Imagen: Mike Thelwall, Stefanie Haustein, Vincent Larivière, Cassidy R. Sugimoto (paper). Finn Årup Nielsen (screenshot).

El espejismo de la erudición y los “journals depredadores”

La presión sobre los investigadores para producir estudios científicos ha traído consigo la proliferación de editores deshonestos y papers falsos o innecesarios. Algunos medios de comunicación y agencias de gobierno han alertado sobre el fenómeno.
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Citar papers es el nuevo “yo opino que…”, pero revestido de cierta nobleza científica. Y no está mal, pero cada vez es más complicado cribar a los estudios científicos serios de las falsedades o necedades “autopublicadas” que solo se imprimen para saciar carencias del ego o cumplir con requisitos absurdos de sistemas de investigadores, que ven en cada investigador no a alguien cuyo trabajo está orientado a la búsqueda del conocimiento y al esclarecimiento de hechos, sino a un vil maquilador de papers.

Ya desde hace algunos años John Bohannon[1], un biólogo y periodista científico, demostró cuan endeble es el “riguroso” mecanismo de arbitraje editorial de las revistas especializadas. En 2013, Bohannon dio vida a Ocorrafoo Cobange, un biólogo del Instituto Wassee de Medicine en Asmara que sometió un artículo sobre drogas maravillosas a 304 revistas especializadas de acceso abierto. Más de la mitad de las revistas, previo compromiso de pago de una “cuota de publicación”, aceptaron el artículo.

Es bien conocida la presión sobre los investigadores para publicar, dado que la evaluación de la productividad pone particular atención a las publicaciones presentadas. Y no basta con figurar en ellas: importa si eres primer autor, autor intermedio, autor correspondiente. En algunos casos, para ser investigador nivel III del Sistema Nacional de Investigadores se pide que “la tasa de publicación sea superior a la que se tenía con el nombramiento de investigador nivel II y en el que se demuestre tener un porcentaje significativo de al menos el 30% de sus artículos como primer autor o autor para la correspondencia”.

Esto ha creado el caldo de cultivo idóneo para el “predatory journal”. En Estados Unidos, hace un par de años, la Federal Trade Commission lanzó una alerta sobre los editores deshonestos e incluso habilitó una página para denunciarlos. Y, hace un par de días, Nature publicó ¡un paper! sobre los autores ultraprolíficos que entre 2000 y 2016 publicaron la friolera de 72 estudios por año, es decir, ¡uno cada cinco días!

Entre los hallazgos, Nature destaca que:

  • Se identificaron 265 autores hiperprolíficos.
  • La mitad de ellos fueron autores en estudios sobre ciencias médicas y/o ciencias de la vida. Particularmente en cardiología y en cristalografía médica.
  • Se encuentran dispersos a lo largo de 37 países. En E.U. trabajan 50, en Alemania 28 y en Japón 27.
  • Tienden a agruparse en instituciones particulares. Erasmus University Rotterdam, en los Países Bajos, tiene nueve autores hiperprolíficos, por ejemplo, y hay cinco en la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts.

Nature no insinúa ilegalidad alguna, pero dado que el patrón de estos hiperprolíficos autores es la autoría multitudinaria (miles de autores firman un mismo artículo), la pregunta que pone sobre la mesa es: ¿qué implica la autoría? Y sobre esa interrogante resuena una mucho más profunda: ¿Cuál es el objetivo de estas publicaciones especializadas? ¿Quién es el lector al que van dirigidos? 

 

 

 

[1] En 2016, Bohannon publicó otra investigación igualmente perturbadora: “Who’s downloading pirated papers? EVERYONE sobre Sci-Hub

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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