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Los nombres de las enfermedades a veces tienen anteojeras sociales

El lenguaje médico que puede llegar a ser sexista, arcaico o abiertamente insensible es hijo de otro época. Pero solo aceptando que los tiempos han cambiado podremos transformar el lenguaje, y con ello la manera en la que nos acercamos y comprendemos una enfermedad.   
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Hace unos meses Justine van der Leun, escritora y periodista independiente, escribió en The Guardian sobre cómo las mujeres embarazadas siguen siendo tratadas con condescendencia, culpadas por los “defectos” de sus cuerpos y por las decisiones que toman. Justine escribe desde su propia experiencia y cuenta que, a las veinte semanas de embarazo, durante el chequeo médico, el obstetra le dijo que su bebé estaba en perfectas condiciones pero que ella tenía un cuello uterino incompetente”. Si su cuerpo femenino hubiera sido “competente”, el cuello uterino se mantendría firme, largo y cerrado hasta finales del tercer trimestre, pero como ella y su útero eran “incompetentes” el cuello uterino podía empezar a dilatarse demasiado pronto en el embarazo y ser “incapaz” de retener al bebé.

A propósito de su “cuello uterino incompetente”, Justine evoca una serie de curiosos diagnósticos obstétricos, como “útero inhóspito”, “útero hostil“, “moco cervical hostil“, y “óvulo marchito“, y los contrapone con aquellos que los hombres experimentan: “eyaculación precoz” y no “testículos inadecuados”; “disfunción eréctil” en lugar de “pene inútil”. Es decir: ellos pueden tener problemas, pero su anatomía jamás se definirá como deficiente o inadecuada. Ellos podrán padecer de oligospermia o azoospermia, pero nosotras seremos abortadoras habituales, otro mal hábito en nuestra contra[1].

En Putting a name to it: Diagnosis in contemporary society, Annemarie Goldstein Jutel dice que, si bien el diagnóstico constituye la denominación de una dolencia o condición, que permite organizar una serie de síntomas aparentemente aleatorios para definir una ruta de tratamiento, ese diagnóstico nunca es solo un evento médico, es también un evento con profundas raíces y consecuencias sociales. Los diagnósticos tienen historias y no solo reflejan entornos culturales, sino que corren el riesgo de perpetuarlos.

Jutel escribe que “los diagnósticos no existen ontológicamente”, y con esto no quiere decir que haya que negar la enfermedad, sino solo ser conscientes de que la manera en la que se le nombra está determinada por factores biológicos, tecnológicos, sociales, políticos y de género.

El lenguaje médico que puede llegar a ser sexista, arcaico o abiertamente insensible es hijo de otro época. Pero solo aceptando que esos tiempos han cambiado podremos transformar el lenguaje, y con ello la manera en la que nos acercamos y comprendemos una enfermedad.   

 

 

[1] Acá puede leerse una investigación de BBC Future respecto a las inequidades con las que se trata el dolor en las mujeres: cuando sienten dolor, las mujeres esperan más tiempo en los departamentos de emergencia y es menos probable que se les administren analgésicos efectivos que los hombres, porque el dolor femenino suele ser percibido como construido o exagerado.

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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