Imagen: NASA/Johns Hopkins University Applied Physics Laboratory/Carnegie Institution of Washington

Planetas rocosos

Habitamos un sistema planetario muy sensible, pues cualquier variación de distancia y posición respecto del Sol, de masa y composición atmosférica, puede dar como resultado un mundo diferente al vecino.
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Habitamos un sistema planetario muy sensible, pues cualquier variación de distancia y posición respecto del Sol, de masa y composición atmosférica, puede dar como resultado un mundo diferente al vecino. Así, existen cuatro planetas en el área interior del Sol. Todos son más o menos sólidos y contienen gases similares pero hasta ahí. El más cercano a nuestra estrella común es Mercurio, una esfera casi perfecta que no posee satélites naturales y se mueve más rápido que ninguno. En efecto, su distancia respecto del Sol es de 108 millones 200,000 km, esto es, 0.39 unidades astronómicas (UA), por lo que el año mercuriano apenas dura 88 días terrestres. Para simplificar las enormes cifras debido a la distancias), los astrónomos establecieron los 150 millones de km que separan la Tierra del Sol como la Unidad Astronómica (UA). Entre nuestra estrella y nosotros hay 1.00 UA.

A Mercurio se le conoce desde hace tiempo, ya que puede verse sin necesidad de telescopios sofisticados. Es pequeño, tiene un diámetro ecuatorial de 4,878 kilómetros, un poco más grande que nuestra Luna. Dado que su velocidad orbital alcanza 45 km/s, el día es excesivamente largo. Si alguien pudiera pararse en aquel planeta y mirara el cielo mercuriano, no lo vería azul sino negro, pues la atmósfera es muy tenue, aunque el Sol podría cegarlo, pues se encontraría mucho más cerca que en la Tierra. Es un planeta tan pequeño y caliente que sería imposible mantener una atmósfera como la terrestre. Si bien es veinte veces menos masivo que el nuestro y tres veces más pequeño, su gravedad es tan intensa como en Marte.

Allá el día es muy distinto al nuestro. De hecho, un día de Mercurio equivale a 59 de la Tierra. El planeta gira con lentitud en su propio eje pero el año transcurre en forma vertiginosa, por lo que toma tiempo ver salir el Sol por la mañana y ponerse al atardecer. Esto sucede cada 180 días. El Sol sale, se detiene, se esconde de nuevo casi exactamente por donde salió y vuelve a salir para seguir su trayectoria por el cielo mercurial. Así pasa en determinados puntos de la superficie, en el resto del planeta se observa que el Sol se detiene en apariencia en el cielo y realiza un giro. En su firmamento sobresalen dos objetos luminosos: el amarillento Venus y la Tierra azul.

La órbita de Mercurio es una elipse muy pronunciada, por lo que en su punto más cercano se halla a sólo 46 millones de kilómetros del Sol y luego se aleja a 70 millones. Puede ser gélido y ardiente, y aunque pudiera pensarse lo contrario debido a esta cercanía con el Sol, no es el más caluroso del sistema. Lo es Venus. El viajero proveniente de la Tierra sufriría de vértigo por las dificultades que enfrentaría al remontar montañas, cuencas y cordilleras. Los farallones se elevan decenas de kilómetros y alcanzan longitudes de cientos de kilómetros. La superficie está llena de suelos porosos y rocas obscuras, de cráteres dentro de cráteres, dentro de otros cráteres, debido al impacto de innumerables meteoritos. Este paisaje tortuoso se parece al de nuestra Luna.

Alejándonos del Sol, enseguida de Mercurio aparece Venus. También se le conoce popularmente como “lucero del alba”, pues se puede observar a simple vista luego de que ha caído el Sol o al romper la mañana. Se encuentra a 0.72 UA del Sol. Es nuestro vecino próximo y se trata del objeto más brillante, excepto la Luna y el Sol, debido a las densas nubes de azufre y ácido sulfúrico que lo cubren y reflejan la mayor parte de los rayos solares. Su tamaño es un poco menor que el de la Tierra. Sin embargo, y al igual que sucede con Mercurio, la cercanía con el Sol provoca fenómenos extraños desde el punto de vista de un terrícola.

A diferencia del mismo Mercurio, la Tierra y la mayoría de los planetas, Venus gira en sentido contrario, de manera que el Sol sale por el poniente y se oculta por el oriente. Y lo hace aún más lento que Mercurio, pues le toma unos 243 días terrestres completar un día. Al mismo tiempo, su cercanía al Sol y su propia masa lo obligan a rotar alrededor de la estrella el equivalente a 225 días de la Tierra. Por tanto, ¡en Venus un día es un poco más largo que un año! El Sol sale casi cada 117 días terrestres, esto es, dos veces anualmente… aunque el día venusino no haya terminado.

Se trata de un planeta activo y el más caliente del sistema solar, dado que la temperatura en su superficie alcanza los 462 oC. Su atmósfera, muy densa, es rica en dióxido de carbono, así que se genera un pronunciado efecto de invernadero. También existen nubes de ácido sulfúrico y poca agua. Es muy probable que, al intensificarse el efecto de invernadero, junto con la actividad volcánica, los rayos solares hayan aumentado la temperatura a nivel planetario, y, con ello, disipado sus océanos de manera paulatina, enviando vapor de agua a la atmósfera.

La presión sobre la superficie venusina es 90 veces mayor a la de la Tierra, así que al caminar por ahí habría que abrirse paso por una zona “plástica”. Los gases no dejan que la radiación proveniente del Sol disminuya, de manera que el ambiente es sofocante, listo para fundir incluso el plomo. Aun así, presenta suelos sólidos, rocosos, en tonos grisáceos, con profundos cañones y lleno de cráteres, la mayoría entre 1.5 y 2 kilómetros de radio, aunque algunos rebasan los 20 kilómetros.

Hay más de 50 mil volcanes que han cubierto de lava sólida la superficie, aunque aún no se han detectado erupciones. Los sistemas volcánicos conforman una especie de canales sinuosos que se extienden a lo largo de cientos de kilómetros de diámetro. A pesar de que posee un núcleo con un contenido de hierro similar al de la Tierra, Venus no genera campo magnético. La montaña más alta mide 11 kilómetros, casi tres kilómetros más alta que el Everest. Se conocen dos áreas continentales elevadas, una en el norte, de tamaño similar a Australia, y otra en el sur, como Sudamérica. La primera se llama Ishtar Terra y la segunda, Afrodita Terra, dos nombres equivalentes al de la diosa Venus, pues Ishtar era la diosa de la belleza entre los sumerios, mientras que Afrodita representaba el amor para los antiguos griegos.

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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