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Llevando a Aristóteles a la Luna y más allá

Para que la exploración espacial beneficie a toda la humanidad, necesita una filosofía: un compromiso riguroso con los valores, el impacto y el significado.
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En 2009, el periodista Tom Wolfe, autor del clásico de la era espacial Lo que hay que tener (Elegidos para la gloria), escribió un artículo de opinión para el New York Times titulado “One giant leap to nowhere”. Comentando sobre el programa del Transbordador espacial, Wolfe recapituló las cuatro primeras décadas de la carrera espacial y bromeó: “La NASA nunca entendió la necesidad de un cuerpo de filósofos”. De acuerdo con el escritor, la NASA nunca recuperaría su vitalidad y sentido de propósito porque no tenía una filosofía de la exploración espacial.

Cada vez más, sospecho que tenía razón. Para que la exploración espacial –ya sea robótica o humana, expedicionaria o remota, comercial o gubernamental– desarrolle todo su potencial y aporte beneficios a toda la humanidad, debe haber un compromiso profundo y riguroso con el concepto por parte de todos y para todos. En otras palabras, para explorar el espacio de la mejor manera posible, la sociedad necesita tener una conversación común sobre el valor, el impacto y el significado de la exploración.

Podemos aprender del pasado. En 1969, el Apolo 11 logró exactamente lo que el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, pidió en su discurso de 1962 en la Universidad Rice, cuando retó a la NASA a enviar un ser humano a los cielos para caminar sobre la superficie de otro mundo y volver para contarlo. “Elegimos ir a la Luna en esta década y hacer otras cosas”, dijo, “no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, porque ese objetivo servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades, porque ese reto es uno que estamos dispuestos a aceptar, uno que no estamos dispuestos a posponer, y uno que pretendemos ganar”. Pero cuando el primer ser humano aterrizó en la Luna con bombo y platillo, el éxito creó una paradoja: ir a la Luna eliminó la razón de ir a la Luna. Tres de las nueve misiones previstas después del Apolo 11 fueron canceladas. De hecho, en las cinco décadas transcurridas desde Apolo, ningún terrícola se ha aventurado más allá de la órbita terrestre baja.

La falta de un enfoque coherente y duradero para contemplar la actividad humana en el espacio ha ensombrecido las ambiciones de exploración humana del espacio profundo de la NASA. El desastre del Columbia en 2003 llevó a los responsables de la toma de decisiones a replantearse los objetivos de los vuelos espaciales tripulados de la agencia aeroespacial, lo que condujo al gobierno de Bush de reanudar las expediciones tripuladas más allá de la órbita terrestre baja. Desde entonces, la agencia ha gozado de un apoyo político relativamente persistente, aunque modesto, en una campaña abierta de exploración humana del espacio profundo. Sin embargo, ese apoyo se ha manifestado de diferentes maneras a lo largo de cuatro administraciones presidenciales, e incluso dentro de una misma administración. Más recientemente, el programa Artemis –lanzado formalmente por el presidente Donald Trump en 2017– fijó el ambicioso objetivo de regresar con seres humanos a la Luna en 2024. Pero ese alunizaje ya se ha retrasado al menos hasta 2026. Y, lo que es más revelador, el campamento base de Artemis, propuesto inicialmente como parte integral del regreso a la Luna, ha quedado atrapado en restricciones presupuestarias. Las obras podrían retrasarse hasta la década de 2030.

Este vago mandato de enviar seres humanos a la Luna y luego a Marte –sin identificar un propósito específico para tal esfuerzo– deja a la NASA con el importante desafío práctico de tratar de resolver las complejas ambiciones, las innumerables opciones y los limitados presupuestos de las expediciones humanas al espacio profundo. Aun así, los previsibles retrasos y las carencias presupuestarias brindan a la NASA la oportunidad de reconsiderar sus motivos para enviar seres humanos a pisar, una vez más, el suelo de mundos extraterrestres.

