NASA, ESA, CSA, y STScI, dominio público via Wikimedia Commons

En la inmensidad del espacio, debe haber alguien por ahí… ¿verdad?

Las primeras imágenes del telescopio espacial James Webb muestran vistas inimaginadas del universo, pero tal vez no ayudarán a resolver la cuestión de la existencia de vida en otros planetas. Eso no quiere decir que no se les pueda dotar de sentido.
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La primera imagen del telescopio espacial James Webb (JWST, por sus siglas en inglés) fue de un diminuto pedazo de cielo, tan pequeño que, si voltearas a ver al cielo con el brazo extendido, podrías taparlo con un grano de arena. Pero, gracias a la potencia del telescopio –dieciocho espejos gigantes que reportan a un 1.5 millones de kilómetros de la Tierra–,12.5 horas de observación revelan miles de galaxias en el espacio. Algunas de ellas aparecen agrupadas, mientras que otras se muestran cayendo y girando. Hasta las pequeñas manchas en la imagen son galaxias.

El martes 12 de julio, la NASA publicó otras cuatro imágenes en las que se muestra el alcance del telescopio. En la primera se observa el espectro de un exoplaneta, a mil años luz de distancia, en el que incluso se alcanza a distinguir su composición química (¡y hasta el hecho de que tiene nubes!), mientras que la segunda muestra la nebulosa generada por la muerte explosiva de una estrella. La tercera es la mejor imagen que existe de las galaxias del Quinteto de Stephan, y en la última se observa un primer plano de la nebulosa de Carina, una “guardería de estrellas”.

Este es uno de los grandes momento de la ciencia, de esos que revolucionan un campo y entusiasman al público. El telescopio espacial James Webb, una misión que lleva 30 años en desarrollo, ofrece a los científicos una vista sin precedentes del universo en su edad temprana, de la evolución galáctica y estelar, y de los planetas alrededor de otras estrellas en nuestra galaxia. La Casa Blanca tomó la decisión correcta cuando hizo que el presidente de Estados Unidos revelara la primera imagen. Las celebridades tuitearon las imágenes y se produjo una avalancha de memes.

Se trata de todo un nuevo vocabulario de imágenes a las cuales darles sentido, pero el significado intrínseco de las mismas es también deliciosamente abrumador.

Un youtuber compartió una imagen que situaba el pedazo de cielo fotografiado por el telescopio en el contexto de la bóveda celeste, con un “somos tan pequeños que voy a vomitar”. Un amigo compartió la imagen de la nebulosa de Carina en su historia de Instagram con un “pst, oye, amigo, ¿quieres sentir cosas que estabas muy seguro de que el mundo en su forma actual te había hecho olvidar?”. Los profesionales de la ciencia difícilmente fueron inmunes. La periodista científica Shannon Stirone tuiteó: “No puedo superar su estructura. Me siento destruida. El telescopio me destruyó”. Emily Calendrelli, presentadora del programa de Netflix El fascinante laboratorio de Emily, hizo un TikTok en el que compartió un sentimiento que he escuchado de muchos observadores: “Miro esta imagen y pienso: No hay forma de que estemos solos en el universo”. Bueno… ¿la hay?

En la práctica, la búsqueda de vida más allá de la Tierra suele limitarse a nuestra propia galaxia, ya que es el único espacio en el que tendríamos la posibilidad de detectarla. Si la vida es algo excepcional, podría ser que estemos solos dentro de la Vía Láctea, pero estas imágenes del telescopio James Webb nos invitan a buscar más y más lejos. La imagen del campo profundo no ofrece información nueva sobre el tamaño o la edad del universo, pero sí hace visible su inmensidad. En lugar de 100 mil millones de estrellas en una galaxia, ahora estamos hablando de aproximadamente un cuatrillón de estrellas (un número tan grande que parece una tontería, por eso necesitamos imágenes para que tenga sentido). Incluso si la existencia de la vida es algo extraordinariamente complejo, esa complejidad multiplicada por un cuatrillón hace pensar que debería haber algo más que nosotros habitando el universo.

Esta confiada especulación es “algo así como mitad ciencia, mitad sentimiento”, me dijo por correo electrónico el astrónomo Caleb Scharf, director del Centro de Astrobiología de la Columbia University. Que haya tanto espacio significa que hay más oportunidades para el surgimiento de vida, pero no sabemos cuáles son las probabilidades de que la vida surja en ningún lugar, ni siquiera en la Tierra, donde el análisis a posteriori hace parecer, incorrectamente, que era una apuesta segura. Incluso con los abundantes espacios disponibles en el campo profundo, dijo Scharf, la posibilidad de que haya vida “depende mucho de la parte que desconocemos, que son las probabilidades de que surja vida, las cuales podrían ser inimaginablemente diminutas, lo que más o menos haría irrelevante el enorme número de estrellas y galaxias”.

La astrofísica Katie Mack me dijo en Twitter: “Creo que es extraordinariamente inverosímil que la vida sucediera solo en un planeta, en un sistema solar (entre cientos de miles de millones), en una galaxia (entre billones), durante 13,800 millones de años”. Scharf dijo que comparte ese sentimiento, pero hizo una advertencia: “hasta que sepamos cuál es la probabilidad de que surja la vida (o cómo funciona), realmente no podemos decir esto ‘científicamente’, ya que se basaría completamente en suposiciones”. Es decir, no puedes extrapolar la probabilidad de un evento cuando solo se tiene un ejemplo de su ocurrencia.

