El asco es una emoción fascinante y perturbadora. Desde una perspectiva evolucionista, es una emoción que nos alerta sobre lo que hay que rechazar, como alimentos en estados de descomposición o contaminados. Pero, en algún momento el asco dejó de ser una simple reacción orgánica y se convirtió en una emoción a la que dimos contenido moral y político.
Los psicólogos Jonathan Haidt, Paul Rozin, Clark Mccauley y Sumio Imada han conducido diversas encuestas y experimentos para conocer qué cosas o situaciones se consideran repugnantes. Sus resultados permiten hablar de tres grandes categorías:
a) Repulsión núcleo: relacionado con la amenaza de que algo esté contaminado.
b) Repulsión a todo aquello que nos recuerda nuestra naturaleza animal.
c) Repulsión moral: repulsión a ciertas personas o actos.
En El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y ley, Martha Nussbaum recupera las investigaciones de Paul Rozin para abordar el tipo de repugnancia que está estrechamente vinculada con la problemática relación que mantenemos con nuestra propia condición animal. Para Nussbaum, aceptar la vulnerabilidad que compartimos con el resto de los animales –como entrar en contacto con cosas en descomposición o con nuestros mismos desechos, olores y secreciones[1]– sería admitir nuestra mortalidad[2], algo que nos avergüenza enormemente. Por eso no le sorprende que una marca distintiva de la dignidad humana sea la capacidad de lavarse, reprimir la atracción que sentimos hacia nuestros olores y deshacernos (rapidito) de lo que nuestro cuerpo elimina.
En Anatomía del asco, William Miller sostiene que el asco es una de nuestras emociones más agresivas generadoras de cultura y que entre más cosas reconoce una sociedad como repugnantes más avanzada es su civilización. Y quizá, equivocadamente, nos hemos tomado demasiado en serio la posición que defiende Miller, solo así se explica que Trump se enorgullezca de que Melania, su esposa, nunca se ha tirado un pedo; que el fallecido querido líder Kin jong-Il afirmara que no tenía necesidad de cagar ni de mear o que nos escandalicemos, en un acto de repugnancia generalizada, porque el entrenador de la selección alemana de futbol, Joachim Löw, ha decidido no resistirse al olor de sus genitales y sobacos a favor de la civilización.
No estaría mal que, para variar, intentáramos resistir la repugnancia y aceptar nuestra mortalidad y constante descomposición sin sentir asco. ¿Cómo empezar? Fácil. ¡Huélanse los sobacos!
[1]Las lagrimas son la única secreción corporal que no resulta repugnante porque las consideramos únicamente humanas.
[2]Un análisis de la "Disgust Scale” desarrollada por Haidt, McCauley y Rozin arrojó que la muerte es el principal inductor de disgusto.
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.