La controversia con los seguidores falsos en Twitter revela una economía oculta de la vergüenza

Como parte de la colaboración con Future Tense, un proyecto de Slate, New America y Arizona State University, un texto sobre la reciente controversia sobre las enormes cantidades de seguidores falsos en Twitter.
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Twitter es una máquina diseñada para generar sentimientos negativos. Es un lugar donde todo está sujeto a la cuantificación: la cantidad de personas que le dan “Me gusta” a tus tweets, la cantidad de personas que los comparten y, tal vez lo más importante, la cantidad de seguidores que tienes. Si pasas demasiado tiempo en la plataforma, esos números se convierten en el reflejo de lo que vales y, sin importar qué tan altos sean, siempre serán demasiado bajos.

Por eso, no es raro descubrir que muchos de los usuarios de la plataforma han estado exagerando su propia popularidad. Desde empresarios y atletas hasta actores, modelos y artistas de la industria del entretenimiento para adultos, muchos han comprado seguidores falsos a una empresa de reputación dudosa conocida como Devumi, tal y como demostró minuciosamente el New York Times en una historia reciente. Si bien la mayoría de lo que reportó el New York Times sí es novedad, hace tiempo que todos sabemos que los usuarios de Twitter aumentan de manera artificial su fama virtual. Sin embargo, lo más sorpresivo de todo es cómo responden esos usuarios después de ser descubiertos.

Muchos de los usuarios nombrados en la historia del New York Times intentaron culpar a algún subordinado. Por ejemplo, un representante de la compañía de marketing de Kathy Ireland le respondió al New York Times que la empresa había suspendido a un empleado después de que comprara cientos de miles de seguidores sin el consentimiento de Ireland. Si bien podría ser cierto, la cuenta de Ireland todavía no ha purgado su audiencia inflada artificialmente. Otros, como Joe Concha, han decidido enfrentar las acusaciones de manera más directa y seria. El columnista de The Hill explicó que compró los seguidores siguiendo el consejo de una empresa de redes sociales, pero también aclaró que ya había “borrado” muchas de esas cuentas falsas.

“Sí. Como les dije ayer a mis seguidores (los reales) y al New York Times, contraté a una empresa de redes sociales en 2016 para mejorar mi marca. Esta (comprar 5000 seguidores) era una de sus recomendaciones. Pero fue un negocio de una sola vez con Devumi. En noticias relacionadas, acabó de borrar 4000 seguidores falsos de mi cuenta https://t.co/6cEof0Kbp6

— Joe Concha (@JoeConchaTV) 27 de enero de 2018

Martha Lane Fox, miembro de la Junta Directiva de Twitter, adoptó un tono similar de remordimiento después de que se diera a conocer la historia. Escribió que ella “jamás recomendaría” comprar seguidores y afirmó que “irónicamente” las conversaciones al respecto le habían permitido conocer a “algunas personas muy inteligentes”. (En su hilo de tweets, un tercer mensaje solo decía “Yo.”. Fox no quiso comentar sobre el significado de este breve mensaje).

“Hoy, el @nytimes me mencionó en un artículo detallado y muy bien documentado hecho por @nickconfessore que habla sobre comprar mayor alcance en redes sociales. Muy pronto voy a escribir un artículo de blog, pero quería aclarar que un exempleado cometió un error y, por ende, yo también cometí un error. Lo siento mucho. Yo nunca recomendaría estas”

— martha lane fox (@Marthalanefox) 28 de enero de 2018

 

 

“compras: perjudican a la plataforma y a los usuarios, y son una terrible manera de posicionar contenido. He tenido charlas muy interesantes hoy respondiendo a los comentarios y a las críticas. Irónicamente, he logrado ampliar mi red con algunas personas muy inteligentes. Les agradezco

 

— martha lane fox (@Marthalanefox) 28 de enero de 2018

Uno de los usuarios descubiertos por el New York Times fue muy directo:

“Es fraude”, dijo James Cracknell, remero y medallista olímpico de oro inglés que le compró 50,000 seguidores a Devumi. “No es sano juzgar a los demás por la cantidad de Me gusta o de seguidores que tienen”.

También hubo otros usuarios que aceptaron sentirse avergonzados por sus acciones, pero en general la reacción fue muy diferente. Las respuestas más comunes parecen guardar silencio o negar las acusaciones directamente, mientras que algunos tomaron medidas extremas. La celebridad Paul Hollywood eliminó su cuenta después de ser contactado por el New York Times. Para el lunes en la mañana, el periodista Rich Karlgaard, que también figuraba en el artículo, parecía haber desactivado su cuenta, mientras que Sharyn Alfonsi, corresponsal de 60 Minutes, configuró la suya como privada. (Aún no está claro si ambos tomaron estas acciones como respuesta directa a la historia del New York Times).

Mientras tanto, otros usuarios continuaron con sus vidas como si nada hubiera pasado. John Leguizamo publicó una serie de tweets políticos, mezclados con un poco de autopromoción, algo que suele hacer todos los fines de semana. Y aunque tiene 761,000 seguidores, muy pocas de sus ocurrencias han sido compartidas más de 20 veces. El empresario Michael Dell, otra figura importante que aparece en el artículo, dejó a sus 1.23 millones de seguidores en suspenso al no publicar ningún tweet al respecto durante el fin de semana.

Es posible que Leguizamo, Dell y los demás usuarios con ese comportamiento no cambien su actitud indiferente a menos que se vean obligados. Y esto se debe a que su conducta revela una verdad básica de Twitter: en un sitio donde la popularidad es una estadística, la fama falsa puede ser menos avergonzante que el anonimato real.

Muy pocos fueron tan honestos como Micah Uetricht, editor asociado para la revista de izquierda Jacobin, una de las pocas publicaciones identificada como cliente de Devumi. Uetricht explicó que el personal de Jacobin había inflado de manera artificial su alcance en redes sociales con la esperanza de impresionar a Kareem Abdul-Jabbar mientras negociaban para convencer al atleta y comentador de escribir para ellos.

“La historia detrás de esto es bastante graciosa: queríamos que Kareem Abdul-Jabbar escribiera para nosotros, pero creímos que nuestro alcance en las redes sociales era muy bajo para él. Decidimos comprar alrededor de mil seguidores con la esperanza de impresionar a su agente”.

— Micah Uetricht (@micahuetricht) 27 de enero de 2018

Como Uetricht mencionó en un tweet posterior, el plan funcionó y Abdul-Jabbar terminó escribiendo para ellos.

En este caso, es difícil determinar quién actuó de manera incorrecta. ¿Deberíamos culpar al editor de Jacobin por falsificar sus números o al agente de Abdul-Jabbar por aceptar esa ilusión? De cualquier manera, años después, esa contratación de alto perfil pudo haber sido clave para que la publicación construyera una audiencia real.

Además, se podría argumentar que comprar seguidores no es tan diferente de usar filtros de Instagram. Los dos te ofrecen la opción de hacer que tu vida parezca mucho más completa y rica de lo que es. Lo humillante no es que hayan sido descubiertos, lo humillante es la mecánica detrás de las redes sociales. Somos menos de lo que nos gustaría ser. Tal vez llegó el momento de dejar de fingir lo contrario.

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