Un espacio extenso no necesariamente tiene que estar ocupado. Parte del problema es la edad. Las galaxias en el campo profundo del telescopio espacial James Webb, y las estrellas que contienen, no son como las que vemos en el cielo: son miles de millones de años más antiguas. Especialmente, las manchas rojas más antiguas, que fueron fotografiadas en su juventud –en la juventud del universo–, serían químicamente muy diferentes a la Vía Láctea. Las primeras estrellas se formaron a partir de los restos del Big Bang solo utilizando hidrógeno y helio. Los planetas se forman del mismo material que sus estrellas, pero esos elementos ligeros no son suficientes para formar los mundos que pueden albergar vida tal como la conocemos y seguramente tampoco planetas. “Para que exista la vida tal como la conocemos”, dijo Scharf, “construida a partir de elementos como el carbono, el nitrógeno y el oxígeno, el universo tuvo que haber alcanzado una cierta edad, en la que las estrellas ya habían producido una cantidad suficiente de esos elementos”.

Pero el espacio es más que espacio para la vida. Tal vez sea limitante ver estas vastas estructuras cósmicas y pensar: este es el lugar para más cosas como yo. La antropóloga Lisa Messeri, autora de Placing outer space, me dijo: “Cuando nos enfrentamos con estas impresionantes imágenes a gran escala queremos tratar de comprender, queremos domar la grandeza”. Así que buscamos lo familiar. “Tal vez el espacio sea como aquí, pero un poco diferente”, pensamos. The New York Times informó que después del evento en la Casa Blanca donde se presentaron las imágenes, cuando la prensa salía de la sala, el presidente Joe Biden dijo: “Me pregunto cómo es la prensa en esos otros lugares”.

Galaxias, nebulosas, agujeros negros. Estas incomprensiblemente grandes y –me atrevo a decirlo– alienígenas estructuras se vuelven manejables cuando se les piensa en términos de vida. “Lo sublime nos confronta con esta inmensidad casi indescifrable”, dijo Messeri, “y nos sentimos desafiados a dominarlo, domarlo, hacerlo comprensible para nuestra pequeña escala humana”. Hacemos esto recurriendo a la escala familiar del planeta.

Las primeras imágenes del telescopio espacial James Webb muestran lugares que no están hechos para nosotros. En lugar de intentar relacionarlos con mundos terrenales cercanos, podemos ceder ante su aislamiento y aceptar su soledad, para dejar que estos conceptos transmuten en un nuevo tipo de asombro. Messeri me dijo que la imagen del JWST que la dejó boquiabierta fue la del Quinteto de Stephan, las galaxias enredadas en una danza gravitatoria, pero no solo “fue por su escala”. Después de todo, el campo profundo muestra muchas más galaxias. Fue “ver a estas galaxias involucradas en algo. De eso, en sí mismo, se trata no estar solo”. No hace falta que haya vida para que haya comunión. “Hay otra forma de pensar sobre lo que significa estar solo, no únicamente en términos de biología, sino en términos de geografía y gravedad”. Messeri llamó a esa relación una “especie de comunidad galáctica”. Sin embargo, es una comunidad a la que no podemos acceder.

Los científicos estudian durante años y años para poder comprender el valor de una galaxia por sí sola. El resto de nosotros podemos quedar asombrados por su escala y fascinados por las bellas imágenes (que no son imágenes recién capturadas, sino extraídas de la base de datos del telescopio por científicos y embellecidas con procesamientos y coloreados elaborados por humanos). Entonces, cuando nos encontramos pensando ¿por qué esto es relevante?, ¿por qué esto es hermoso? o ¿por qué esto me hace sentir todo tipo de emociones importantes?, podemos tomar un atajo y decir “esto parece significativo e inmenso porque muestra que hay espacio para la vida en el universo”.

Sin embargo, considera otra posibilidad: ¿y si estamos solos? ¿Qué pasa si no hay vida más allá de nosotros en absoluto? Entonces, ¿cuál es el valor y el significado de todas estas galaxias y estrellas casi incontables hasta ahora?

La pregunta sobre las posibilidades de vida en otras galaxias probablemente nunca será del todo respondida, ni en nuestra vida ni en la de la humanidad. Podemos encontrar microbios en otro planeta o no. Podemos, con el telescopio espacial James Webb u otro poderoso telescopio, ver los rastros de vida en la atmósfera de un exoplaneta o no. De todos modos, ese tipo de evidencia difícilmente nos ayudaría a concluir si hay alguien merodeando por ahí. Quizás algún día determinemos las probabilidades de que surja la vida, su frecuencia y su propensión, y podremos aplicar esos principios a galaxias más allá de la nuestra. Pero los humanos nunca viajarán a los confines del universo que se muestran en las imágenes del JWST; nunca los conoceremos con nuestros propios ojos o pondremos nuestros pies en su suelo. Podemos contemplar las imágenes capturadas por nuestros telescópicos emisarios y, al tiempo que nos asombramos con el cosmos, podemos atesorar la vida en la Tierra. Si queremos extraterrestres, lo más extraterrestre sería la afinidad con aquellas facetas del universo que no tienen nada que ver con la vida.

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

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es autor del libro The possibility of life: Science, imagination, and our quest for kinship in the cosmos..


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