Berlyn Brixner / Los Alamos National Laboratory, via Wikimedia Commons

El fantasma de Trinity

A 80 años de que Oppenheimer y compañía realizaran la prueba Trinity, el fantasma de la destrucción nuclear no asusta como antes. Eso no aleja la posibilidad de guerras catastróficas.
AÑADIR A FAVORITOS
Please login to bookmark Close

Estoy de acuerdo con Platón en que los únicos que han visto el fin de la guerra son los muertos. Y la gente no pelea con piedras si tiene armas de fuego.
Cormac McCarthy, Stella Maris

Hemos afirmado […] que la combinación indefinida de falibilidad humana y armas nucleares resultará en la destrucción de naciones, y que creer otra cosa simplemente no es creíble. De hecho, es una locura.
Robert S. McNamara & James G. Blight, Wilson’s ghost

Norbert Wiener, el padre de la cibernética (teoría sobre el control y comunicación de la información entre máquinas y animales), afirmó1 que “no existía nada más peligroso que contemplar la Tercera Guerra Mundial”. De esta manera, se hacía eco del pensamiento de Einstein tras la Segunda Guerra, punto de inflexión en el dominio sobre la energía nuclear para fines bélicos: “No sé con qué armas se peleará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta Guerra Mundial se peleará con palos y piedras”.

Ante el redoblar de tambores de guerra en Ucrania, Palestina y los lugares que se sumen, las palabras de Wiener y Einstein nos obligan a pensar en una posibilidad nada alentadora: que ciertas regiones del orbe se tornen inhabitables por el uso de armas nucleares. Esto es lo que Robert McNamara señalaba como “el fantasma de (Woodrow) Wilson, el miedo a no poder evitar nuevamente una catástrofe de posguerra”2.

Después de que Oppenheimer y compañía abrieran la caja de Pandora atómica con la explosión nuclear de Trinity, el 16 de julio de 1945, bastaron veinte días para construir dos nuevas bombas atómicas y detonarlas al otro lado del mundo sobre Hiroshima y Nagasaki. La nueva arma de destrucción masiva condujo a la rendición de Japón tan solo un mes después de que alumbrara el desierto en Jornada del Muerto, Nuevo México.

Pero en el caso de Estados Unidos y Japón, la balanza de fuerzas estaba desequilibrada. El propio Oppenheimer sabía que esta asimetría de poder bélico y político no podía durar mucho tiempo. Tres años después, en 1948, declaraba3 en la revista Time que el “monopolio atómico que tenemos es como un pastel de hielo derritiéndose al sol”. Tan solo un año después de esta declaración, el 20 de agosto de 1949, la Unión Soviética detonaba en algún sitio de pruebas secreto de Kazajistán su primera bomba atómica. Los estadounidenses supieron de ello nueve días después, cuando un avión de detección y reconocimiento atmosférico captó señales radioactivas en un papel filtro diseñado con ese propósito. Todos en el gobierno estaban incrédulos y se formó un equipo técnico de expertos –Oppenheimer incluido– para examinar la evidencia. El 19 de septiembre, el grupo concluía que se trataba efectivamente de una detonación nuclear, y que provenía de una copia casi exacta de la bomba de Trinity.

Desaparecida la asimetría del poderío nuclear bélico, una pregunta flotaba en el aire para los estadounidenses: ¿y ahora qué? Respondieron aumentando su inventario de armas nucleares: en junio de 1948, poseían alrededor de 50 bombas nucleares, y para 1950 contaban con 300. Es decir, Estados Unidos construyó alrededor de 10 bombas nucleares por mes: un puercoespín erizándose ante la amenaza de perder la superioridad militar. Con ello ignoraban un reporte de la Comisión de Energía Atómica que indicaba que la superioridad sobre la Unión Soviética solo podría recuperarse con un salto en innovación tecnológica3. La apuesta tecnológica del gobierno estadounidense fue el desarrollo de la bomba H, una bomba termonuclear con mayor capacidad de destrucción que las nucleares.

La lógica que los llevaba a elevar las apuestas en el terreno de las armas nucleares era que si dos adversarios contaban con los medios para garantizar una destrucción mutua en caso de conflicto, entonces ninguno de ellos “lanzaría la primera piedra”, lo que conduciría –y lo ha hecho hasta ahora– a una disuasión mutua. Por desquiciado que parezca, esta clase de escenarios recibieron un tratamiento lógico-matemático, racional, que involucraba la teoría de juegos y el problema del dilema del prisionero, impulsados principalmente por John Von Neumann, quien como calculadora humana había determinado la altura óptima de detonación para las bombas de Hiroshima y Nagazaki4.

