La videobloguera de 36 años apareció en mi pantalla luciendo una peluca negra y rizada con un enorme moño amarillo, lentes falsos de tamaño exagerado y un vestido verde. Caricaturizando a una trabajadora doméstica, su característico disfraz transformó a Leslie Ann Pamela Montenegro del Real en su personalidad en línea: una YouTuber satírica mejor conocida como Nana Pelucas. Desde 2012 hasta 2018, Montenegro del Real y su esposo dirigieron un medio en línea llamado “El Sillón Magazine”, desde la famosa ciudad costera de Acapulco, en México. Nana Pelucas era la presentadora y reportera de los programas de noticias de El Sillón.
“Vámonos derechito a los mitotales (chisme)”, dijo una sonriente Nana Pelucas cuando le di clic en reproducir. “Y comenzamos con mi burro favo— digo, con mi niño favorito: Chuchito cara de moco”, siguió diciendo, refiriéndose al entonces alcalde de Acapulco, Jesús Evodio Velázquez Aguirre. En personaje, Montenegro del Real criticó el informe anual del alcalde, señalando la lista proyectos de obras públicas que había prometido y seguían inconclusos. “¡Ay, este Chuchito cara de moco! ¡No le alcanzó para reelegirse y él jura que va a ser senador! Cosita bella…”, añadió, estallando en una carcajada escandalosa.
Este tipo de video era típico de Montenegro del Real, cuyo contenido incluía parodias divertidas sobre la política local y entrevistas con empresarios y políticos acapulqueños. Menos de seis meses después de que publicara este video, Montenegro del Real fue asesinada. El 5 de febrero de 2018, estaba cenando con su esposo en el restaurante del que eran dueños, cuando dos hombres armados se encaminaron directamente a su mesa y le dispararon tres veces antes de huir de la escena.
Entre 2000 y 2022, 157 periodistas han sido asesinados en México. Estas cifras corresponden a los casos donde el trabajo de los periodistas presuntamente está relacionado con los asesinatos, convirtiendo a México en uno de los países más peligrosos para los reporteros en el mundo, a menudo comparado con países en guerra. La diferencia es que, en México, los periodistas no son asesinados por ataques aéreos o bombas; no son víctimas imprevistas. En cambio, son el objetivo: asesinados a sangre fría a modo de ejecución, como Montenegro del Real.
Muchos de los periodistas asesinados no son los reporteros de investigación especializados que podrías tener en mente, que lidian con informantes secretos y revelando intrincados casos de corrupción. Aunque esos periodistas también son objetivos de violencia –a menudo a través de métodos sofisticados como el software espía Pegasus–, en mi investigación he encontrado que, en su mayoría, los periodistas asesinados eran aquellos que trabajaron de manera local y precaria: reporteros que fundaron sus propios medios de comunicación, como blogs, sitios web y páginas de Facebook, en los que publicaban sobre la vida cotidiana en sus localidades. Informaban sobre todo lo que pasaba ahí, desde una pelea entre vecinos ebrios y el resultado del partido de fútbol del pueblo, hasta las elecciones y el mal estado de los caminos y calles.
En 2018, seis meses después del asesinato (aún sin resolver) de Montenegro del Real, me encontré cautivada, mirando sus videos de YouTube. Reproducía uno tras otro, incapaz de apartar la vista de mi pantalla, tratando de descubrir cómo construir un acervo integral de su trabajo. Esperaba que eso me pudiera ayudar a entender qué había conducido a su asesinato.
Cerré la pestaña de El Sillón Magazine, sorprendida de que alguien tan creativa y divertida, y sobre todo aparentemente inofensiva, hubiera sido asesinada. Consternada, regresé a mi documento de trabajo. En la pantalla había una lista de (en ese momento) 118 nombres, entre ellos el de Montenegro del Real: colegas periodistas que habían sido asesinados en mi país, junto con enlaces a los medios en los que habían publicado antes de sus muertes prematuras. Esa lista fue el comienzo de lo que se convertiría en el primer y único archivo que preserva el trabajo de periodistas asesinados en México.
Consulté el listado otra vez, como lo había hecho decenas de veces, abrumada e insegura sobre cómo o por dónde comenzar la colosal tarea que me había propuesto. Después de procrastinar sin rumbo y sin pensarlo mucho más, hice clic en un enlace distinto y comencé a catalogar el trabajo de otro colega fallecido. Comenzar por ahí parecía tan bueno como cualquier otra alternativa.
Los asesinatos de periodistas mexicanos rara vez se resuelven. Incluso cuando terminan con detenciones, solo los sicarios son procesados, dejando a los autores intelectuales en libertad, lo que significa que los motivos casi nunca se esclarecen. Por eso quería crear una base de datos llena de información cualitativa —pistas, por así decirlo— que pudiera arrojar algo de luz sobre casos sin resolver y servir como una herramienta para estudiar los patrones de violencia. Si las investigaciones en las que estos periodistas estaban trabajando eran tan comprometedoras que alguien los había matado para silenciarlos, entonces necesitábamos levantar el velo.
Sin embargo, después de cinco años de leer, ver y escuchar el trabajo de los periodistas asesinados, me doy cuenta de que estaba fundamentalmente equivocada acerca de las razones detrás de la espeluznante y cada vez más larga lista de periodistas asesinados. El trabajo que estos periodistas produjeron antes de sus muertes, en la gran mayoría de los casos, no era un periodismo de investigación contundente al estilo de Hollywood. En cambio, se trataba de una producción férrea de noticias diarias, hiperlocales, que presentaban una postura; reportes ciudadanos que denunciaban de manera inequívoca los abusos de poder y que a menudo se publicaban en línea. Era un periodismo de bajo presupuesto, impulsado por la pasión, centrado en la comunidad —y brutalmente peligroso.
