Hagamos un ejercicio. Imaginemos cómo será el mundo en 50 años si no controlamos las tendencias actuales del cambio climático. Sin duda, veremos pasar una gran cantidad de imágenes frente a nuestros ojos: océanos que crecen y cubren playas reconocidas, campos resecos con más polvo que tierra fértil, glaciares que terminan en el mar, ciudades abarrotadas de personas que huyen de las costas, etc. Es muy probable que ya hayas visto imágenes similares en los noticieros, en obras de ciencia ficción y tal vez —con algo de mala suerte— incluso en tu jardín después de un huracán o una sequía.
Pero ¿qué pasaría si intentáramos imaginar un futuro en el que logramos evitar una catástrofe climática? Si eres como yo, este ejercicio es más difícil. Con mucho esfuerzo, las imágenes que logro evocar están llenas de tecnología previsible: granjas eólicas y paneles solares, trenes y autos eléctricos que atraviesan ciudades compactas y, tal vez, un escudo de espejos espaciales para proteger a la Tierra de los rayos del Sol.
No importa si tienes una visión optimista o pesimista del cambio climático, es muy posible que no puedas imaginar un futuro en el que los humanos enfrentemos la crisis unidos. Tal vez esto se deba a que es mucho más fácil concebir un futuro en donde la tecnología cambió al planeta que uno donde las personas y las comunidades se ayudan entre sí. Nos sentimos mucho más alejados de las generaciones pasadas y futuras que de las culturas contemporáneas que son completamente diferentes a las nuestras.
En primera instancia, esta dificultad para imaginar un futuro de unidad no parece ser, en sí misma, un problema. Después de todo, evitar los terribles cambios climáticos implicará ejecutar una serie de cambios en la manera de generar y utilizar las fuentes de energía, y de organizarnos y transportarnos. Se trata de problemas que escapan a nuestras posibilidades como individuos. Son problemas relacionados con infraestructura y fuentes de energía, con tecnología para el almacenamiento de baterías y datos de sensores digitales, con impresionantes logros de ingeniería, etc. No son problemas que podamos resolver cantando a la paz alrededor de una fogata o separando la basura del vecino.
Pero nuestra visión del futuro no es una verdad empírica. Sin embargo, sí cumple con un importante objetivo: ayudarnos a determinar nuestras acciones en el presente.
A diferencia del pasado, que ya experimentamos y que recordamos, y del presente, que percibimos a través de nuestros sentidos, el futuro es tan solo una idea, producto de nuestra imaginación. En el libro Homo Prospectus, un grupo de psicólogos señala que la preocupación humana por el futuro es justamente lo que define a nuestra especie (y no la inteligencia, sugerida tan sutilmente en Homo sapiens).
No pensamos el futuro solos, en nuestro imaginario individual. El psicólogo Roy Baumeister tiene la teoría de que las ideas colectivas del futuro hicieron que la cooperación fuera una estrategia valiosa para nuestros ancestros cazadores y recolectores. Yo puedo renunciar a mis recursos hoy y compartirlos contigo porque sé que mañana conviviremos en el mismo lugar y que tú reconocerás mi esfuerzo anterior y compartirás tus recursos conmigo. (Nota: El trabajo de Baumeister sobre el agotamiento del ego fue recibido con mucho escepticismo entre los expertos, pero esa investigación no está relacionada con estas conclusiones, que derivan de una lógica transparente y no de un diseño experimental).
Hoy en día, el imaginario colectivo del futuro permite disfrutar de lo mundano (trenes que llegan a tiempo, un calendario universal) y de lo mágico (la idea generalizada de la vida después de la muerte, como el cielo o la reencarnación).
Sin embargo, el objetivo evolutivo de imaginar el futuro sigue latente: motivarnos a actuar en el presente por nuestro propio bien futuro. Y es en este sentido, por lo menos en lo que se refiere al cambio climático, que nuestro imaginario del futuro del planeta no funciona.
