Veo un cartón en la red Mastodon: Elon Musk pica con un palo a un pajarito de Twitter que parece muerto y le dice “haz dinero”. Las restricciones de lectura establecidas por Musk (600 posts diarios a cuentas no verificadas y 6,000 a las verificadas mediante la suscripción al servicio Blue) hacen infactible el uso de esa red de microblogging: basta con leer algunas publicaciones y sus interacciones para agotar rápidamente el límite de 600 tuits. Si la plataforma no sirve para escribir y leer lo que otros escriben, no sirve para nada.
Musk sostiene que esta medida es para enfrentar la extracción de datos y manipulación que ha sufrido Twitter. Sin embargo, parece que es una estrategia de negocios para forzar a los usuarios a suscribirse al servicio Blue. Escucho un Spaces titulado “Elon Musk está destruyendo la funcionalidad de Twitter para periodistas” y no hay exceso en la afirmación: de nada sirve que los periodistas y medios tengan cuentas verificadas si el público no puede leer sus contenidos. Esta circunstancia se extiende a la publicidad contratable, que dejaría de ser atractiva por estos límites.
Desde ciertas perspectivas, puede no quedar claro en qué sentido estas restricciones afectan al “derecho” a la información. Es decir, ¿Twitter es un derecho? Es una pregunta que puede responderse con otra pregunta: ¿el Excélsior de Scherer o el Washington Post de Bernstein y Woodward son un derecho? No lo es el medio en sí, pero sí lo es la progresividad del debate público, es decir, que la medida de los derechos siempre debe avanzar y no es valido restringirla sin una razón de especial urgencia y alto interés público. Esa es la razón por la que los tribunales ordenan a los funcionarios que no bloqueen a ciudadanos en sus cuentas de redes sociales.
La ocurrencia del dueño de la red social implica que casi todos tengan una cuenta de paga. Sin duda es una aspiración de negocios válida, pero no es realista y equivale a que la televisión abierta o la radio hubieran tenido un máximo de horas para ver u oír programas. La sensación de estar en presencia de la fila de racionamiento parece muy cercana.
Aunque se supone que la medida es temporal, no hay certeza sobre su duración. Y no es un alivio suficiente que Musk sostenga que “pronto” el límite de 600 publicaciones pase a 800 y el de 6,000 transite a 8,000: el racionamiento tiene topes disfuncionales.
Incluso si Elon Musk diera marcha atrás en su ocurrencia, el mensaje emitido es funesto: el propietario de la red social busca, a toda costa, recibir un pago por navegar en un espacio en el que los contenidos son creados totalmente por los usuarios. La aportación de la plataforma es fundamental, pero Musk busca extraer pagos en el lugar incorrecto: sin consumidores, Twitter se asemeja a un diálogo entre actores de distintas obras de teatro, a cocineros que muestran sus guisos a otros cocineros o a músicos que tocan arias entre ellos.
La decisión de Musk afecta el derecho a la información y al periodismo, también pone en duda la supervivencia de Twitter, ya que basta que Facebook, Instagram, TikTok o cualquier otra red social, incluso una empresa informática como Google, ponga en acción un módulo funcional de microblogging, para que ocurran migraciones masivas. Solo se necesita que las cuentas principales que generan contenido decidan irse para que el éxodo comience. Esta situación no se había dado porque los cambios no habían inutilizado la plataforma. En este momento, cualquier medio principal o cuenta de alta popularidad puede cruzar el Rubicón y cambiar la historia.
Sea cual fuere el desenlace de este asunto, resulta lamentable que la nueva administración de Twitter haya empeorado las cosas. Que la red que puso un alto a los afanes antidemocráticos de Donald Trump esté en riesgo de desaparecer por las malas decisiones de su nuevo propietario pone a debate los límites de los intereses privados y públicos, haciendo que el fantasma de la regulación estatal vuelva a recorrer un espacio de libertad que debería ser ajeno a las intervenciones de los gobiernos. ~