Meses antes del inicio de la invasión a Iraq, el gobierno estadounidense y el británico presentaban la guerra como una incursión rápida y sin dolor, que sería recibida por los locales con abrazos, flores y dulces. Hoy sabemos que no podían haber estado más equivocados, que la población ha resistido la invasión y que los planes de guerra del Pentágono estaban seriamente comprometidos por un despliegue de fuerzas insuficiente y una estrategia caótica y arrogante, que a decir de algunos generales, citados por Seymour Hersh (The New Yorker, 31-3-03), fue impuesta por el secretario de la Defensa Donald Rumsfeld.
Pero así como los autores de esta supuesta campaña humanitaria no esperaban que los iraquíes se defendieran como lo han hecho, tampoco anticiparon una respuesta popular antibélica, organizada, creativa, masiva y globalizada. Aparentemente de la nada, comenzaron a surgir coaliciones de grupos, muchos de los cuales tan sólo tenían en común su oposición a la guerra. Esta erupción de movimientos pacifistas espontáneos (que ha sido comparada con una organización viral) tiene su origen en las manifestaciones en contra de la globalización y la Organización Mundial del Comercio, como la de Seattle en noviembre de 1999. Ahora, como entonces, la organización tuvo lugar en el espacio virtual. La diferencia principal fue que las campañas de convocatoria para las manifestaciones en contra del neoliberalismo estaban enfocadas a estudiantes politizados, grupos “radicales” y veteranos militantes. En cambio, el movimiento virtual antibélico mundial o smartmob (término que se refiere a masas inteligentes dirigidas electrónicamente, en parodia a las muy promocionadas “bombas inteligentes” del Pentágono) de 2003 se ha formado por una gran variedad de personas de todas las edades, clases sociales, contextos e ideologías.
Este movimiento es una heterarquía, una auténtica red carente de liderazgo único, de una base de operaciones o de estructuras jerárquicas y que en buena medida opera valiéndose del enorme alcance y la gran abundancia de recursos que ofrece Internet. Aprovechando el correo electrónico, las páginas de la web, los espacios de chat y de discusión, los mensajes instantáneos, los teléfonos celulares con acceso a la red y los foros de usenet, los mensajes pueden eludir la censura hasta en los Estados más estrictos y represivos. El smartmobing ha hecho que Internet sea mucho más que un conducto informativo y una herramienta organizativa para transformarlo en un medio que ha cambiado de manera determinante la participación ciudadana en la política.
Este movimiento amorfo y descentralizado depende de una serie de alianzas de grupos e individuos que en los Estados Unidos se articula fundamentalmente en dos entidades. Por un lado, en www.moveon.org (un grupo fundado en Berkeley por dos empresarios de software que se oponían a la destitución de Clinton a causa del escándalo Lewinsky) y, por otro, en el vigoroso entusiasmo de jóvenes como Eli Pariser, de 22 años, y Andrew Main, de veinte, quienes para muchos observadores representan la vitalidad y el poder de los Dot.org. Tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, Main fundó la página de la web Why War? y Pariser creó 9-11peace.org y, mediante un correo electrónico dirigido a amigos y conocidos, recolectó firmas en contra de la inminente represalia armada estadounidense. Para el 18 de septiembre, más de 120 mil personas habían firmado la petición de Pariser, quien más tarde fusionó su página de la web con moveon.com, y así puso en evidencia que la mítica fuerza democratizadora de la red podía materializarse y que era posible alcanzar a un público no comprometido con militancia alguna. Demostraron entonces que no era imposible pasar del ciberactivismo de cinco minutos, de los correos electrónicos masivos y los actos de sabotaje electrónico (ingeniosos pero poco útiles, al estilo de los diluvios de mensajes y faxes a dependencias oficiales) a la toma de las calles. La prueba de esto fue la impresionante manifestación planetaria del 15 de febrero, un evento sin precedentes en el que más de doscientas organizaciones (una auténtica coalición de voluntades) llenaron las calles de cientos de ciudades con millones de personas en cinco continentes.
Por su naturaleza, la militancia virtual parece ser inmune a protagonismos y cacicazgos, y el mayor acierto de los smartmobbers ha sido evitar las viejas rivalidades que tradicionalmente desgarran todas las alianzas progresistas al simplificar el mensaje (con una mentalidad de marketing) con eslóganes como: “El mundo dice no a la guerra” o “Ganar sin guerra” (Win Without War), que es el nombre de la organización más amplia de esta red. El problema más obvio es que si bien el pragmatismo simplista puede ser efectivo, no forzosamente aporta gran cosa al debate en torno de la guerra, ni puede ir mucho más allá de la oposición al conflicto.
Resulta interesante que el movimiento haya logrado agrupar a anarquistas, cristianos, abogados corporativos y veteranos del ejército. Pero a la vez es claro que, por su naturaleza, es un movimiento que acentúa el abismo digital entre las masas con acceso a la red y las que carecen de él. También es muy notable que en las grandes manifestaciones en los Estados Unidos, a diferencia del resto del mundo, se ha enfatizado el apoyo a las tropas y el hecho de que protestar es un acto patriótico. Con esto pretenden exorcizar el fantasma del “antiamericanismo” con que los conservadores descalifican estos actos.
Así como la Primera Guerra del Golfo logró hacer que la guerra fuera percibida por las masas como algo sexy, según escribe Chris Hedges, el smartmobbing ha logrado que la militancia deje de ser estigmatizada como algo inútil y demodé. Hasta ahora las marchas y manifestaciones multitudinarias no han logrado disuadir a la Casa Blanca de sus planes y es probable que a medida que el tiempo pase el público se insensibilice a la muerte y la destrucción y deje de participar. En cualquier caso, los smartmobbers han logrado convocar en cuestión de meses y a veces semanas a más gente de la que se opuso a la guerra de Vietnam en todos los años que duró y han sembrado la semilla de la disidencia, que indudablemente dará lugar a actos contestatarios más y más volátiles conforme avance el conflicto. ~
(ciudad de MĆ©xico, 1963) es escritor. Su libro mĆ”s reciente es Tecnocultura. El espacio Ćntimo transformado en tiempos de paz y guerra (Tusquets, 2008).