Hace algunos años, el psicólogo australiano Paul Bain y sus colegas buscaban comprender cuáles son los atributos de nuestra visión del futuro que nos motivan a apoyar un cambio social en el presente y cuáles no. En una serie de ocho estudios, se consultó a casi 600 personas sobre el hipotético estado de la sociedad en 2050 en base a una situación específica. Por ejemplo, se les pedía que imaginaran un mundo en el que se evitaron los efectos más severos del cambio climático o en el que el aborto o la marihuana habían sido legalizados. Los participantes practicaban distintas religiones (también había participantes agnósticos y ateos) y tenían diversas ideologías políticas. Tuvieron que describir por escrito cómo imaginaban la situación y hablar con los entrevistadores sobre su visión del futuro. Luego, se les consultó qué iniciativas y acciones personales apoyarían hoy para alcanzar o evitar ese posible futuro.
Los investigadores descubrieron que la mayoría de los encuestados quería apoyar iniciativas y cambios personales cuando imaginaba un futuro con una sociedad más amable y moral, una característica que definían como ‘benevolencia’. El progreso científico y tecnológico no era un factor tan importante como la visión de un futuro con una sociedad más amable; sin importar si el participante fuera un religioso ortodoxo o un ateo progresista. Otro factor que motivó a muchos, pero en menor grado, fue la idea de evitar una sociedad disfuncional con una alta tasa de crimen, pobreza y enfermedades.
Esta investigación no es definitiva, y sus conclusiones no son universales. Pero sí invita a pensar en algo que podríamos intuir: lo que más motiva a la mayoría de las personas a actuar en pos de un futuro mejor es la creencia de que, eventualmente, esas acciones contribuirán al progreso de la humanidad y, en particular, mejorarán la manera en que nos tratamos los seres humanos. En otro estudio, Bain demostró que incluso se podría convencer a los negadores del cambio climático de la necesidad de responsabilizarnos por el medio ambiente si se presentaban las medidas relevantes —por ejemplo, la reducción de las emisiones de dióxido de carbono— como una forma de mejorar la conciencia social en el futuro.
Cuando se trata del cambio climático, la mayoría de los intentos por informar al público sobre nuestras opciones —de parte de científicos, gobiernos y organizaciones sin fines de lucro— rara vez se han enfocado en la idea de que todos nos tratemos mejor en el futuro. En esto, yo tampoco estoy libre de pecado. Un día hablo sobre situaciones apocalípticas causadas por el cambio climático y, al otro, sobre optimismo tecnológico.
Si tienes una visión pesimista de nuestras opciones, es mucho más difícil pensar en imágenes que reflejen cómo mejoraría la sociedad si evitamos el desastre climático. Sin embargo, podemos encontrar ejemplos fácilmente si tan solo miramos hacia atrás: vecinos que ayudan a las personas mayores durante olas de calor (como hicieron en un vecindario de Chicago durante la mortal ola de calor de 1995), comunidades que trabajan en conjunto para crear áreas verdes, familias que disfrutan de pantanos protegidos como zonas recreativas en lugar de fraccionamientos urbanos, y, por supuesto, hombres y mujeres que crean y utilizan nuevas tecnologías para ayudar a los demás.
A principios de este año, visité Fukushima, Japón, cuando se cumplían seis años de las explosiones en el reactor nuclear. En ese viaje, alcancé a ver un futuro posible que me sorprendió. En el centro educativo de alta tecnología que supuestamente debería informar al público sobre el desastre, los diseñadores crearon una exhibición en donde simulaban una futura Fukushima alimentada por energía limpia. Aparecían los elementos de siempre, paneles solares y techos verdes, pero también había modelos de los visitantes viviendo en esa comunidad del futuro. Sin embargo, la exposición se quedaba corta: no mostraba a los modelos interactuando y ayudándose entre ellos.
Los humanos estamos hechos para buscar la satisfacción inmediata y debemos empezar a tener en cuenta las consecuencias futuras, como el cambio climático, de nuestras acciones en el presente. Si queremos que más personas se preocupen hoy por el mañana, solo lo suficiente como para que hagan algo al respecto, es posible que debamos empezar a imaginar cómo nos gustaría que fuera el futuro y, más importante aún, cómo nos gustaría que ser como sociedad.
Este artículo es un fragmento de “Future Tense”, una colaboración entre la Arizona State University, New America y Slate. “Future Tense” explora la manera en que las tecnologías emergentes afectan la sociedad, la elaboración de políticas y la cultura.
escritora y experta en ciencias sociales y temas ambientales.