Como profesional de la política espacial y, más recientemente, como estudioso de la historia y la filosofía de la exploración espacial, comparar el final del programa Apolo con el comienzo de Artemisa no me parece tanto una cuestión de tecnología o presupuesto como de telos, o propósito. Aristóteles identifica el telos como una “causa final”, el estado final al que conduce la existencia de algo. El discurso del presidente Kennedy en Rice estableció un claro fundamento teleológico para el Apolo –tanto en el reto explícito de poner un astronauta en la Luna y devolverlo sano y salvo a la Tierra antes de 1970, como en el objetivo implícito de vencer a los soviéticos.

El telos de Aristóteles obliga a considerar un fin o, como él lo dijo, “aquello por lo que todo se hace”. Sin embargo, las actividades abiertas –como explorar el universo– pueden describirse como atélicas: no tienen un punto final específico. Incluso si un país es el primero en llegar a la Luna, no hay ningún punto en el que una nación pueda declarar que la exploración del universo está completa. La primera es una actividad télica, la segunda es atélica. Apolo se lanzó sobre una base télica firme, pero carecía de una justificación suficientemente sólida para seguir adelante.

Las actividades télicas tienen un atractivo moderno especial; se prestan a proclamas audaces, a una multitud de herramientas de gestión de programas y a informes periódicos de progreso. Los objetivos concretos funcionan para la exploración espacial porque alimentan una sensación de dirección y progreso y, lo que es más importante, de narrativa. La trampa, como descubrió la NASA, es que un objetivo télico puede completarse, agotando el mandato que lo puso todo en marcha y poniendo fin a la narrativa.

Los esfuerzos atélicos, que carecen de fines discretos y concretos, son diferentes. Sin objetivos claros con los que medir el progreso, los esfuerzos atélicos son esencialmente eternos. Hacen hincapié en el proceso, no en el destino. Si la búsqueda atélica implica hacer algo que es intrínsecamente bueno, puede parecerse a una actividad virtuosa. Así, la aplicación de un enfoque atélico a la exploración espacial podría dar voz al carácter trascendente de la empresa, liberando el concepto restrictivo del valor de la misión de las restricciones de coste, ingeniería y calendario –o incluso de un acuerdo completo sobre los objetivos finales. El razonamiento atélico podría dar cabida al mismo tipo de pensamiento que puso un disco fonográfico dorado, The sounds of Earth, en cada nave espacial Voyager, destinada a vagar para siempre por la noche interestelar.

En la comunidad espacial, los responsables de la toma de decisiones se enfrentan constantemente a cuestiones de valor. ¿Merece la pena gastar dinero en la exploración espacial? ¿En qué sentido? ¿Para quién? En la exploración espacial, los objetivos pragmáticos y télicos a veces están reñidos con los objetivos atélicos y virtuosos. ¿Deberían los astronautas que investigan las formaciones rocosas de la Luna centrarse en encontrar yacimientos minerales comercialmente viables, o deberían tratar de aprender más sobre cómo se formó la Luna? Otra defensa atélica de la exploración espacial podría plantear que enviar gente al cosmos para experimentar la vida más allá de este mundo es bueno en sí mismo.

El proyecto Artemisa ofrece una buena oportunidad para pensar cómo podría desarrollarse un compromiso más profundo sobre los valores, el impacto y el significado del espacio. Por ejemplo, en los planes actuales, el objetivo es construir una base en el polo sur lunar y utilizar robots para realizar exploraciones de superficie en otros lugares de la Luna. Sin embargo, se ha especulado en voz baja con la posibilidad de que a la NASA le convenga más retrasar indefinidamente (o cancelar) la construcción de una base permanente en favor de la realización de investigaciones científicas dirigidas por humanos en múltiples lugares de la Luna. Otra opción es una base móvil –una caravana lunar robotizada, repleta de equipos de laboratorio e instalaciones habitables– que podría desplazarse telerrobóticamente a cualquier punto de la Luna para recibir a los astronautas donde sea que aterricen. En todas estas opciones, se plantea la cuestión de si la NASA debería desviar su atención del establecimiento de un puesto de avanzada permanente hacia un enfoque más centrado en la ciencia con salidas dirigidas por humanos.