Actualmente, nueve países poseen armas nucleares (Rusia, Estados Unidos, y China ocupan los tres primeros lugares; Israel es penúltimo), acumulando entre ellos alrededor de 12,700 cabezas nucleares5: suficientes para hacer realidad la visión de Einstein.

Robert S. McNamara, secretario de Defensa durante la administración de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, hablaba con conocimiento de causa cuando decía, refiriéndose a los 13 días de la crisis de los misiles en Cuba (16 al 29 de octubre de 1962), el periodo de la historia donde más cerca hemos estado de una guerra nuclear, que “la racionalidad por sí sola no nos va a salvar”6. Y enfatizaba: “fue pura suerte la que previno una guerra nuclear”. Así, llegado el caso, no habrá argumento que valga y todo podría terminar en cenizas.

Una muestra de ello es que, durante esos 13 días de crisis diplomática se detonaron hasta 4 misiles nucleares4. El 20 y 26 de octubre de 1962, Estados Unidos hizo explotar en el espacio dos armas nucleares –Checkmate y Bluegill Triple Prime, según sus nombres en código– con la finalidad de demostrar la existencia del efecto Christofilos, un fenómeno que involucraba la formación de electrones cargados de alta energía atrapados en el campo magnético de la Tierra, los cuales podrían servir de domo protector ante el ataque de misiles transcontinentales, al dañar sus sistemas electrónicos. En respuesta a ello, los soviéticos dispararon desde Kapustin Yar dos misiles nucleares (el 22 y 28 de octubre, respectivamente) más, que detonaron en la atmósfera, buscando el mismo efecto Christofilos… Lección #11 de McNamara: “No puedes cambiar la naturaleza humana”.

Fue por ese conocimiento de la naturaleza humana que el terrorismo nuclear estuvo en las preocupaciones inmediatas después de que la Unión Soviética adquiera poder nuclear. Durante una audiencia a puerta cerrada en el Senado, le preguntaron a Oppenheimer si los terroristas podrían colocar bombas atómicas en Nueva York. Él contestó que sin lugar a dudas era un escenario factible. Su respuesta dejó sobresaltados a los asistentes. ¿Qué instrumento –le preguntó otro senador–emplearía para detectar una bomba atómica que estuviera escondida en una ciudad? Un desarmador –contestó Oppenheimer–, para abrir todos y cada uno de los posibles lugares donde pudiera estar escondida la bomba. La respuesta puede considerarse irónica, pero prefiero entenderla como una verdad simple y llana del mundo creado después de Trinity: no hay defensa posible contra un ataque nuclear motivado por el terrorismo o conflicto bélico. El que dispare primero y con sigilo, se lleva la victoria… quizás.

En su momento, ante el avance formidable en la tecnología de misiles nucleares transcontinentales, se calculó4 el tiempo que un misil nuclear estaría en el aire desde su lanzamiento en Rusia hasta su impacto en Washington: 26 minutos o menos. Esa es la potencial ventana de tiempo para actuar o resignarse; eliminar una sociedad de décadas o siglos de existencia en menos de media hora. Este es el horror que puede desencadenar “el control de los poderes básicos del universo”, según Harry S. Truman.

Algunos científicos del proyecto Manhattan creían que la bomba atómica pondría fin a todas las guerras, debido a la estela de muerte de Hiroshima y Nagasaki. Esto no ha sucedido. Einstein intuyó que no sería así porque “el poder liberado del átomo ha cambiado todo, excepto nuestra manera de pensar”. Cuando ocurrió la crisis de los misiles en Cuba habían pasado menos de dos décadas del uso de bombas atómicas sobre Japón, existía una generación con la memoria relativamente fresca de aquellos acontecimientos. Hoy, a casi 80 años de distancia, pareciera que aquel hecho histórico carece de una dimensión emocional para toda una generación, aunque la tecnología de realidad virtual puede dotar de cierta consistencia a ese vacío. El fantasma de Wilson está más presente que nunca, quizá vistiendo los ropajes del fanatismo… y no se ve luz alguna que pueda disiparlo. ~

Referencias

1. Norbert Wiener, Cybernetics or control and communication in the animal and the machine, Boston, MIT Press, 1961/ 2019.

2. Robert S. McNamara y James G. Blight, Wilson’s ghost: Reducing the risk of conflict, killing, and catastrophe in the 21st century, Nueva York, Public Affairs, 2003.

3. Kai Bird y Martin J. Sherwin, Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, México, Debate, 2023.

4. Annie Jacobsen, The Pentagon’s brain: An uncensored history of DARPA, America’s top-secret military research agency, Nueva York, Little Brown and Company, 2015.

5. ICAN, “Which countries have nuclear weapons?

6. James G. Blight y Janet M.  Lang, The fog of war: Lessons from the life of Robert S. McNamara, Lanham, Rowman & Littlefield, 2005.


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: