Hilda Palafox, Figura 18 (Lemniscata I), 2025.

Hilda Palafox: el diálogo con la pintura

En su muestra “A una palma de distancia”, la mexicana Hilda Palafox explora la desconexión y sus opuestos a través de pinturas llenas de posibilidades teatrales.
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En la Ciudad de México, en donde los momentos de silencio son pocos y establecer relaciones interpersonales resulta complejo, da gusto que aparezcan espacios como la obra de Hilda Palafox, que nos permitan un momento de pausa y fascinación. Espacios donde las preguntas de cómo se imaginó tal escenario o cuánto tiempo invirtió en esta pieza de gran formato aparecen sin necesariamente encontrar respuesta, porque, más allá de los procesos o las imágenes, lo que nos llama son las posibilidades de representación. Hablar del trabajo de Palafox (México, 1982) implica contemplar las características visuales y matéricas de su proceso artístico, y también referirnos a su cuestionamiento sobre las relaciones humanas en un mundo regido por la velocidad y el anonimato de las masas. Resulta casi imposible mirar sus pinturas sin sentir que las mujeres ahí representadas, mujeres estoicas sin gestos faciales aparentes, están atravesando un abanico amplio de emociones: tristeza, introspección y enojo, tranquilidad, contemplación o furia. Y, como si se tratara de un espejo, nos reconocemos en ellas, en esa tensión incómoda y vital al mismo tiempo.

A una palma de distancia, su segunda muestra individual en la galería Proyectos Monclova, está compuesta por obra pictórica en diversos formatos y una escultura de arcilla. A las imágenes de Palafox le anteceden experiencias en primera persona como artista y como mujer, como lectora y espectadora de performance. La idea que atraviesa la exposición es la de generar vínculos con la gente. Muchas de las mujeres que habitan las pinturas nos dan la espalda, o están en tránsito constante hacia destinos desconocidos y donde no somos invitados, como una alegoría a la desconexión que existe en nuestra sociedad.

Más que establecer narrativas de interpretación, Palafox busca evocar emociones a través de sus pinturas. Aboga por una conexión a nivel emocional con quienes ven su obra. Sus figuras parecen fragmentos de vivencias largas, por ello reconoce que su trabajo tiene una gran influencia en lo performático, como si fuera el registro pictórico de una puesta en escena. En “Figura 9 (Tic-toc)”, por ejemplo, vemos a dos personas paradas sobre una mesa, mirándose entre sí. La mesa está a punto de romperse y debajo hay un caracol, que para Palafox “representaba la fragilidad de la conexión entre estas dos personas y el caracol, que es otro factor súper frágil”, como me dijo durante una conversación que tuvimos con motivo de esta muestra; “al final él va a continuar con su camino y la mesa se va a desnivelar”. Estas escenas se leen como performances, como un tiempo extendido en el que aparecen escenas de algo más. No hay un tiempo lineal ni un escenario claro, sino posibilidades teatrales.

Una pieza en la que se percibe esta tensión performática es “Danza nocturna”, obra que acentúa el vínculo en las manos con fuerza aplicada donde no queda claro si hay armonía o no, si es violenta o no. Es una pintura donde destacan los tonos grises y el encuentro entre las protagonistas, no solo desde una relación física evidente, sino también a partir de un diálogo intelectual y emocional.

A través de su producción, Palafox busca cambiar la narrativa de la tradición pictórica: “el hecho de pintar figurativo, en este estilo, hace que de pronto me sienta aislada y me hace dudar mucho de mí y de mi trabajo pero mantenerme fiel a que este es mi discurso y que no busco encajar en otras tendencias”, dice. Aparecen referentes del muralismo mexicano del siglo pasado, pero la representación de la mujer cambia totalmente: esta vez son protagonistas de sus historias y no musas de la mirada masculina.

Para la artista, pintar es una forma de entenderse a sí misma, cuestionando la manera en la que nos relacionamos con el otro y con nosotros mismos. A pesar de la variedad de herramientas que tenemos para conectar (o comunicarnos), hay muchas dificultades para establecer relaciones humanas auténticas, honestas y frontales. Por fortuna, existe la pintura donde podemos encontrarnos. En  “Figura 18 (Lemniscata I)”, hecha por fragmentos pintados en pastel y cosidos con hilo fluorescente, están representadas muchas historias: los dos cuerpos femeninos que nos dan la espalda, unidos entre sí, están compuestos por diversos colores, como si fueran muchas personas. Vemos que entre las dos protagonistas están creando un balance a través de la tensión, donde el hilo simboliza la unión de algo que está fragmentado.

“Uno de mis peores miedos es repetirme. Si bien trabajo con un figurativo que de pronto puede ser repetitivo porque utilizo la figura de la mujer que es muy corporal, me gusta que siempre haya una búsqueda y esta vez me puse pequeños retos”, dice la artista, hablando del cambio en los formatos de sus obras, en los medios, y en el proceso mismo de producción. Para la exposición anterior en esta misma galería, titulada El afán de encontrarse a uno mismo, partió de una idea en particular y desarrolló las piezas a partir de ella; esta vez, confió en la intuición para producir bocetos y después encontrar el motivo o el sentir que conectaría estas imágenes. La diferencia entre los trazos de 2022 y los de ahora hace evidente el cambio y un genuino interés por seguir descubriendo las posibilidades de su práctica. El óleo en estas piezas, por ejemplo, se siente más ligero, más juguetón. Las mujeres de años anteriores nos miraban de frente, nos hacían partícipes de sus exploraciones a través de una paleta de colores más vibrantes. Esta vez, son mujeres de tonos sobrios, inmersas en sus universos y que no tienen reparo en mirarnos.

“Tengo que descubrir todavía hacia dónde me llevó este proceso de producción”, comparte Palafox, “porque pasé por unos lugares muy oscuros y como estoy tratando de conectar con la gente a través de esto, es importante que, si bien siempre digo que la narrativa es abierta, es claro que si yo no estoy conectado con ellas, no van a transmitir lo que yo quiero”. En la pieza titulada “Noctámbulos”, hace referencia a una sociedad fragmentada que con el uso de la tecnología se desconecta más. Cuando la hizo era más oscura, le cambió los colores varias veces porque no lograba conectar con ella por completo. En sala, lo que vemos es una pieza de gran formato, con mujeres que pasan de largo incluso entre ellas y que, aunque les busquemos la mirada, están inmersas en esa realidad, la realidad contemporánea, donde nos vemos pero no nos reconocemos, donde miramos de soslayo al otro solo para evitar chocar con él en la calle, sin necesidad de interactuar.

En contraste con esta sensación, hay conversaciones y encuentros con piezas de arte que se quedan en nosotros mucho tiempo, quizá para siempre. Esto es lo que me pasa con la obra de Palafox, que me atraviesa y permanece conmigo por largo tiempo. Me emociona mucho esta nueva producción y también el devenir de su práctica, porque percibo una pulsión inquieta por seguir produciendo en formatos y materiales distintos. Hay que estar atentos. ~


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