, por ello mismo muestra que no cree realmente y que no pertenece al Nuevo Testamento, que es una era de gozo, sino al Antiguo, que no produce el gozo del espĆ­ritu sino la tristeza y el enojoā€.

Tiene una admiraciĆ³n rendida por Josquin des Prez (ā€œLos mĆŗsicos hacen lo que pueden con las notas; Josquin hace lo que quiereā€) y tiene un apego radical por las nuevas formas de la musicalidad: ā€œQuĆ© extraƱo y maravilloso es que una voz cante una tonada simple y sin pretensiones mientras que otras tres, cuatro o cinco voces canten al mismo tiempo y jueguen y vuelen en gozosa exuberancia en torno a la melodĆ­a… Quien no se goce en esto ha de ser un completo tarado, indigno de escuchar esta mĆŗsica deliciosa. Quien no se goce en esto, y no se conmueva de la maravilla, mejor debiera oĆ­r barritar al burro del canto coral (gregoriano),  ladrar los perros, o gruƱir los cerdos, antes que escuchar mĆŗsicaā€ (citado por Paul Nettl).

Lutero compuso himnos y canciones. Nada espectacular, aunque habrƭa que oƭr lo que hizo Bach con un himno sencillo: Ein Feste Burg Ist Unser Gott, en el primer coro de la cantata BWV 80. Es uno de los ejemplos mƔs notables, pero abundan en el universo luterano. Y es que la Reforma, sin santos, sin altares coloridos ni pintura, austera como si fuera pobre, tiene una vida sonora.

A LeĆ³n X debiĆ³ alarmarlo, mĆ”s que la teologĆ­a, el medio: la imprenta. En el mundo catĆ³lico la lectura misma de la Biblia estaba restringida: no era bien visto que un cualquiera se pusiera a leer por propia cuenta los textos sagrados. Mucho menos, interpretarlos. Para los luteranos, en cambio, la lectura y la interpretaciĆ³n son el centro de su fe. Y la impresiĆ³n era el recurso bĆ”sico para participar en la liturgia. Pero no sĆ³lo fue la impresiĆ³n de textos sino de partituras musicales. Richard Taruskin seƱala la importancia de los libros de Listenius, Heyden, Rhau, equivalentes a los silabarios, de enseƱanza infantil, desde los inicios de la revuelta luterana: la escala diatĆ³nica comenzaba a aprenderse con las primeras letras. Se puede tener pintura, ornato, colores y cuadros. Son materiales y acumulables. Pero la mĆŗsica es algo que sĆ³lo existe cuando se hace y se interpreta.

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(ciudad de MĆ©xico, 1962) es poeta y ensayista.


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