La emergencia sanitaria de Covid-19 ha movilizado recursos y alianzas a un nivel sin precedentes. El COVID-Solidarity Response Fund de la Organización Mundial de la Salud ha reunido ya 70 de los 675 millones de dólares que espera recaudar y las secuencias genómicas, datos clínicos y epidemiológicos relacionados del nuevo coronavirus se han compartido rápidamente en la plataforma de la Global Initiative on Sharing All Influenza Data.
Este esfuerzo global para encontrar un tratamiento o una vacuna es alentador, pero me preocupa que la demasiada, aunque comprensible, atención que atrae este virus emergente opaque (aún más) a otros padecimientos menos “novedosos” que siguen poniendo en riesgo la vida de las personas.
Un ejemplo de esto es la tuberculosis. El 24 de marzo fue el Día Mundial de la Tuberculosis, y se vio terriblemente opacado por la cobertura de la nueva estrella del mundo viral.
La tuberculosis es la enfermedad infecciosa más mortífera del mundo: mata a casi 1,5 millones de personas al año. Si bien es curable, su largo régimen de tratamiento es exigente y difícil de seguir (hasta cuarenta pastillas diarias, ingeridas hasta por dos años), lo cual explica en parte el número anual de muertes, así como la falta de diagnóstico. A eso hay que sumar el aumento de la tuberculosis multirresistente, que en 2018 afectó a 484 mil personas en el mundo.
En México, de acuerdo con datos del Centro Nacional de Programas Preventivos y Control de Enfermedades (CENAPRECE), en 2016 (último año actualizado) había 22,490 personas viviendo con tuberculosis. En 2015, último año con registro de mortalidad, murieron 2,210 personas. En nuestro país el Esquema Nacional de Vacunación contempla la vacuna BCG o bacilo de Calmette-Guérin contra la enfermedad de tuberculosis.
La historia cultural de la tuberculosis es particularmente interesante. Fue una enfermedad que forjó parte de la historia social de la Europa del siglo XIX. Historias sobre esto hay por montones: Lord Byron le comentó a Thomas Moore, su eventual biógrafo: “Me gustaría morir del mal que consume
((La tuberculosis se llamaba comúnmente “consumption” incluso después de que Schonlein la llamara tuberculosis. Durante este tiempo, la tuberculosis también fue llamado el “Capitán de todos estos hombres de la muerte”.
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[…] porque todas las mujeres dirían: ‘¡Mira a ese pobre Byron, qué interesante se ve al morir!‘”. Byron y Shelley propagaron la leyenda de que Keats se había rendido a la tuberculosis por culpa de las malas reseñas. A Víctor Hugo le decían que su gran defecto como escritor era no ser tuberculoso, por lo que no sería nunca tan bueno como si lo fuera.
Aunque su vínculo con un ideal romántico y creativo terminó en el siglo XIX, la enfermedad siguió su curso. Su aura de enfermedad de la élite, de artistas, y melancólicos, fue sumiéndose en el olvido y la marginalidad.
A propósito de la efeméride de anteayer, Peter Sands, director ejecutivo del Global Fund to Fight AIDS, Tuberculosis and Malaria, escribe sobre algunas lecciones que la lucha contra la tuberculosis puede enseñarnos para afrontar al Covid-19, como el uso de dispositivos de diagnóstico molecular y la necesidad de invertir en enfoques innovadores para encontrar, diagnosticar y tratar pacientes. Más importante aun, Sands señala que, “si bien contrarrestar al Covid-19 es el imperativo inmediato, debemos aprovechar esta oportunidad para repensar radicalmente nuestro enfoque hacia la seguridad sanitaria mundial [y] romper el ciclo de pánico y negligencia que nos ha caracterizado hasta ahora”.
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.