Lila Gleitman y el misterio de cómo los niños aprenden a hablar

La lingüista, experta en la psicolingüística del desarrollo y en la adquisición del lenguaje, falleció en agosto a los 91 años.
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Tres son, desde mi punto de vista, los ingredientes que forman un científico relevante: en primer lugar, es necesario que elija un buen misterio que resolver, pues no pocas mentes ingeniosas se han perdido en callejones sin salida; en segundo lugar, requiere tener espíritu crítico y la humildad suficiente para superar su marco teórico, si es necesario. Dicho de otro modo, los datos han de estar por encima de las convicciones. Por último, es imprescindible que posea el ingenio suficiente para diseñar buenos experimentos y la formación adecuada para comprender bien los resultados. La Dra. Lila Gleitman tenía todos esos componentes y por ello su muerte, este pasado mes de agosto, nos priva de una mente científica de primer orden.

El misterio que mantuvo ocupada a Gleitman durante más de medio siglo fue el proceso por el que los niños aprenden a hablar su lengua materna. Seguro que sabéis de lo que hablo: en un brevísimo periodo de tiempo, sin necesidad de instrucción, nuestros hijos, sobrinos o nietos ya hablan perfectamente. Es un objeto de estudio excelente, pues entender cómo lo hacen es un modo magnífico de conocer cómo es nuestra especie. Para comenzar, Lila podía elegir entre dos marcos teóricos distintos: para los racionalistas, la respuesta (¡cómo no!) está en la mente del niño, que consideran equipada con los instrumentos necesarios para comenzar a hablar; para los empiristas, como ya os estaréis imaginando, el responsable es el entorno (los estímulos lingüísticos que el niño escucha).

Discípula de Harris, la formación de Lila Gleitman fue empirista. Podría, por tanto, haber engrosado directamente la lista de científicos que niegan la necesidad de cualquier tipo de mentalismo. El hecho de que la inteligencia artificial haya comprobado que las máquinas simulan sorprendentemente bien el habla humana a partir de grandes cantidades de datos y un poderoso mecanismo de aprendizaje general habría apoyado esta renuncia.

No obstante, Lila no se dejó llevar por la analogía. Entre otras razones, porque era consciente de que los seres humanos no necesitamos (ni contamos con) grandes cantidades de datos y de que nuestro cerebro biológico no es un ordenador. La hipótesis dura de los racionalistas tampoco le convencía. Como en una buena receta, el asunto era determinar la cantidad y el tipo de elementos (innatos y aprendidos) necesarios. Para ello se rodeó de colegas, lingüistas y psicólogos, a los que admiraba con independencia de su edad (en muchas ocasiones eran más jóvenes que ella) y de su marco teórico de partida. En definitiva, era consciente de que la investigación se nutre de trabajo libre, honesto y colaborativo.

Tras varias décadas de estudio, Lila llegó a algunas hipótesis interesantes, a caballo entre las dos propuestas. De acuerdo con las hipótesis empiristas, concluyó que las primeras palabras que aprenden los niños son nombres de objetos completos y que las aprenden relacionando su uso en contexto. Ahora bien, frente a la propuesta gradual imperante (basada en el comportamiento de los ordenadores), sus experimentos apuntan a que los niños no acumulan evidencias, sino que en cada contexto hacen una hipótesis y la comprueban (de modo que, si se equivocan, tienen que volver a empezar). Además, acepta que los conceptos no son innatos, sino aprendidos de la experiencia, pero matiza que estos conceptos se componen de elementos que sí son universales, hasta el punto de estar presentes en niños sordos que no han sido expuestos a un entorno lingüístico de ningún tipo.

En cuanto a la adquisición de los verbos, Lila comprueba que los niños se benefician de las palabras con las que aparecen. Si tienes un perro y un trozo de carne, el verbo que los relaciona será comer, oler, morder o alguno similar. No obstante, es muy difícil que un niño aprenda el significado de algunos verbos (como pensar) de este modo. La propuesta, en este caso, es que usan los esquemas sintácticos. El hecho de que haya una oración como complemento directo facilita la comprensión del verbo. Una prueba de ello es que los niños ciegos no tienen dificultades para entender ver en oraciones como mira a ver si quedan plátanos.  

Ecléctica, colaborativa, curiosa, tenaz. Lila Gleitman, te echaremos de menos.

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Mamen Horno (Madrid, 1973) es profesora de lingüística en la Universidad de Zaragoza y miembro del grupo de investigación de referencia de la DGA
Psylex. En 2024 ha publicado el ensayo "Un cerebro lleno de palabras. Descubre cómo influye tu diccionario mental en lo que piensas y sientes" (Plataforma Editorial).

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