En una de las cavas del Centro Sefarad de Madrid hay una pequeña exposición de fotos de Julia Pirotte. Son solo una veintena, todas retratos, todas en blanco y negro. En internet se pueden encontrar instantáneas de su trabajo como fotoperiodista, tomadas durante la ocupación en Francia o en la Polonia de la posguerra, fotografías horizontales que nos permiten ver a mucha gente desfilando, haciendo cola para recibir comida, enterrando a los muertos, deambulando entre puestos callejeros, pero la selección que ha hecho el comisario Michał Krasicki para esta primera muestra de la fotógrafa en España es más bien una breve colección de retratos verticales en los que, aunque sean pocos, podemos atisbar un aspecto de su sensibilidad.
Julia nació en Końskowola, un pueblo de la Polonia sudoriental, en 1908. Su padre, Baruch Diament, era minero. Su madre, Sura Szejnfeld, murió cuando la niña tenía nueve años y sus hermanos, Marek y Mindla, doce y seis respectivamente. Al quedarse viudo Baruch dejó la mina, cogió a sus tres hijos y se los llevó a Varsovia, donde volvió a casarse y abrió una droguería. La vida seguía siendo muy dura para ellos, apenas tenían dinero y no pudieron estudiar. Los tres hermanos se afiliaron muy jóvenes, prácticamente adolescentes, al Partido Comunista polaco. Esto le costó a Julia cuatro años de cárcel (Marek huyó a Rusia y Mindla a Francia). Cuando Julia salió por fin de la cárcel, de camino a París para reunirse con su hermana, cayó enferma en Bruselas, donde el Socorro Rojo se hizo cargo de ella. Julia Diament se casó con un miembro de la organización, Jean Pirotte, de quien tomó el apellido. Durante su estancia en Bélgica comenzó a escribir en revistas y conoció a Suzanne Spaak, quien no solo le dio la idea de hacerse fotógrafa sino que también le regaló una Leica. Ya tenía detrás una consistente trayectoria como fotorreportera cuando el estallido de la Segunda Guerra Mundial la encontró en los países bálticos. El ejército nazi entró en Bélgica en mayo de 1940; Jean fue deportado pero Julia consiguió reunirse con su hermana en Marsella. Ambas participaron en actividades clandestinas a favor de la liberación, como contrabando de armas o falsificación de documentos. Mindla fue detenida y trasladada a Polonia y finalmente condenada a muerte por guillotina en 1944. También su hermano Marek murió en un gulag soviético. Cuando llegó la Liberación no le quedaba ya familia. Volvió a Polonia, donde documentó las consecuencias de la guerra y el pogromo de Kielce. En Varsovia volvió a casarse, con Jefim Solkoski, con quien no tuvo hijos, fundó la agencia de fotografía WFA y murió en julio de 2000.
La primera de las fotografías de la exposición nos muestra a las dos hermanas que miran a cámara con aire aún confiado. La fecha es dudosa: la cartela apunta el rango entre 1938 y 1943, la expresión nos haría pensar que la guerra no había comenzado aún, o que estaba en sus primeros meses. Julia, con un peto blanco y una blusa de satén, sostiene un cigarrillo con la mano derecha. Con la izquierda agarra del hombro a Mindla, cariñosa y protectora. Las dos sonríen sutilmente, pero mientras Mindla parece sorprendida en mitad de una frase, Julia parece atenta, aunque un poco escéptica, a lo que el espectador tenga que decir. Un bonito retrato de dos hermanas que apenas se tenían la una a la otra en un país extranjero.
Julia aparece también en un autorretrato de esta exposición. Es quizá su foto más difundida y reconocible. Esta sí está datada en firme: 1943. Ahora lleva un pañuelo al cuello, un jersey oscuro y un delantal de cuadros. La mirada un poco retadora de pocos años antes parece haberse desinflado: conserva parte de la voluntad de resistencia, pero parece que algo ha sido arrasado. Mira al objetivo, pero está manejando una cámara de medio formato de objetivos gemelos, que sostiene a la altura del esternón y no del ojo, de modo que el espejo recoge la mirada a esa altura. La imposición de la técnica insinúa un recorrido psicológico. Aún es posible adivinar la sonrisa en el gesto que quizá sea un automatismo al apretar el disparador.
Algunas de las fotografías son de niños. Muy contrastadas, lo que agrava los gestos. Por las cartelas nos enteramos de su situación o su destino. Un niño y una niña de 1946 miran sonrientes a cámara desde el orfanato judío de Śródborów. Ella sonríe llena de confianza. El niño no tanto. Qué no habrá pasado hasta llegar a esos pupitres. Hemos dicho que las fotografías son muy pocas, pero se han dispuesto en parejas para sacarles el mayor partido, y muy bien combinadas. Un retrato de Edith Piaf con aire doliente tomado en Marsella en 1942 hace dúo con uno de una monja carmelita en la misma ciudad, en el mismo año. Comparten encuadre y una leve torsión del cuello, las dos llevan la cabeza cubierta, y tienen algo paralelo y algo muy disímil. Es la misma disposición doble la que llama la atención en los retratos de Pablo Picasso en el Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz celebrado en Breslavia en 1948 y del poeta Julian Tuwin en 1947, y sobre todo, quizá donde más contrasta, en las dos imágenes que recogen, respectivamente, a dos hombres griegos “insurgentes” y armados, tocados con gorra, fotografiados en Marsella en 1944, que miran a cámara un instante antes de seguir con su misión de resistencia, tan inmersos en ella que ya salen del cuadro para atenderla, y por otro lado el chico que besa con furia a una chica en el cuello como “despedida a una prometida francesa” durante la “repatriación de los mineros polacos de Francia”, en Lille, en 1947. En veinte fotos no podemos comprender el trabajo ni la vida de Julia Pirotte, como tampoco en veinte líneas que la resuman, pero esta exposición es un atisbo.
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).