Lavarse las manos es una práctica milenaria de simple higiene que dio lugar a un acto simbólico de purificación. Uno de los testimonios más antiguos está en el Salmo 25 (26) (traducción del hebreo de Juan Straubinger):
Lavo mis manos como inocente
y rodeo tu altar, oh Yahvé.
Hoy, esa purificación simbólica y esas palabras son parte de la misa. Además, en el habla común, “Se lavó las manos” significa: “Dijo que no era asunto suyo”.
Una duda. Poncio Pilato, amenazado por disturbios que exigían la crucifixión de Jesús, “tomó agua y se lavó las manos” diciendo: “Inocente soy de la sangre de este justo” (Mateo 27:24). ¿Asumió a sabiendas un ritual judío? ¿O el ritual existía también en la tradición romana?
Los ritos de purificación son universales, aunque varía lo considerado puro o impuro (por ejemplo: la carne de cerdo), de una cultura a otra. Lo universal es la conciencia de que la pureza es importante (Mary Douglas, Purity and danger. An analysis of concepts of pollution and taboo, 1966).
Ignaz Semmelweis (1818-1865) fue un mártir de la investigación médica. Trabajaba en la maternidad A del Hospital General de Viena, atendida por médicos. Había otra (B), atendida por comadronas aprendices que practicaban para diplomarse. Muchas parturientas morían de fiebre puerperal, a diferencia de las atendidas en su casa. Lo más extraño de todo es que la mortalidad era varias veces mayor en la A que en la B. Decidió investigar.
Observó que el personal médico pasaba de hacer una autopsia a auscultar a una parturienta y luego a otra, sin lavarse las manos cada vez. La idea de que los males se transmiten por contacto es antigua. “Una manzana podrida echa a perder todas las de una cesta” (Eclesiastés 9:18). También antiguas son las prácticas de aislamiento (leprosarios, cuarentenas).
Quizá inspirado en esa tradición, hizo un experimento: facilitó el lavado de manos con desinfectante, una y otra vez. Puso la muestra y lo impuso a todos los que estaban a su cargo. La mortalidad en A se desplomó al nivel de B.
No sabía por qué funcionaba, pero funcionaba. En 1847, no se conocía el papel de los microbios en las infecciones; y en muchas otras cosas que se fueron descubriendo a partir de Pasteur. Pero no tenía duda de lo que hoy parece obvio y entonces no lo era: que lavarse las manos salva vidas.
Lo que siguió fue una tragedia. Tener razón puede ser peligroso. Semmelweis publicó una detallada monografía sobre la fiebre puerperal, con tablas estadísticas, descripción de sus experimentos y buenos argumentos: Etiología, concepto y profilaxis de la fiebre puerperal, 1861.
Se llevó la sorpresa de que su descubrimiento fue desdeñado por el gremio médico, con honrosas excepciones. No lo podía creer. Escribió cartas públicas sobre el tema, subrayando que estaban de por medio miles de muertes evitables. Acusó de irresponsables a los médicos que se negaban a lavarse las manos. Tenía razón, pero muchos médicos lo tomaron a insulto sobre su higiene personal. Más aún, empezaron a decir que estaba loco, al darle tanta importancia al lavado de manos, y por hacer un escándalo y no ceder, a pesar del desprestigio profesional y el despido del hospital que sufrió.
Finalmente, lo internaron en un manicomio, donde no se apaciguó ni con una camisa de fuerza. El tormento no duró más que un par de semanas, porque murió de una paliza que le dieron para callarlo. Tenía 47 años. (K. Codell Carter, Barbara R. Carter, Childbed fever. A scientific biography of Ignaz Semmelweis, 1994.)
Muy tardíamente, se reconoció su aportación. Ahora hay un museo de historia de la medicina que lleva su nombre, en la casa donde nació, en Budapest. Existe una Semmelweis Society International y hasta una Global Handwashing Partnership para promover el lavado de manos. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (unicef) instituyó el 15 de octubre como Día Mundial del Lavado de Manos. Y, según la Wikipedia, hoy se llama Efecto Semmelweis al reflejo de rechazo que provocan las pruebas que contradicen los paradigmas vigentes. ~