Sucediรณ en Mรฉxico, hace ciento cuarenta aรฑos. La mortalidad alcanzaba cifras pavorosas: vรญctimas de un mal de fรกcil transmisiรณn y sin tratamiento efectivo, sucumbรญan once de cada cien habitantes. “Las autoridades actรบan con desinterรฉs y desorganizaciรณn”, apuntaba el respetado doctor Molina en un estudio sobre la enfermedad. Los miembros del Ayuntamiento de Veracruz ofrecรญan un premio de cien mil pesos a quien encontrara un remedio. El mal era la fiebre amarilla. El mรฉdico, don Zacarรญas R. Molina. Chileno por nacimiento, mexicano por elecciรณn, combatiente republicano contra la intervenciรณn francesa, director del Hospital Militar en Veracruz, escribiรณ unos Apuntes prรกcticos sobre la fiebre amarilla, con estadรญsticas que han sido utilizadas desde entonces por los estudiosos del tema.
Nunca hablรฉ de su estirpe con el bisnieto de aquel personaje, el gran cientรญfico mexicano Mario Molina-Pasquel, Premio Nobel de Quรญmica, fallecido el 7 de octubre. Podรญa haberse sentido por encima de sus colegas en El Colegio Nacional, pero nada mรกs lejano a su humildad natural, a su talante reservado y gentil. Tomaba la palabra para proponer cosas inteligentes, asequibles, urgentes. Tenรญa una sensibilidad particular para comprender la precariedad del conocimiento cientรญfico en nuestro paรญs, y la urgencia de impulsarlo. No es un juego lo que ha estado de por medio. Es la vida de los mexicanos.
La muerte temprana rondรณ muchas veces la casa fundada por don Zacarรญas. Huรฉrfano de madre a los dos aรฑos, su bisnieto Mario contรณ con una providencial figura materna: su tรญa, la quรญmica Marรญa Esther Molina. Ella guiรณ su temprana curiosidad por la ciencia: le propuso experimentos, lo acompaรฑรณ a comprar sus materiales al centro de la ciudad, le ayudรณ a formar su primer laboratorio en un baรฑo en desuso. Mario recordaba con emociรณn la primera vez que vio, en el jugo de una lechuga ya descompuesta, “paramecios y amibas a travรฉs de un microscopio de juguete mรกs bien primitivo”.
Siguieron estudios en Suiza, la carrera de ingenierรญa quรญmica en la UNAM, una prรกctica en la Universidad de Friburgo, el doctorado de fisicoquรญmica en la Universidad de California en Berkeley. Molina aceptรณ la invitaciรณn de su maestro Sherwood Rowland para investigar junto con รฉl una novedosa vertiente cientรญfica: la acciรณn de los clorofluorocarbonos (CFC) en la atmรณsfera. A mediados de 1974, ambos publicaron en la revista Nature un texto que probaba el efecto de esos compuestos en el agotamiento de la capa de ozono de la Tierra. Aunque el descubrimiento era histรณrico, no fue sencillo vencer el escepticismo de algunos cientรญficos y, menos aรบn, los ataques de las industrias (aerosoles, refrigeraciรณn) que se beneficiaban de los CFC. Molina y Rowland llegaron a defender su teorรญa ante el Senado de Estados Unidos.
La ciencia tuvo la รบltima palabra. Para 1985 las imรกgenes satelitales de la Antรกrtida eran concluyentes: la capa de ozono estaba siendo severamente daรฑada y, en consecuencia, la penetraciรณn de la radiaciรณn ultravioleta podรญa volverse irreversible. Al comprender la repercusiรณn de estos hechos, los paรญses miembros de la ONU negociaron en 1987 el Protocolo de Montreal, con el objetivo de proteger la capa de ozono y eliminar los CFC. En 1989, Mario Molina se convirtiรณ en investigador en la Divisiรณn de Ciencias de la Tierra del Instituto Tecnolรณgico de Massachusetts. Ahรญ recibiรณ la noticia de la concesiรณn del Premio Nobel en 1995. El tercero obtenido por un mexicano.
El azar le tenรญa preparado un reto mรกs: la pandemia. Basado en sus conocimientos en fisicoquรญmica de las partรญculas, Molina demostrรณ que la propagaciรณn dominante del virus ocurre por vรญa aรฉrea. El texto, publicado en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, reafirmรณ la efectividad cientรญfica del uso del cubrebocas. En una sesiรณn organizada en agosto por El Colegio Nacional, Molina fue contundente: “Con el uso de cubrebocas obligatorio podemos salvar muchas vidas. Esto no se estรก haciendo bien aรบn en Mรฉxico ni en Estados Unidos. La ciencia ya nos dice lo que tenemos que hacer, desafortunadamente la polรญtica aรบn no”.
“Las autoridades actรบan con desinterรฉs y desorganizaciรณn”, habรญa dicho don Zacarรญas en 1881. Mario, su bisnieto, muriรณ con esa misma convicciรณn. Su nombre estรก inscrito ya en los anales de la batalla contra el cambio climรกtico. La historia registrarรก tambiรฉn su crรญtica al gobierno que dio la espalda a la ciencia, que dio la espalda a la vida.
Publicado en Reforma el 1/IX/20.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.