No es guía ética, es recetario moral

La Guía ética para la transformación de México promovida por López Obrador carece de importancia como obra de pensamiento, como literatura o como libro. Su importancia no está en el texto sino en el acto de imponerlo públicamente, desde la cabeza del gobierno.
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Si un hombre pudiera escribir un libro de ética que realmente fuera un libro de ética, este libro destruiría, como una explosión, todos los demás libros del mundo.
L. Wittgenstein

 

La Guía ética para la transformación de México tiene título aparatoso aunque pretende ser un documento sencillo que busca claridad y orden. Pero veinte incisos desordenados no son una búsqueda de sencillez sino un enredo; pudo ser clara, pero trata de ética y no hay modo de hacer que una reflexión filosófica acerca de la moral quede calzada en unos zapatos de juguete.

La aparente sencillez de lenguaje no resultó en conceptos claros porque en realidad viene de otro lado: no busca que el supuesto lector piense sino que acate. Es ese sucedáneo de la sencillez que consiste en invertir el esquema y asumir que la simpleza está en el lector, que es tonto e ignorante, pero suficientemente funcional para recibir intrucción. Y no hay registro  de la contradicción: el pueblo es sabio, pero hay que instruirlo en qué es bueno, qué es malo y cómo comportarse. Son sabios y son mascotas, y ni modo que piensen por su cuenta y aprendan a pescar: hay que darles sus croquetas y sus lemas, para que se llenen panza y cabeza. La sabiduría del perro es su total lealtad y su apego a su entrenamiento.

La Guía está escrita con un tono pedagógico antiguo, lleno de imperativos y admoniciones; de respuestas, no de dudas ni cavilaciones. Ni siquiera con analogías; con instrucciones y recetas: qué debes pensar y cómo debes actuar. Eso suele suceder con la pedagogía moral cuando se busca dar indicaciones, guiar, instruir. Pero la ética está compuesta de dudas, ignorancias, incertidumbres.

La Guía es un manualito de 32 páginas y 20 capítulos. No es un ejemplo de elocuencia, pero tampoco tiene la concisión de los aforismos. En tanto guía, quiere ser una dirección, una instrucción. Carece de importancia como obra de pensamiento, como literatura o como libro. Su importancia no está en el texto sino en el acto de imponerlo públicamente, desde la cabeza del gobierno. Si como libro su mejor lugar es el olvido, como imposición desde el poder nos recuerda al Calígula de Camus: “¡[…] todo lo que me rodea es pura mentira, y yo quiero que la gente viva en la verdad! Y precisamente poseo los medios para obligarles a vivir en la verdad. Porque sé lo que les falta, Helicón. No tienen conocimiento y necesitan un profesor que sepa de lo que habla.” Ante la duda de Escipión, Calígula responde: “no es un delirio, es la virtud de un emperador […] El poder brinda una oportunidad a lo imposible”. Los tiranos son pedagogos. Y en palabras de la Guía: se trata de “impulsar una revolución de las conciencias, esto es, construir una nueva ética humanista y solidaria que conduzca a la recuperación de valores tradicionales mexicanos y universales y de nuestra grandeza nacional.”

Quienes escribieron la Guía son personas inteligentes; cada uno ha escrito cosas más valiosas, por su cuenta. Quizá los junta la obediencia y lo contrario al pensamiento: el plegamiento. El resultado es anodino. Guillermo Hurtado acierta en su descripción: “El grueso de la Guía está conformado por un cristianismo –aunque quizá habría que llamarle pseudocristianismo– laicizado, en otras palabras: moral de procedencia cristiana sin reconocer la figura de Cristo”. Y por eso, tanto Hurtado como varios otros lectores han reaccionado contra una de las más flagrantes agresiones en que incurre la Guía: “Pide perdón si actuaste mal y otórgalo si fuiste víctima de maltrato, agresión, abuso o violencia, que así permitirás la liberación de la culpa de quien te ofendió.”

Esa forma del perdón tiene sentido en un orden trascendente, religioso, pero es innecesariamente cursi y perverso en el ámbito civil del derecho. Y mucho peor si quien emite tan retorcidos consejos es el responsable de cumplir y hacer cumplir las leyes. No la ética, no los valores, no la moral: las leyes. ¿De verdad en este país a las madres que buscan los cadáveres de sus hijas el Estado local les da pala, cubeta y vete a escarbar huesos, mientras el gobierno federal les aconseja que liberen de culpa a quien las ofendió? Los colectivos feministas, entre otros, han criticado eso que llaman “normalización”, que consiste en dejar de ver como excepción cosas que debieran indignarnos. Esto es un paso más allá de la normalización. Sí: hay bondades monstruosas. El mal dos veces, retorcido.

Quizá el presidente pierde la brújula porque no entiende el primer elemento que constituye la noción de persona. “La libertad es el conjunto de decisiones que te son permitidas por las leyes y por tus propias capacidades”.  Es muy grave que crea que la libertad es una concesión. Hay dos posibilidades: la libertad es real –y simplemente no puede concebirse al ser humano sino bajo la especie de la libertad, no como atributo sino como condición necesaria, anterior a toda ley– o es una mera ilusión –y los humanos no somos sino animalitos determinados que se creen libres pero no pueden sino obedecer a su bioquímica. Y en este caso, no tiene ningún sentido hablar de ética. Hagan ciencia neoliberal y ya.

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(ciudad de México, 1962) es poeta y ensayista.


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