Antes de ser apuñalado hasta la muerte en 2019, el periodista local Nevith Condés Jaramillo, del Estado de México, realizaba una transmisión tras otra en Facebook Live criticando la falta de medicinas en el hospital regional, denunciando al alcalde por las escuelas públicas a medio construir y exigiendo que se arreglara una calle con un enorme bache. A principios de 2016, antes de ser asesinado a tiros frente a su casa, Francisco Pacheco Beltrán, de Guerrero, publicaba editoriales en su sitio web quejándose de la mala calidad de los servicios públicos en su pueblo. Una semana antes de su asesinato, Pacheco Beltrán escribió sobre un barrio donde los residentes no tenían agua, criticando al alcalde por “vivir con excesos” mientras daba la espalda a los habitantes. De manera similar, Samir Flores Soberanes, de Morelos, utilizaba su radio comunitaria para movilizar a la gente en protesta contra la construcción de un gasoducto, hasta que fue asesinado al amanecer afuera de su casa, en 2019.
El archivo demuestra una y otra vez que estos periodistas locales señalaban a políticos negligentes, líderes criminales impopulares y empresarios corruptos; exigían mejores servicios públicos y rendición de cuentas. No descubrían documentos secretos ni encontraban evidencia contundente. Su trabajo, a menudo, se traslapaba con el activismo. Los crímenes en su contra son, de muchas formas distintas, ataques expansivos contra la libertad de expresión y contra la participación en la vida cívica.
Unos meses después de mi primer intento por comenzar a documentar el trabajo de Montenegro del Real, me armé de valor para volver a hacer clic en la página web de El Sillón Magazine. Me sorprendí una vez más: el sitio web que había visitado apenas unas semanas antes ya no existía. Su dominio estaba a la venta, como indicaba el anuncio en mi pantalla, después de que el pago para su mantenimiento había fallado. El trabajo de los periodistas asesinados, generalmente publicado en sus propios medios en línea o plataformas de redes sociales, tiende a ser autofinanciado. Rara vez ganaban dinero con su periodismo y la mayoría tenía otras fuentes de ingresos, como conducir un taxi o vender tacos. Por eso también, después de ser asesinados, su trabajo a menudo desaparece.
Afortunadamente, no todo el legado de Montenegro del Real se perdió. La mayoría de sus videos aún están disponibles en YouTube, donde personas de todo el mundo han expresado sorpresa por su asesinato y han dejado sus condolencias en los comentarios. Sin embargo, son pocos los periodistas que publicaban en YouTube, por lo que Montenegro del Real es una excepción.
Pacheco Beltrán dirigía un medio en línea que se perdió, junto con su trabajo, después de que el pago del dominio se detuviera de repente, años después de su muerte. Ricardo Monlui Cabrera, asesinado en 2016 en Veracruz, migró su periódico impreso a la versión en línea unos años antes de ser asesinado; meses después del crimen, su sitio web también desapareció. Rubén Pat Cauich, José Guadalupe Chan Dzib y Francisco Romero Díaz, asesinados entre 2018 y 2019 en Quintana Roo, trabajaban juntos en un sitio de noticias de última hora alojado en Facebook. Su trabajo se perdió después de ser marcado como contenido sensible y posteriormente eliminado.
Cuando pienso en 2018, me inundan recuerdos de estar sentada en la cama a las 2 de la madrugada, sobrepasada por el temor y la angustia, catalogando clips, pensando que nunca sería capaz de preservar todo ese trabajo a punto de desaparecer: todos esos videos y programas de radio, historias y entrevistas; toda la labor periodística que comprende la historia reciente de México y las pistas de docenas de asesinatos sin resolver.
Pero seguí catalogando, y a finales de 2019, para cuando lancé el archivo, había logrado contratar a un equipo y juntos pudimos conservar más de 12,000 clips de 43 periodistas. Hoy en día somos una pequeña organización sin fines de lucro y, desde ahí, seguimos leyendo, catalogando y preservando el trabajo realizado por periodistas asesinados, cuyo número, lamentablemente, sigue creciendo en México. Conforme esa aumenta, estoy más convencida que nunca de que este repositorio digital será una herramienta invaluable para el análisis cualitativo que puede ayudar a diseñar mejores políticas públicas (en colaboración con organizaciones públicas y privadas) para prevenir la violencia contra periodistas locales y reporteros ciudadanos. El gobierno federal de México y algunos estados cuentan con programas especiales para prevenir la violencia contra periodistas y activistas que podrían, por ejemplo, utilizar los datos para identificar momentos de mayor riesgo en lugares específicos. De manera similar, las colaboraciones con empresas como Meta podrían ayudar a los periodistas a evaluar el riesgo que enfrentan, basado en el alcance de su contenido, la sensibilidad de la coyuntura del momento en su contexto local y las reacciones a su trabajo.
Le debemos a los periodistas asesinados conservar su trabajo e interesarnos en él; conocerlo. Hacerlo es fundamental para honrar su legado y, también, para proteger a los periodistas mexicanos que siguen hablándole con franqueza al poder, con muy pocos recursos, confiando en gran medida en la tecnología para difundir y amplificar sus demandas de justicia. ~
Este artículo es publicado gracias a la colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
es politóloga, periodista independiente y autora del libro El Chapo Guzmán. El juicio del siglo (Aguilar, 2019). Dirige Defensores de la democracia.