Por supuesto, el concepto de telos no es más que una de las muchas herramientas de la filosofía. Considerar el proyecto Artemisa desde un punto de vista filosófico más amplio puede revelar visiones muy divergentes de lo que debería ser la exploración espacial, y tal vez ofrecer orientación en las decisiones que se tomen en el futuro. Por ejemplo, las discusiones internas sobre una base permanente frente a un enfoque más peripatético apuntan a cuestiones más amplias que son tan filosóficas como prácticas: ¿por qué asumir el gasto y el peligro de enviar seres humanos al espacio en lugar de trabajar con robots? ¿Tiene algún valor inherente la presencia humana en el espacio? Y si es así, ¿cuál es?

Una de las dificultades más persistentes al pensar en la exploración espacial es la inmensa cantidad de sesgos terrestres que los humanos aportamos de forma automática. Nuestras culturas, normas e instituciones se basan en la realidad geográfica y biológica del lugar donde vivimos. Trasladar las soluciones terrestres significa trasladar las suposiciones terrestres, un error potencialmente fatal en el ámbito hostil e implacable de la exploración espacial.

Los sesgos terrestres aparecen en muchas pequeñas decisiones de diseño de las naves espaciales, como la inclusión ocasional de cajones, que pueden atascarse sin la ayuda de la gravedad para mantener su contenido en su sitio. Un marco filosófico más amplio puede ayudar a los exploradores a crear una cultura adecuada a la realidad de vivir y trabajar más allá de la Tierra. Otro ejemplo es el debate sobre los propulsores in situ. Históricamente, los planes para explorar lugares como Marte partían de la base de que los astronautas tendrían que llevar consigo todo el propulsante necesario para el viaje de regreso. En cambio, la utilización de recursos in situ (ISRU por sus siglas en inglés) prevé el envío de equipos robóticos antes del aterrizaje humano para procesar el dióxido de carbono de la atmósfera marciana y fabricar en el lugar el propulsante necesario. El enfoque ISRU muestra la importancia de encontrar diferentes maneras de pensar sobre el valor de Marte en sí mismo –reimaginándolo como un lugar de producción tanto científica como industrial– a través de un compromiso filosófico riguroso con la exploración espacial.

Abandonar el mundo de los seres vivos para vivir y trabajar en los vastos cielos abióticos es por necesidad una cuestión de profunda incertidumbre y dificultad. Muchos de los escenarios que hoy despiertan la imaginación y los temores populares están a años luz de hacerse realidad. Pero al desarrollar una filosofía espacial seria, la NASA podría ayudarnos a aprender a pensar como personas interplanetarias en ese plazo mucho más largo. El paso más pequeño en la Luna –o en cualquier otro lugar del cielo– comienza con un salto mental gigante y colectivo. ~

G. Ryan Faith ha trabajado en la Subcomisión de Espacio y Aeronáutica de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, en la Space Foundation y en el Center for Strategic and International Studies. Anteriormente fue redactor de defensa y seguridad en VICE Media y actualmente trabaja en una tesis sobre las concepciones históricas del espacio en Estados Unidos.


Extracto de un artículo publicado originalmente en Issues in Science and Technology, una revista trimestral de la National Academies of Sciences, Engineering, and Medicine de Estados Undios y Arizona State University.

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ha trabajado en la Subcomisión de Espacio y Aeronáutica de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, en la Space Foundation y en el Center for Strategic and International Studies. Anteriormente fue redactor de defensa y seguridad en VICE Media y actualmente trabaja en una tesis sobre las concepciones históricas del espacio en Estados Unidos.


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